miércoles, 22 de abril de 2009

El 'show' debe seguir


Tal vez el principal motivo por el cual los colombianos clasificamos –según encuestas- entre los más felices del planeta, radica en que el país vive un punto de quiebre permanente, en el que no pasa semana sin que estalle un nuevo escándalo de alquilar balcón. Es algo que pondría de punta los pelos a un predecible suizo o a un gélido danés, pero por tratarse de Colombia cada escándalo termina transformado en un verdadero show, donde hay desde el empresario del espectáculo que maneja los hilos, pasando por los que componen la tramoya bajo órdenes suyas, hasta el público que ávido de emociones observa entre complacido y atónito al maestro de todas las ceremonias.

La rebaja de 400 pesos en el precio del galón de gasolina (a punto de comenzar el paro de los transportadores de carga y a horitas de haber estallado el escándalo por un lote de los hijos del Presidente) es parte de ese mismo show, al que muchos medios de comunicación se pliegan de manera entusiasta e irresponsable. Entre unos y otros se ha perdido el espíritu crítico, conditio sine qua non para la conformación de una masa cada día más inerme e informe, sólo consciente de que el show debe seguir, porque a eso la tienen acostumbrada.

Hace unos meses David Murcia Guzmán se metió con la familia de Álvaro Uribe y quiso darle a éste lecciones de comunicación familiar (“no sé cómo será la relación del Presidente con sus hijos, pero definitivamente no está enterado de lo que hacen…”) y al día siguiente era apresado en Panamá y traído de inmediato a Colombia, en muestra clara de la capacidad de reacción que tiene el personaje a quien Murcia quiso poner en apuros. Ahora el escándalo es por un terreno de 32 hectáreas en Mosquera -que de tener uso rural pasó a convertirse en zona franca-, pero este nuevo asunto en lo más mínimo trasnocha al Presidente, pues lo hemos visto capoteando temporales y tormentas de mayor calado.

Lo verdaderamente asombroso es que ante el cúmulo de escándalos (chuzadas ilegales del DAS, referendo defectuoso, falsos positivos, parapolítica, DMG, visita de mafiosos a Palacio, yidispolítica, etc.) el Gobierno le vaya dando a cada uno su consabido trámite mediático, como si se tratara de un menester más de la vida cotidiana, y la gente quede tan conforme. Es quizá porque se sabe de antemano que en efecto el show continúa, sin que cada nuevo escándalo produzca consecuencias reales (todo pareciera ficción) para complacencia de la galería, desde luneta hasta gallinero.

A esta telenovela de interminables capítulos hoy se suman los hijos del galán, quienes han dicho que “nosotros tenemos por norma contarle todo a mi papá", y de paso han aclarado que su padre se mostró contrario al negocio del lote. Pero ellos le replicaron, cual hijos de tigre: “papá, es que nosotros también somos empresarios; es un derecho que tenemos''.

Y el show continuó.

domingo, 12 de abril de 2009

Un error calculado



Tal vez tiene razón el columnista Saúl Hernández ('El debate de la dosis mínima', EL TIEMPO, 30 de marzo de 2009) cuando escribe que "quienes pretenden dirimir el tema de la penalización de la dosis mínima son consumidores que se favorecen con el permiso de comprarla, portarla y meterla sin ser molestados por las autoridades". Tiene razón, sí, porque es factible que haya uno que otro columnista, director de medio, editor o caricaturista que eventualmente consuma alguna sustancia prohibida, y en ocasiones basta con leerlos para saber si prefieren la hierba o el perico, por mencionar solo las dos de uso más frecuente. En ánimo de acertar se diría que el asunto no se restringe a los medios, sino que se extiende a todas las esferas de la vida social, y el columnista que se escandalice -como Hernández- es porque prefiere cual avestruz esconder la cabeza en el hueco, pues pretende desconocer un fenómeno que al parecer escapa a su comprensión.

En medio de su delirio, afirma olímpicamente que "a este paso, quienes van a decidir lo del referendo de prisión perpetua para violadores de niños van a ser el monstruo de Mariquita y Luis Alfredo Garavito". Expresión no solo tremendista y exagerada sino discriminatoria y de mal gusto, pues emparienta a dos reconocidos violadores con el que se mete -o metió, pero dejó de hacerlo- un pase de cocaína o un barillo de marihuana en algún momento de su proceso creativo, o como pudo darse en la que Héctor Abad tituló como su "columna enmarihuanada", a quien reconocemos la valentía de su confesión, en un medio tan macartizado.

Parte de la confusión del columnista citado se hace palpable en una frase que encierra la madre de todas las contradicciones, pues parte de una premisa evidente cuando sostiene que "se ha exacerbado el contradictorio mensaje de que todos tenemos derecho a darnos en la cabeza", siendo que en efecto todos tenemos derecho a darnos en la cabeza, sea literalmente contra las paredes o en el sentido sicodélico que quiso darle. Premisa además hipócrita, pues se asume casto y pulcro sin ver la viga en el ojo propio, ante un Gobierno cuyas ideas defiende y al que en el fondo no le interesa saber si tiene o no la razón en lo de la penalización del consumo, porque lo único importante es que tienen a la gente pensando en eso.

Debería tratarse de un tema irrelevante y circunscrito a la vida privada de las personas (si uno quiere trabarse o pararse en la cabeza o colgarse de ella), pero nos lo han vuelto un asunto policivo, porque nuestro Presidente así lo ha querido. Es una batalla mediática, en la que con cara no pierde Uribe y con sello gana él.

Para rematar, sostiene el columnista Hernández que "(se ha exacerbado el contradictorio mensaje de que) si uno es un adicto -o sea un enfermo- no lo pueden obligar a curarse". Cae aquí de nuevo en el mismo solipsismo de su insolente ignorancia, pues la lógica de la razón nos obliga -aquí también- a creer que nadie puede ser obligado a abandonar una adicción, como tampoco a actuar contra sí mismo. Es una perogrullada decir que no ha habido el primer alcohólico al que lo hayan obligado a curarse, pero no servirá de prueba a nuestro propósito, pues solo nos quieren tener hablando de eso.

Motivo por el cual, ante la imposibilidad de advertir sobre tan tremendo error de percepción, lo mejor es callar.