sábado, 30 de mayo de 2009

El bosque uribista no deja ver los árboles


En un contexto geográfico se dice que "los árboles no dejan ver el bosque" para referirse a que los accidentes del paisaje dificultan la visión de la panorámica global, pero en un contexto metafórico alude a que los detalles impiden ver el conjunto de cualquier cuestión. Con el gobierno de Álvaro Uribe la fórmula se invierte, pues es el bosque el que no deja ver los árboles: gracias a su inmenso prestigio, ante la opinión pública pasan desapercibidos los innumerables escándalos que en circunstancias normales obstaculizarían cualquier gestión o la harían ingobernable. Escándalos referentes a los vínculos de autoridades, funcionarios, amigos y/o políticos de la coalición uribista con grupos paramilitares unas veces, y otras con narcotraficantes puros, sin que estos hechos –que superan en ocho mil veces o más lo ocurrido durante el proceso 8.000- hayan afectado mayormente su imagen.

La comparación con el gobierno de Ernesto Samper es obligada, pues en ambos casos el narcotráfico permeó sus campañas o su accionar político. La diferencia de fondo radica en una paradoja colosal, como es que el gobierno quizá peor rodeado (de delincuentes de diversa laya) es el que mayor prestigio en la historia de Colombia ha tenido, mientras que lo que le ocurrió a Samper –comparado con los escándalos que hoy a diario revientan- no pasaría de ser un pecadillo venial.

Samper gastó su mandato defendiéndose de las acusaciones y de las invitaciones a renunciar que desde todos los medios le hacían, por cuenta de una suma cercana a seis millones de dólares, aportada por los hermanos Rodríguez Orejuela. Por su parte, el Gobierno de Uribe se defiende acudiendo a mentiras verdaderas, pues mezcla cosas ciertas del pasado (como que muchas alianzas entre políticos y ‘paras’ se dieron antes de su gobierno) con protuberantes hechos del presente que pretende minimizar, como los lazos de cooperación entre su director del DAS y el narcoparamilitar Jorge 40 (quien supuestamente pudo disponer del aparato de inteligencia del Estado para cometer masacres con base en listas que entregaba el DAS), o los imputados crímenes al ex gobernador de Sucre, Salvador Arana (a quien nombró cónsul en Chile para protegerlo), o la colaboración que el ex fiscal Luis Camilo Osorio (a quien nombró embajador en México y de quien dijo “deberían clonarlo”) le habría brindado al paramilitarismo en general y al general Rito Alejo del Río en particular, o el cohecho practicado en Yidis Medina para facilitar su reelección, o las chuzadas ilegales desde el DAS (que sólo a Uribe podían serle útiles), o las visitas clandestinas de mafiosos a Palacio, o los negocios de sus hijos con terrenos que se valorizaron de la noche a la mañana, para mencionar sólo unos pocos escándalos y no alargar la lista. (Y sin mencionar los centenares de ejecuciones extrajudiciales, mal llamadas falsos positivos).

Ya es hora entonces de que se hagan visibles todos los árboles que el tupido bosque tejido por el mesiánico prestigio de Álvaro Uribe no ha dejado ver, para que este gobierno adquiera en la historia el verdadero sitial que se merece.

domingo, 10 de mayo de 2009

Watergate, DAS-Gate...


Vistas las cosas con detenimiento, el caso Watergate –de cuando unas simples escuchas telefónicas condujeron a la renuncia del Presidente de Estados Unidos- guarda ciertas similitudes con el expediente que cursa en Colombia por las chuzadas ilegales del DAS, y es la razón para que algunos columnistas de prensa lo hayan llamado el DAS-Gate. Hay una excelente película de Ron Howard que nos brinda luces al respecto, de la que hablaremos más adelante.

Por ahora, baste recordar que el Watergate tuvo su detonante en una serie de escándalos políticos durante la presidencia de Richard Nixon, que acabaron con una imputación criminal a consejeros como Bob Haldeman y John Ehrlichman, y la dimisión del propio Presidente el 8 de agosto de 1974, hace 35 años. Los escándalos comenzaron con el arresto de cinco individuos que entraron a la sede del Comité Demócrata Nacional, en el edificio Watergate, en Washington, el 17 de junio de 1972. Las investigaciones llevadas a cabo por el FBI y después por el Comité de Watergate en el Senado, revelaron que ese robo fue sólo una de las múltiples actividades ilegales autorizadas y ejecutadas por el equipo de Nixon. También revelaron el alcance de sus crímenes y abusos, que incluían fraude en la campaña, espionaje político y sabotaje, intrusiones ilegales, auditorías de impuestos y escuchas ilegales a gran escala.

La película a la que hacíamos referencia se llama Frost versus Nixon y muestra el enfrentamiento en el que al final se convirtió una entrevista pagada –por Frost a Nixon-, donde el primero termina por arrancarle al Presidente dimitente una confesión de culpa.

En los tres años posteriores a su renuncia, Richard Nixon permaneció en silencio. Sin embargo, en el verano de 1977, el hombre aceptó conceder una única entrevista y contestar a preguntas acerca de su mandato y del escándalo Watergate. Nixon sorprendió a todos al escoger a David Frost como confesor televisivo, seguro de que podría con quien era un alegre presentador británico de televisión, y se ganaría los corazones y las mentes de los estadounidenses. Fueron cuatro entrevistas de una hora cada una, que obtuvieron la mayor audiencia de un programa de noticias en la historia de la televisión norteamericana. Más de 45 millones de telespectadores se sentaron ante el televisor para ver cómo Nixon y Frost se enfrentaban en un fascinante duelo verbal durante cuatro noches. Los dos hombres eran conscientes de que sólo podía haber un ganador, como en efecto lo hubo: Frost.

Podríamos extendernos narrando con deleite los preparativos de las entrevistas y el desarrollo que ya en escena se le dio a cada tema, pero la limitación de espacio nos lo impide. Por ello nos remitimos a transcribir de la última entrevista, lo pertinente al momento en que Nixon confiesa su culpa, con la seguridad de que algo puede aportar a la historia de Colombia:

FROST: Si Haldeman y Erlichman eran los responsables cuando usted se enteró ¿por qué no los mandó a arrestar? ¿No es eso encubrimiento?

NIXON: Quizá debí haber hecho eso. Llamar al FBI y decir “ahí están”. Tómenles las huellas digitales y enciérrenlos. Yo no soy así. Yo conocía las familias de Haldeman y Ehrlichman desde que eran chicos. Y la presión para incriminarlos se hizo abrumadora. Así que lo hice: corté un brazo, luego el otro. Siempre he dicho que lo que hicimos no era criminal. Cuando uno es presidente debe hacer muchas cosas que no son, en el sentido más estricto, legales. Pero las hace porque es lo mejor para la Nación.

F: Espere, ¿está diciendo que en ciertas situaciones el presidente puede decidir si beneficia al país hacer algo ilegal?

N: Cuando lo hace el Presidente, significa que no es ilegal. Eso es lo que creo. Pero me doy cuenta de que nadie más comparte ese punto de vista.

F: ¿En ese caso aceptará, para aclarar las cosas de una vez por todas, que fue parte de un encubrimiento y que sí violó la ley?

En ese momento su asistente Jack Brennan interrumpe la entrevista y se lleva a Nixon a una habitación vecina. “¿Qué pasó? ¿Arrojaste la toalla? ¿Te compadeciste de mí?” le pregunta Nixon, y Brennan le responde: “sólo sentí que si iba a hacer alguna revelación emocional, debería tomarse un momento para planearla. ¿Cuántas consecuencias devastadores podrían tener las revelaciones no planeadas?” Pero continúa la entrevista:

FROST: Discutíamos el periodo del 21 de marzo al 30 de abril, y los errores que cometió, y me preguntaba: ¿los describiría como más que “errores”? Esa palabra no parece ser suficiente…

NIXON: ¿Qué palabra usaría usted?

F: Creo que hay tres cosas que a la gente le gustaría oír: una, que hubo más que errores. Hubo actividad ilegal, y quizá haya sido un delito. Segunda, que “sí abusé del poder que tenía como Presidente”. Y tercera: “el pueblo americano padeció una agonía innecesaria y pido perdón por eso”.

N: Bueno, es verdad, cometí errores. Errores poco dignos de un Presidente, que no alcanzaron el nivel de excelencia con que soñé cuando era joven. Hubo momentos cuando no asumí esa responsabilidad y estuve involucrado en un encubrimiento, como usted lo llama. Y por todos esos errores siento un pesar muy profundo. Nadie puede saber qué se siente renunciar a la Presidencia.

F: ¿Y el pueblo americano?

N: Lo defraudé. Defraudé a mis amigos. Defraudé al país. Y lo peor de todo, defraudé a nuestro sistema de gobierno. Ahora pienso, “todo es demasiado corrupto”. Defraudé al pueblo americano y tengo que cargar con ese peso el resto de mi vida. Mi vida política se acabó…

Un primer plano final muestra la cara de Richard Nixon hinchada y devastada por la soledad, la autocompasión y la derrota. Y pensar que todo fue por unas simples chuzadas al partido rival…