viernes, 30 de diciembre de 2011

Luis Carlos Restrepo tiene la razón (pero no toda)



Para decirlo en términos coloquiales, la pelea que hoy tienen casada la Fiscal General de la Nación, Viviane Morales, y el excomisionado de Paz, Luis Carlos Restrepo, está más enredada que un costal de anzuelos. Míresela por donde se la mire, queda la impresión de que hay cosas en las que ambos tienen razón, por lo que resulta tarea bien difícil tomar entusiasta partido por uno de los dos bandos.

http://www.semana.com/opinion/restrepo-tiene-razon-pero-no-toda/169507-3.aspx

Para empezar, en relación con la carta que Restrepo le envió a Morales donde le hace veladas acusaciones a Carlos Alonso Lucio por su participación en las conversaciones de Ralito, tiene razón la Fiscal en que "él (Restrepo), en su calidad de funcionario, estaba en la obligación de denunciar. ¿Por qué le falló la memoria durante seis años y se viene a acordar ahora de ese hechos, supuestamente delictivos?" Además, después de leer la carta citada queda la impresión de que tiene cierto tono intimidatorio, pues hace un recuento farragoso de la presencia de Lucio en dichas conversaciones, pero no apunta a nada específico ni señala X o Y comportamiento delictivo, sino que se va por las ramas, como diciendo “yo sé quién sabe lo que usted no sabe”.

Ahora bien, el enredo radica precisamente en que la Fiscal carga con un lastre muy pesado, llamado Carlos Alonso Lucio, del que se agarran tanto los uribistas inculpados para descargar toda su artillería contra el ente acusador, como las personas que de buena fe quieren advertir sobre el riesgo que para una correcta administración de justicia representa la cercanía íntima con un personaje tan cuestionado, cuyas ejecutorias y saltos entre bandos opuestos lo ubican fácilmente en la categoría de Rasputín criollo, como también en la de traidor a más de una causa, para caer luego cobijado por una sospechosa conversión al cristianismo.

Es de todos modos de admirar el valor civil que hoy muestra Viviane Morales, en medio de una tormenta en la que tiene mil ojos encima escudriñando los alcances de cada decisión que toma, mientras sale en defensa de su marido ante los señalamientos que desde todos los frentes le(s) caen. Lo que no sabemos es si ese valor civil le(s) alcanzará para resistir la tormenta que apenas se anuncia, o si terminará por triunfar la gavilla.

Para acabar de enredar el costal de anzuelos, el presidente Juan Manuel Santos metió baza cuando salió en defensa de la Fiscal ("yo tengo que juzgarla por sus resultados”), al tiempo que en lo referente a la falsa desmovilización del frente Cacica La Gaitana descargó todo el peso de la prueba en Luis Carlos Restrepo: "quien tenía que hacer todos los trámites para una desmovilización de esa naturaleza, que es colectiva, era el Alto Comisionado para la Paz". Y cual si rindiera versión libre, exoneró de culpa al general Mario Montoya: "tendría que ser Mandrake para haber inventado esa desmovilización como comandante del Ejército, porque él había sido nombrado tres días antes".

Es aquí donde el sentido común nos obliga a ponernos del lado de Restrepo, pues un montaje tan sofisticado –sobre todo en lo logístico- como el de la citada falsa desmovilización se ajusta más al calibre de un operativo de inteligencia militar que al de una trama orquestada por un funcionario gubernamental que antes de ese cargo se había desempeñado como consultor Científico de Naciones Unidas. (Lo sé porque trabajé a su lado, como consultor de Medios).

El argumento del presidente Santos a favor de Montoya es deleznable, pues daría para pensar que como apenas llevaba tres días en la comandancia del Ejército, en los días anteriores no supo qué pasaba en los cuarteles, de modo que le habrían montado a sus espaldas un operativo que –vaya paradoja- enaltecía la imagen de la institución castrense. Y agrega Santos: "no creo que el general hubiera sido el que se craneó esta falsa desmovilización, porque no tenía la capacidad ni la atribución". Mentira elefantástica, porque cuando aún no era comandante del Ejército el general Montoya –cercano como ninguno al presidente Álvaro Uribe- sí tenía la capacidad y la atribución y los recursos a su disposición para ‘cranear’ dicho montaje.

El enredo se hace todavía más enmarañado cuando vemos que el propio Uribe salta cual liebre en defensa tanto de su excomisionado como del general Montoya ("Luis Carlos Restrepo y el Ejército actuaron de buena fe"), desconociendo que es el propio Restrepo quien ahora reclama explicaciones al más alto nivel: “Al general Montoya le pido que dé la cara y explique qué fue lo que sucedió, porque ahora solo quieren echarme a mí la responsabilidad”.

En medio de semejante berenjenal, lo que comienza a quedar claro es que desde el más alto nivel están buscándole un chivo expiatorio a la desmovilización del falso contingente guerrillero, y que quien mejor reúne el perfil para ese propósito es el ex comisionado de Paz. Salta también a la vista que Restrepo comienza a sentirse acorralado, pues ha espetado unas declaraciones cargadas de emoción contra el presidente Santos (“mentiroso”, “enano político”, “traidor que guarda el puñal bajo la capa”) que en nada le favorecen, porque con ellas sólo contribuye a quedarse aún más solo, quizá sin prever que la daga asesina pueda provenir de quien menos lo espera.

Sea como fuere, no es posible dejar de advertir que a su modo Luis Carlos Restrepo también terminó traicionando una causa, pues de moverse en un círculo académico e intelectual ligado al progresismo y a la izquierda migró sorpresivamente a las filas del más recalcitrante uribismo, lo cual le brindó un enorme poder político y lo catapultó a la cúspide de la fama, pero lo condenó al desprestigio entre quienes antes más lo admiraban, y lo sumergió en una vorágine de la que hoy está pagando las más caras consecuencias.

Pero ahí sí, como dice el dicho popular: “quien le manda...”

lunes, 12 de diciembre de 2011

El extraño caso del doctor Santos y míster Hyde

Algún día la historia contará que un hombre de derecha como Álvaro Uribe Vélez se camufló en el liberalismo porque sabía que ahí le iría mejor que en el partido más afín a sus ideas, el Conservador, y llegado al poder se dedicaría tanto a fortalecer al partido de sus amores como a destruir al que le sirvió de fachada.

Eso de fingir pertenencia a una organización política mayoritaria pero practicar una ideología antagónica es una estrategia sin duda brillante, aunque perversa, pues se ajusta al ‘todo vale’, algo que desde la contraparte se conoce como la aplicación de todas las formas de lucha. Son estrategias que desde orillas opuestas apuntan básicamente a lo mismo, la conquista del poder a como dé lugar, en fría constatación de que los extremos se juntan.

Ahora bien, lo que ni el propio Uribe esperaba era que su exministro de Defensa, Juan Manuel Santos, hubiera resultado tan buen alumno de sus enseñanzas que en contraprestación dialéctica se camufló habilidosamente en el uribismo para llegar a la Presidencia y, ya llegado a ésta, se dedicó tanto a fortalecer al partido de sus amores, el Liberal, como a minar los cimientos del proyecto uribista y del conservatismo, mediante lo que se percibe como una lucha frontal contra la corrupción que campeó en el gobierno de Uribe.

Es de caballeros admitir que a Santos no se le conoce participación en dicha corruptela –a excepción quizá de los ‘falsos positivos’, que él mismo destapó-, pero sobre todo es de elemental justicia apoyar los esfuerzos que ha venido haciendo para reunificar a un liberalismo diezmado y golpeado por las hordas uribistas en las que éste fingió militar y sentirse a gusto, tan a gusto que fue el artífice del partido de la U, en apariencia para reelegir a Uribe pero en realidad fabricado a la medida de sus aspiraciones.

En la que ya se conoce como una confrontación cada vez más enconada entre Santos y Uribe, no se pueden pasar por alto las coincidencias: del mismo modo que éste nombró en su gobierno a un ‘talentoso’ exponente del conservatismo como Andrés Felipe Arias e intentó depositar en él la semilla de su continuidad (semilla que no germinó, por motivos de autos conocidos), Santos llamó a su gabinete a un reconocido contradictor de Uribe como Juan Camilo Restrepo en la cartera que Arias ya había ocupado, y no contento con lo anterior nombró en el ministerio de la política a Germán Vargas Lleras, culpable en gran parte de haberle dañado la segunda reelección a Uribe, y ‘quemó’ a Rodrigo Rivera dejándolo un rato en el ministerio de Defensa, y en semanas recientes incorporó a Rafael Pardo, quien pasó de la presidencia del partido Liberal al ministerio del Trabajo, en clara demostración de lo que se trae entre manos.

Es más, para no dejar duda sobre sus verdaderas intenciones intentó honrar con su presencia la Constituyente Liberal del pasado fin de semana, pero viendo que podía parecer una jugada políticamente incorrecta delegó la representación en cuatro de sus ministros, entre ellos el del Interior, quien leyó un sentido mensaje de su jefe donde manifestaba que “nunca he renunciado al ideario liberal”. Constituyente en la que por cierto “triunfó la línea dura santista”, según palabras del nuevo presidente de ese partido, Simón Gaviria.

Estamos pues ante un Juan Manuel Santos que de la noche a la mañana pasó de míster Hyde a doctor Jekyll (parodiando a R.L. Stevenson), en una maniobra si se quiere del más fino corte uribista, pero en la que el principal damnificado ha sido hasta ahora su propio ‘maestro’. Sea como fuere, la reunificación del liberalismo aupada por el mismísimo presidente de Colombia en ejercicio invita al optimismo nacional, pues es en la correcta aplicación de las ideas liberales –tanto en lo filosófico como en lo político- que el país puede retomar la extraviada senda de la justicia y la paz social.

Sólo hay una circunstancia desde ningún punto de vista liberal (sino todo lo contrario) que pone a flaquear la confianza depositada, y es la resurrección que mediante la reforma a la justicia se pretende hacer del fuero militar, en un contexto donde pareciera que se intenta aprovechar el rotundo prestigio del gobierno actual para colar una eventual impunidad por lo de los ‘falsos positivos’, eufemístico nombre que designa el asesinato a mansalva de más de 2.000 jóvenes inocentes por parte de miembros del Ejército para hacerlos pasar como bajas propinadas a la guerrilla, en lo que constituye un monstruoso crimen de lesa humanidad.

Así las cosas, del mismo modo que hoy nos alegramos al comprobar que un personaje tan de doble faz como Álvaro Uribe Vélez encontró en Juan Manuel Santos Calderón la semilla de su propia destrucción, no deja de preocuparnos que el que hoy se presenta como el más ponderado, ecuánime y liberal Presidente de todos los colombianos, el día menos pensado se nos transforme de nuevo en el ominoso míster Hyde...

viernes, 2 de diciembre de 2011

El fraude no es correcto


Aunque no fui seguidor del programa Yo me llamo y de lo poco que vi me gustó Rubén Blades, llamó la atención al día siguiente de la premiación un artículo en Kien&ke.com de Umberto Valverde, toda una eminencia en el tema de la salsa, quien decidió descender a los frívolos confines de la farándula para denunciar lo que según él fue una “maniobra”, consistente en que “ganó Rafael Orozco porque el Canal Caracol está a punto de lanzar una telenovela o un seriado sobre la vida de este cantante”.


http://www.semana.com/opinion/fraude-no-correcto/168490-3.aspx


En sustento a su tesis (que no deja de ser una acusación), Valverde afirma que “después de la alta votación de Marc Anthony el día anterior, ocupando el primer lugar, Rafael Orozco se clasificó de primero, relegando a Nino Bravo al segundo puesto y al salsero al tercero”.


Podría parecer un asunto trivial pero, en la medida que convocó los más altos niveles de audiencia y de por medio hay consideraciones éticas, es lícito que el tema se trate en un ámbito de mayor altura intelectual. Y que se esclarezca, porque en caso de resultar cierto el señalamiento del musicólogo y escritor se estaría ante un fraude ‘electoral’, en el que miles de televidentes habrían sido engañados en sus verdaderas preferencias, así sus repercusiones no pongan a temblar los cimientos de la democracia. La sensación de engaño se vio reforzada con múltiples testimonios a varios medios, de personas que al parecer intentaron votar por Nino Bravo pero la plataforma de Caracol se los impedía.


Ligado a este tema hay uno que podría parecer de menor trascendencia, pero que hace referencia a otra posible modalidad de ‘fraude’ por parte del mismo canal. Nos referimos a El precio es correcto, un programa de concurso en la franja del mediodía donde de entrada hay que descerrajarse el cerebro para entender por qué el público y los concursantes se la pasan brincando y gritando como micos amaestrados, sin que a nadie le sorprenda. Pero no es ahí donde queremos apuntar, sino a la escogencia que hace el animador, Iván Lalinde, del (la) concursante que pasa a enfrentar cada prueba.


Cada uno de los cuatro participantes previamente seleccionados debe tratar de adivinar el precio correcto de un producto, y el que más se acerque “sin pasarse” es el elegido. Es aquí donde queda la impresión de que el animador escoge a su gusto, porque lee de una tarjeta que tiene en sus manos la supuesta cifra correcta, pero no la muestra, ni a los concursantes ni al televidente. No se descarta que el programa actúe con honestidad y que en todos los casos sea el precio correcto, pero lo incorrecto radica en que el animador no muestra la cifra, dejando así la puerta abierta a que el concursante sea escogido con base en criterios de selección previamente definidos por los productores.


Por ejemplo, por razones de ‘casting’: para tratar de acertar en mi análisis, en varias ocasiones hice el ejercicio de adivinar a quién escogería si yo fuera el animador, y diría que acerté por lo menos en un 90 por ciento, basado en variables como belleza física, histrionismo del concursante o procedencia geográfica. En este último rango pude observar que rara vez (por no decir nunca) se queda por fuera un participante que resida fuera de Bogotá.


Es posible –repetimos- que el programa esté actuando con total corrección, pero la duda germina de modo lícito cuando no se cumple con la obligación de mostrar el reverso de la tarjeta con el precio que el animador ha ‘leído’, obligación entendida en el contexto ético de brindar tranquilidad a todos: público asistente, concursantes, televidentes y malpensados, como el suscrito.


Es pertinente al respecto traer a colación el escándalo que se desató en Estados Unidos en 1958, cuando se supo que el más popular programa de concurso de la NBC, “Twenty One”, había acudido a una trampa para reemplazar a un concursante por otro de noble familia y mejor registro visual, con el único propósito de aumentar la audiencia. Del suceso se conoce una película, Quiz Show, mal traducida al español como El dilema, dirigida por Robert Redford, protagonizada por Ralph Fiennes y John Turturro, nominada a cuatro premios Óscar y ganadora del premio Círculo de críticos de cine de Nueva York a la mejor película de 1992.


Esto da una idea de la importancia que la farándula puede llegar a tener en la sensibilidad emocional de una nación, sobre todo cuando se trasgreden lineamientos éticos para elevar los niveles de audiencia o captar un mayor número de anunciantes, en función en últimas de mejorar la rentabilidad económica de un canal.


Así las cosas, mientras se esclarecen los señalamientos que se le hacen a Caracol TV por la supuesta manipulación que ejerció para escoger en Yo me llamo al cantante más afecto a sus intereses, no sobra recordar una muletilla que a menudo pronuncia un locutor deportivo de RCN: “juego limpio señores, juego limpio”.


domingo, 13 de noviembre de 2011

¿Cómo entender la derrota de Serpa?


En lo que se debe considerar un comprensible gesto de solidaridad con Horacio Serpa Uribe, cuya señora madre falleció justo el día anterior a la elección del pasado 30 de octubre, pocos analistas han incluido al gobernador de Santander entre los grandes derrotados de la contienda electoral. Duelo en doble o quizá triple dimensión, pues coincidió con la derrota de su candidato a la gobernación de Santander, Luis Fernando Cote Peña, y con la del candidato a la alcaldía de su amada Barrancabermeja, Darío Echeverry Serrano.


http://www.semana.com/opinion/como-entender-derrota-serpa/167535-3.aspx


Fueron cuatro secretarios de su despacho los que se retiraron para aspirar a un cargo de elección popular: además de los dos ya citados (del Interior y de Agricultura respectivamente), su exsecretaria de Planeación Consuelo Ordóñez de Rincón quiso la candidatura a la alcaldía de Bucaramanga, pero fue derrotada por Luis Francisco (Lucho) Bohórquez Pedraza; y a la secretaría de Desarrollo renunció Héctor Josué Quintero Jaimes, más conocido como ‘Vasito de agua’, en busca de la alcaldía de Girón. De esos cuatro el único que triunfó fue ‘Vasito’, quien, vaya paradoja, no provenía del Partido Liberal sino del Polo Democrático.


Si nos diera por aplicar refranes, hay uno que se ajusta como ninguno a la situación descrita: nadie es profeta en su tierra. ¿Cómo es posible, acaso, que quien en tres ocasiones fue escogido en las encuestas como el mejor gobernador (dos veces por la firma Cifras y Conceptos y otra por Colombia Líder), presentó los mejores índices en lucha contra la pobreza, se declaró a su administración como la más transparente (Corporación Transparencia por Colombia), obtuvo la más alta calificación en calidad educativa y presentó el Mejor Plan de Desarrollo 2008 – 2011, no hubiera logrado siquiera conseguirle un buen partido a la niña de sus ojos, Barrancabermeja?


Esto de entrada hablaría mal de los santandereanos, sobre todo de los barranqueños, pues los pondría en la categoría de ingratos. Sin descartar lo anterior, las razones de semejante entuerto se deben buscar también en los errores del proponente, por un lado, y por otro en las cualidades del rival que Serpa pretendía vencer en franca lid.


Es un hecho indiscutible que al comenzar la campaña el triunfo de Cote Peña se daba por descontado, tanto por el padrinazgo recibido como por sus méritos profesionales, en lo que atañe a un funcionario correcto y ejemplar, cuyo único lunar (si eso es lunar) radicaría en que le fue mejor como ejecutivo que como político. A lo anterior se sumaba que quien iba a ser su oponente, el coronel Hugo Eliodoro Aguilar, fue acusado y puesto preso por supuestos nexos con grupos paramilitares, lo que hacía presumir que sería una pelea de toche con guayaba madura.


Es a partir de este momento donde el azar comenzó a hacer de las suyas, pues nadie esperaba que el ungido hijo del coronel, el excónsul Richard Aguilar Villa, de sólo 30 años y sin mayor experiencia en lo administrativo, le diera validez a otro refrán: hijo de tigre sale pintado. O mejor, magnificado, pues con el paso de las semanas demostró que lo que le faltaba en experiencia gerencial lo había reemplazado con una ‘garra’ política que no se la esperaba ni el mismo Serpa, a tal punto que cuando sólo faltaban unos días para la elección final ya se presentía que sería más bien una pelea de felino con burro amarrado.


Y hablamos del azar por lo siguiente: es sabido que Lucho Bohórquez buscó la candidatura a la gobernación por el Partido Liberal y se le entregó como premio de consolación la alcaldía de Bucaramanga, porque Serpa quería a Cote en la Gobernación, lo cual significó sacrificar a Consuelo Ordóñez, una liberal disciplinada. Pero después del triunfo de Aguilar se vino a entender que otra quizá habría sido la suerte si la Ordóñez hubiera enfrentado a Martha Pinto y el carisma personal de Lucho hubiera enfrentado al carisma del hijo del coronel, pues si algo se notó al final de la jornada fue que a Cote le faltó precisamente eso: carisma, garra política, untarse de pueblo. Nadie se esperaba, digámoslo a calzón quitado, que Aguilar Villa tuviera la fortaleza física y casi el don de la ubicuidad para estar en tantos sitios posibles en tan poco tiempo y en todos con su sonrisa amplia, en una maratón que terminó por dejar rezagado a su contrincante.


Algo parecido aunque a menor escala ocurrió en Barrancabermeja, donde un candidato cuestionado como Elkin Bueno, pero hacedor de ‘pinos’ en sus dos alcaldías anteriores, apabulló a Darío Echeverry, un funcionario y político con un perfil similar al de Luis Fernando Cote.


A modo de síntesis, pues, es un hecho incuestionable que Horacio Serpa sale fortalecido con una gobernación casi impecable, pero que cometió errores en la escogencia de los continuadores de su obra. De otro lado, falta por determinar si la supuesta ingratitud de los santandereanos aquí esbozada terminará por pasarles cuenta de cobro, o si brillará una nueva luz para su departamento.


En otras palabras: amanecerá y veremos, como dijo el ciego.


viernes, 21 de octubre de 2011

Petro porfiado preocupa


El 18 de septiembre de 2008 Datexco elaboró una encuesta para El Tiempo y La W, donde les preguntó a 1.400 colombianos por quién votarían para suceder al presidente Álvaro Uribe. Lo sorprendente fue que el primer lugar se lo llevó el entonces senador Gustavo Petro, con un exiguo 8,0 por ciento, pero diciente al observar que les ganó a pesos pesados de la talla de Noemí Sanín (6,4), Germán Vargas Lleras (5,7), Sergio Fajardo (5,3), Íngrid Betancourt (5,0), Carlos Gaviria (4,4), Antanas Mockus (3,4), Francisco Santos (3,4), Andrés Felipe Arias (3,2), Lucho Garzón (3,2) y Juan Manuel Santos (3,0), en ese orden.


http://www.semana.com/opinion/petro-porfiado-preocupa/166398-3.aspx


Hoy la arena política nos muestra de nuevo a Petro punteando en las encuestas, sólo que ahora para la alcaldía de Bogotá, y lo que ayer fue precocidad hoy es preocupación de muchos sectores ante la eventual –por no decir inminente- posibilidad de que Petro, porfiado, llegue a ocupar el segundo cargo más alto de la nación. Se trata de una preocupación particularmente peripatética, pues la comparten por igual y quizá con la misma intensidad sectores tan disímiles como las mafias de todo pelamen que denunció desde el Congreso, pasando por poderosos grupos económicos que temen verlo crecer, hasta un espectro de la izquierda democrática e intelectuales a los que se les creía ‘progresistas’, como Daniel Samper Ospina o Héctor Abad Faciolince.


A Samper Ospina se le entiende, porque por mucha pinta de bluyín y tenis que acostumbre usar, su irrenunciable condición de miembro de la aristocracia bogotana no sintoniza con el llamativo color de las corbatas que Petro prefiere portar, profano del buen gusto en asuntos de vestimenta, se le admite. Pero que al mismo hombre que escribió El olvido que seremos se le escuche por la radio lanzar poderosa perorata contra quien lidera el favoritismo en Bogotá, es asunto que puede presuroso producir cierto vértigo conceptual. ¿Cuál de los dos está errado?, es la pregunta pertinente.


En busca de una respuesta honesta y acertada, es imperativo remitirse a la confrontación que con toda altura sostuvieron el 29 de septiembre por La W Carlos Vicente de Roux –cabeza de lista al concejo del movimiento Progresistas- y el escritor Héctor Abad, en la que este último dijo de Petro que “no me inspira confianza su mirada lateral, su manera de hablar y su no aceptación de la calvicie”, y en otro aparte lo describió como “hábil y ladino”.


Fue un ataque hasta cierto punto despiadado, donde además de tan catilinaria descripción lo ubicó como “el candidato chavista” (pese a que Petro hace años afirmó haberse bajado de ese bus), y en tal condición lo acusó de “populista”, y dio como prueba que éste dijo que el transporte debe ser más barato, lo cual a Abad le parece dañino, en la medida en que “querer bajar los servicios públicos es incentivar la cultura del no pago”.


A de Roux le pareció “irresponsable” que este “formador de opinión” emparente a Petro con Chávez, pero la discusión no está ahí, ni en saber si abaratar el transporte es populista o realista, o imperativo, incluso. Lo lamentable del corto circuito entre Abad y Petro está en comprobar que un político y un escritor tan dignos de admiración se hallen en orillas tan opuestas, quizá irreconciliables.


Abad hace claridad en que su visión es la del escritor, o sea que sus apreciaciones sobre el candidato se ubican en el ámbito de lo literario, por no decir de lo subjetivo. Y hay otra condición que también pesa, como es su entrañable amistad con Carlos Gaviria Díaz, quien con justificada razón no baja a Gustavo Petro Orrego de traidor a una causa política que juntos compartieron. Pero es aquí donde los cables de la apreciación comienzan a enredarse, pues cuesta trabajo pensar que la estima que también se siente por este exmagistrado y excandidato a la presidencia –o por Jorge Enrique Robledo, otro admirable- pueda ser fundamento para odiar a Petro.


Es comprensible que Abad Faciolince se exprese en tan duros términos contra éste, cuando de por medio está además la solidaridad con su amigo Carlos, en gesto que lo enaltece. Pero hay algo que cuesta trabajo digerir, quizá porque se configura desde el reino del absurdo: que figuras tan ilustres de la izquierda democrática como Gaviria, Robledo o Petro sólo se entiendan a los trancazos, enfrascados en un choque de vanidades personales que deja a los simpatizantes de la unidad en un limbo del que sólo ellos son culpables.


Sea como fuere, lo verdaderamente sorprendente es que Petro haya llegado en tan poco tiempo a donde hoy está, pese a que su principal cualidad no es la simpatía y el don de gentes. En este terreno les cabe razón a quienes le ven cierto carácter ´pétreo’, ajeno a los afectos, que puede incluso suscitar desconfianza. Pero es allí donde se puede concluir que ha hecho sus votos a puro pulso, afincado en el solo peso de sus argumentaciones y en una facilidad de palabra que le permite sustentar con frialdad, demoledora certeza y gran coraje lo que muchos pensaban pero pocos se atrevían a expresar.


Es razonable la preocupación que a muchos envuelve (sobre todo a los sectores más afines al expresidente Álvaro Uribe), ante la eventualidad de que Petro siga creciendo. Él mismo debe saber que no será un camino de rosas, y que si llega a conquistar la alcaldía de Bogotá le lloverá por igual fuego graneado desde los flancos izquierdo y derecho, en lo que sería un proscenio político particularmente peripatético.


Pero el peligro principal no radica en que Gustavo Petro sea el próximo alcalde de Bogotá, sino en que resulte de pronto un buen gobernante, pues ello lo pondría de inmediato en asiento de primera fila hacia la Presidencia de la República. Y eso sí que sería serio motivo de pertinaz preocupación para más de uno…


jorgegomezpinilla@yahoo.es

viernes, 14 de octubre de 2011

EL GIRONÉS denuncia uso fraudulento y criminal de fotos suyas

Esta historia comienza el 2 de enero de 2011, cuando en Elgirones.com publicamos una noticia alusiva a un calendario que distribuyó Héctor Josué Quintero Jaimes, más conocido como ‘Vasito’. Allí reprodujimos su calendario y lo acompañamos de una foto tomada en el auditorio de la Casa Pastoral durante un evento, donde se ve a ‘Vasito’ pasándole el brazo a su amigo Hernando Uribe Márquez.


Pues bien: cuál no sería nuestra sorpresa al comprobar que la foto citada fue objeto de un fotomontaje, mediante el cual reemplazaron la cara y el torso de Hernando Uribe por el del actual alcalde Luis Alberto Quintero (de modo que se ven cual si fueran viejos compadres) y la publicaron en un pasquín de cuatro páginas infestado de propaganda negra, que distribuyeron en las calles del sur de Girón, donde el candidato mencionado tiene mayores adeptos.


http://www.elgirones.com/inicio/EL-GIRONES-denuncia-uso-fraudulento-y-criminal-de-fotos-suyas#new


Lo primero a considerar es que dicha publicación impresa constituye prueba material de un delito, tanto el de calumnia e injuria como el de persecución. No tenemos duda de que se trata de una actividad criminal, en la que se nos involucra de manera indirecta, al utilizar no una sino siete veces material fotográfico tomado sin permiso alguno de Elgirones.com.


Es por eso que desde ya nos declaramos víctimas de los delitos arriba enunciados, motivo por el cual estamos dispuestos a rendir testimonio ante la justicia cuando se requiera, a la vez que demandamos de las autoridades una investigación y un juicio que castigue como corresponde a los autores materiales e intelectuales de estos delitos. Estamos convencidos de que no será nada difícil dar con ellos, en la medida en que han ido dejando pistas regadas por todo el municipio, incluida la captura de dos sujetos.


A modo de aporte a la investigación requerida, nos permitimos reseñar todo el material fotográfico nuestro que fue usado de manera fraudulenta:


1. Foto publicada el 2 de enero de 2011, donde se veía a ‘Vasito’ con Hernando Uribe, pero éste fue reemplazado por el alcalde Luis Alberto Quintero. Esta foto trucada fue reproducida en las páginas 1 y 3.

Foto publicada el 2 de enero de 2011, donde se veía a ‘Vasito’ con Hernando Uribe, pero éste fue reemplazado por el alcalde Luis Alberto Quintero. Esta foto trucada fue reproducida en las páginas 1 y 3.

Foto del alcalde Luis Alberto Quintero con su amigo Freddy Anaya, quien sostiene un ejemplar de EL GIRONÉS. Esta foto fue reproducida en las páginas 1 y 2.

Foto de Héctor Josué Quintero ante un auditorio, de cuando era secretario de Desarrollo de la Gobernación. Publicada en la página 2.

Dos fotos del padre Jorge Ríos, una tomada en la casa cural (página 1) y otra durante una manifestación contra el basurero en Girón, publicada en la página 4.


Vemos en la publicación reiterada de dicho material la intención de ubicarnos en la escena del crimen como posibles sospechosos, sin dejar de advertir que en aspectos como la calidad de su impresión (que permitiría ubicar al impresor), el diseño o el manejo estratégico de la redacción y la titulación, se dejan ver los que para nosotros podrían ser los verdaderos sospechosos.


Hacemos énfasis en que mediante una seria investigación es posible llegar con facilidad a los autores materiales e intelectuales de este ataque rastrero y criminal.


® EL GIRONÉS


domingo, 9 de octubre de 2011

“A todos hay que recibirle”



Aquí en Girón (Santander), donde vivo, tengo un vecino que es dueño de una tienda donde venden la cerveza más fría del barrio. Pero el atractivo principal no es ése, sino que allí se practica la mejor conversación de toda la cuadra. El barrio se llama La Campiña y él se llama Heriberto, y la tienda se llama Beto, para más señas.


Heriberto –a quien nunca le he dicho Beto- acaba de estrenar gafas. No tuve que preguntarle dónde las había comprado, porque él mismo me contó que se las regaló un candidato al concejo. Cuando quise hacerle ver que eso es vender el voto, con la sonrisa que siempre le acompaña me concedió la más filosófica de todas las respuestas: “no importa, porque no es el único regalo que me han dado”.


http://www.semana.com/opinion/todos-recibirle/165631-3.aspx


Por la alegría de su mirada pude notar que el hombre se siente muy a gusto con lo que le está pasando, y no es para menos, pues sólo en las dos últimas semanas otro candidato al concejo lo ‘atendió’ con la fumigación de su tienda, y uno diferente a los dos anteriores lo invitó a un almuerzo con “lo típico de Chucurí”, y otro le regaló una pala que no necesitaba, e incluso hubo un candidato a la alcaldía que pasó anunciando la rifa de balones de fútbol autografiados por el ‘Pibe’ Valderrama para los que asistieran a la inauguración de unas canchas, con la asistencia del mismísimo famoso jugador, donde lo primero a considerar es si tiene presentación que una figura tan emblemática de la idiosincrasia nacional se preste para ser usado de esa manera. Por lo visto el ‘Pibe’ debió pensar que no le sobraban esos pesos, aunque no se entiende muy bien qué tanto puede aportarle un futbolista que vive en Santa Marta al debate electoral de Girón.


En esta brega he podido comprobar además que son los tenderos los más agasajados, y ello se explicaría en que es desde las tiendas que se corre el ‘voz a voz’. Pero no se piense que son ellos los únicos beneficiados, no. Entre muchos gironeses (y cuando digo muchos son más que bastantes) se da por descontado que la mayoría de votos no los consigue el que plantea las más atractivas propuestas de desarrollo, sino el que más regalos da o mejores favores hace. Como éste: la campaña de un candidato a la alcaldía recoge firmas para lograr que a la empinada calle principal de La Campiña le pongan reductores de velocidad: el candidato propone que si se consiguen “al menos cien firmas”, él logrará que la alcaldía ponga los ‘policías acostados’. De donde se concluye que el candidato busca “al menos” cien votos entre los residentes sobre esa vía, y que si logra cumplir su promesa antes del 30 de octubre, tendría que ser porque es amigo del alcalde.


A la campaña de otro candidato a la alcaldía -¿o tal vez es la misma?- se le escucha anunciar con ruidoso megáfono el funcionamiento de un ´restaurante comunitario’, con almuerzo gratis para todos los que quieran “acompañarlo en su aspiración”. Y así podríamos seguir citando casos, donde se hace evidente que en muchos pueblos de Colombia la actividad política electoral se concentra en la repartición de favores, fiestas, palas, rifas, balones, diversión y comida al por mayor.


Lo llamativo del asunto es que la gente no se siente haciendo algo indebido al aceptar tales ‘atenciones’, quizá porque provienen de tan variados pretendientes. El negocio consiste básicamente en que de un lado hay una sarta de candidatos locales desesperados por hacerse cada uno a su propia clientela para asegurar el triunfo, y del otro están los que reciben la paga cuantas veces la ofrezcan, sólo que “sin compromiso”, pues ni modo de comprobar si depositó efectivamente su voto por quien pretendió comprárselo.


Sea como fuere, basta observar que tales prácticas están tan enquistadas en el trajín electoral de nuestros pueblos, que desde ya se puede cantar derrota en la lucha por tratar de erradicar el clientelismo, sobre todo en tiempos de campaña. Tratándose de un mercado donde la oferta supera con creces la demanda, es comprensible entonces la respuesta cargada de sabiduría popular que me dio Heriberto cuando traté de convencerlo de que uno no debe vender el voto: “no señor, usted está equivocado. A todos hay que recibirle” (sic).


domingo, 25 de septiembre de 2011

La perversión casi obligada del poder


Hay un tema que en el decurso de la humanidad siempre ha ejercido una fascinación especial sobre doctos y legos, y tiene que ver con el modo en que el manejo del poder pervierte a sus usufructuarios. Oriana Fallaci decía que “toda forma de poder corrompe, y el poder absoluto corrompe de modo absoluto”. Y la historia no deja de concederle la razón a este aforismo.


http://www.semana.com/opinion/perversion-casi-obligada-del-poder/164823-3.aspx


El caso más llamativo fue el de Adolfo Hitler, quien con su oratoria mágica subyugó a un pueblo que venía con el orgullo herido de una derrota, y le levantó ese ánimo y le hizo creer que eran una raza invencible, capaz de ejercer hegemonía sobre el planeta entero. El resto ya se conoce. Es factible que en un principio ni el propio Hitler imaginara tan poderosa su fascinación sobre las masas, a tal punto que éstas llegaran hasta acompañarlo en la tarea de aniquilamiento sistemático que ejerció sobre el pueblo judío, acorde con su visión particular del mundo que le rodeaba.


Un segundo caso llamativo corresponde a la Inquisición, cuando la jerarquía católica descubrió que el inmenso poder que manejaba sobre sus rebaños le servía incluso para mandar gente a la hoguera, en su gran mayoría mujeres, con el valor agregado de que se quedaban con los bienes terrenales de aquellos a quienes en su ‘infalible’ capricho señalaban como herejes o aliados de Satán. Lo sorprendente aquí es que mientras el imperio de Hitler se derrumbó con una aplastante derrota a manos de los países aliados, la Iglesia Católica no sólo logró salir bien librada de semejante aberración histórica (para no hablar de otras aberraciones), sino que consolidó su poder como hegemonía religiosa mundial, gracias un adoctrinamiento que comienza desde la cuna.


Colombia no podía permanecer ajena a estos fenómenos, y ocho años de gobierno de Álvaro Uribe son la prueba de que mientras más grande es el poder que se detenta, mayores serán los desafueros que el dueño de ese poder y sus adláteres –por no decir cómplices- estarán tentados a cometer. Sólo hasta ahora está comenzando el juicio de la historia, mediante la intervención de la justicia sobre casos cada día más numerosos, pero ya contamos con suficientes elementos de análisis para concluir que la corrupción fue casi una marca de fábrica en la gestión aludida, y que ésta fue posible gracias a que el líder de semejante despelote se mostraba laxo con los subordinados que delinquían, cuando no era él mismo quien propiciaba los desmanes.


Si se nos diera por comparar con Alemania, diríamos que Colombia venía también de padecer una gran derrota a manos de las FARC, que durante cuatro interminables años hicieron de Andrés Pastrana el hazmerreír de un proceso de paz malogrado desde el primer día, cuando alias Tirofijo le dejó la silla vacía en El Cagúan, dando así a entender que por el desayuno se sabría cómo sería el almuerzo. En esas condiciones a Uribe Vélez le quedó ‘de papayita’ la conquista del poder, pues le bastó con exacerbar el miedo y presentarse como el redentor para que un pueblo enardecido por los excesos criminales de la guerrilla no sólo lo eligiera Presidente, sino que le diera carta blanca en su accionar.


No es por casualidad que se trae aquí a colación el tema religioso: es un hecho irrefutable que la devoción católica de Uribe (verdadera o fingida, no es fácil dilucidarlo) reforzó su aureola de liderazgo, sobre todo desde el día en que dijo que “confiando en Dios, derrotaré a la FAR en seis meses”. Y un hombre que de verdad cree en Dios no puede ser un hombre malo –en coincidencia con lo que piensan las señoras-, del mismo modo que se tiende a considerar que a un creyente Dios nunca lo abandona.


En el análisis del poder el tema religioso no se debe perder como punto de referencia, en consideración a lo útil que siempre les ha resultado a muchos poderosos –incluida por supuesto la Santa Madre Iglesia- hermanarse con los más íntimas convicciones sacramentales de las masas para conseguir la más dócil de las manipulaciones. Y que conste, este discurso no pretende cuestionar la existencia de Dios sino la utilización farisea que de su nombre –o mejor, a nombre suyo- han hecho desde siglos inmemoriales los más diversos profetas, pontífices, políticos y demás caterva.


En el caso que nos ocupa, la oleada de optimismo que se suscitó a raíz de la elección de Uribe y que se afianzó cuatro años después con su reelección (cuestionada, pero ampliamente a su favor), fue el caldo de cultivo para la semilla de una corrupción que en los cuatro años siguientes se fue diseminando por todas las esferas, con la tácita aceptación o el velado apoyo de quien en las oficinas del Departamento Administrativo de Seguridad (DAS) era llamado “el número 1”.


Se dirá que es llover sobre mojado, pero a esta altura del partido no es posible obviar que hablamos de un gobierno que utilizó su desmedido poder para perseguir y escuchar clandestinamente a magistrados, periodistas y políticos opositores; que repartió notarías para comprar los votos de la reelección en el Congreso; que sobornó a Yidis Medina y Teodolindo Avendaño con el mismo propósito; que entregó a los más ricos el dinero que era para los campesinos emprendedores (AIS) y desvió los fondos para la campaña de Andrés Felipe Arias; que organizó falsas desmovilizaciones de guerrilleros; que convirtió la Dirección Nacional de Estupefacientes (DNE) en botín de asalto del Partido Conservador; que trabajó con una bancada compuesta en su mayoría por parapolíticos, muchos de ellos hoy en la cárcel; que benefició con una zona franca a los hijos del primer mandatario; que recibió en la Casa de Nariño a un grupo de mafiosos que querían contribuir al desprestigio de la Corte Suprema de Justicia; y que, peor de los peores, propició la matazón de más de 3.000 jóvenes inocentes (benévolamente conocida como los ‘falsos positivos’), frente a la cual el propio Uribe quiso atribuir toda la carga de la culpa a las víctimas cuando dijo que “no estarían recogiendo café”. Algo a todas luces infame, como en su momento lo fue el Holocausto del pueblo judío.


Es factible que personajes como Bernardo Moreno, María del Pilar Hurtado o Sabas Pretelt hubieran actuado apegados a la norma en otras circunstancias, pero ya subidos sobre la cresta de una ola caudillista en la que bastaba una insinuación para que se entendiera como una orden, quizá fueron impelidos a actuar desde la ilegalidad, del mismo modo que en los primeros años del nazismo ganaba más puntos el oficial SS que en la calle pateaba a judíos indefensos.


Ya para rematar, aunque Álvaro Uribe no se cansa de pregonar que tan numerosas acusaciones responden a una “venganza criminal”, es matemáticamente imposible que todas tengan ese origen. Por el contrario, matemáticamente daría para concluir que no se trató siquiera de una “empresa criminal” sino de varias, y que todas fueron planificadas y ejecutadas bajo la tácita convicción de que el inmenso prestigio de su líder les garantizaría la impunidad al menos por cuatro años más, para completar doce.


Es sabido que Uribe confiaba en dejar en las ‘buenas’ manos de su paisano Andrés Felipe Arias la sucesión de su mandato, hasta que el escándalo de Agro Ingreso Seguro se le convirtió en la cuota inicial de su propia hecatombe, que le abrió las compuertas del poder a un bogotano de espíritu colaborador y refinadas maneras que podría terminar por traicionarlo.


De cualquier modo, con estos apuntes sólo se ha querido ejemplificar cómo mientras mayor es el caudal de poder que se maneja, más tentación habrá de desbordarlo. Hoy el turno es para Juan Manuel Santos, a quien se le escucha decir que llegó para gobernar y no para quedarse, por lo que, a diferencia de su antecesor, no se dejaría embriagar por el canto melodioso de las sirenas de la reelección.


¿Será posible tanta belleza, tanto desprendimiento de un poder del que bien podría disponer por otros cuatro años? Amanecerá y veremos, como dijo el ciego.

jorgegomezpinilla@yahoo.es


sábado, 17 de septiembre de 2011

Un libro que confunde


Si una certeza se puede tener al final de la lectura del libro ¿Por qué lo mataron?, de Enrique Gómez Hurtado, es que es más la confusión que aporta que la claridad que genera.


Como se sabe, en torno al asesinato de Álvaro Gómez Hurtado se han tejido dos hipótesis centrales: que fue el resultado de una conspiración de los enemigos del presidente Ernesto Samper Pizano para tumbarlo, o que fue un plan de éste contra sus enemigos, para neutralizarlos. En el primer caso las investigaciones iniciales apuntaron hacia la Brigada XX del Ejército, mientras en el segundo se orientan hacia acusar a Ernesto Samper Pizano de haber ordenado su muerte.


http://www.semana.com/opinion/libro-confunde/164417-3.aspx


Desde el primer capítulo del libro citado el hermano de la víctima se casa con la segunda tesis, la cual se resume en que el cartel del Norte del Valle habría tomado la decisión de matar a Gómez Hurtado para hacerle un favor al gobierno de Samper, sumado a que esa mafia creía que habría un golpe auspiciado por Estados Unidos, del que se formaría una junta cívico militar presidida por el líder conservador, y que lo primero que éste haría sería convocar a una Asamblea Constituyente para revivir la Constitución de 1886, extraditar a los principales capos del narcotráfico y cerrar el Congreso.


A esto alude el testimonio de alias ‘Rasguño’ cuando afirma que por esas fechas varios emisarios de la mafia fueron enviados (no dice por quién, pero se da por descontado) a hablar con Álvaro Gómez para comprar su lealtad o al menos su neutralidad al gobierno. Según el capo, Gómez Hurtado no colaboró con estos intentos: “al doctor Álvaro fue imposible arrimarle; tratamos por todos los medios de buscarle arrimar para que se quedara quieto y ese hombre es muy jodido, ese hombre no quiso recibir plata, ni quiso recibir a nadie” (pág. 95).


Conclusión, “los mafiosos comenzaron a ver en Álvaro Gómez un peligroso enemigo para la estabilidad del gobierno que ellos a toda costa buscaban proteger” (pág. 153). Y para no dejar títere sin cabeza, en lo referente a Horacio Serpa acoge un supuesto testimonio del exministro de Defensa Fernando Botero Zea (hoy prófugo de la justicia), según el cual Serpa le expuso a Botero el análisis que manejaba el alto gobierno “respecto de la necesidad de crear una cortina de humo o un hecho traumático que le quitara por completo el oxígeno a la crisis política derivada del proceso 8.000”.


En refuerzo de su sindicación, Enrique Gómez llega incluso a afirmar que “para Álvaro se hizo evidente que existía algún tipo de acuerdo secreto entre Samper y el Cartel de Cali para habilitar (…) la posibilidad de sometimiento a la justicia en términos sumamente favorables para los capos del cartel”. Es una lástima que Álvaro Gómez no esté vivo para que pueda ratificar dicha ‘evidencia’, como también es otra lástima que los que en este esquema de acusación aparecen como los determinadores del magnicidio –a saber Efraín Hernández, alias ´don Efra’, Orlando Henao, alias ‘El hombre del overol’, y el coronel (r) de la Policía Danilo González– también estén muertos, porque es precisamente allí donde se derrumba todo el peso probatorio de una tesis que pareciera más orientada a provocar un efecto político, que a brindar luces que conduzcan a identificar a los verdaderos autores.


Ya entrados en lo político, es imposible dejar de advertir que las tesis expuestas por el autor coinciden al dedillo con sus ideas conservadoras, tanto en lo referente a la sindicación contra Samper como en la defensa de aquellos hacia donde apuntaron los primeros indicios: la Brigada XX del Ejército –que por cierto fue desmantelada a raíz de este suceso- en complicidad con empresarios y políticos de derecha aliados en una supuesta conspiración golpista que pretendía derrocar a Samper e imponer una junta cívico-militar, la cual habría de ser presidida por Álvaro Gómez mientras se convocaba a elecciones.


En torno a esta segunda hipótesis, lo más avanzado que se conoce es una investigación publicada por Semana en noviembre de 1998, que comienza así: “El jueves 2 de noviembre de 1995*, el mismo día en que mataron a Álvaro Gómez Hurtado, se iba a dar un golpe de Estado en Colombia. Aunque el alzamiento militar contra Ernesto Samper ya estaba abortado por la falta de apoyo del gobierno de Estados Unidos, todo parece indicar que los dos hechos tienen alguna relación”.


Es pertinente citar a Semana y la sesuda investigación –titulada El complot- que publicó en la fecha aludida, porque es el mismo Enrique Gómez Hurtado quien la trae a colación cuando en la página 155 de su libro afirma que esa revista “reitera, con inexplicable insistencia, que ‘Rasguño’ está loco y que lo dicho por él carece de todo fundamento”.


Lo que hizo Semana fue tratar de reunir las fichas del rompecabezas del magnicidio, que incluyó la revelación de un documento con los detalles de lo que definió (sin que hasta hoy lo haya desmentido) como un intento de golpe de Estado a Samper. El documento habría sido hallado en la residencia de un militar en servicio activo, y consistía en “una especie de plan de vuelo en el cual estaban consignadas las motivaciones y el itinerario de la primera etapa del golpe”. Es llamativo a más no poder que en el libro de Enrique Gómez no se hace ninguna alusión a ese documento, como si nunca hubiese existido.


En este planteamiento –que coincide con la primera línea de investigación que siguió la Fiscalía- se escucharon voces documentadas que afirmaron que los golpistas habrían compartido con Álvaro Gómez sus planes, y que cuando éste se negó a secundarlos tuvieron que prescindir de él, porque sabía demasiado. Sea como fuere, según Semana “los investigadores del caso detectaron que al menos en tres oportunidades el comandante de la Brigada XX de Inteligencia, coronel Bernardo Ruiz Silva, trató de desviar la investigación y para ello intentó demostrar que quienes cometieron el magnicidio fueron algunos miembros de las milicias bolivarianas de las FARC en la comuna nororiental de Medellín”.


Es aquí donde de nuevo sale a relucir otra falencia del libro que motiva esta columna, pues a la vez que se hace allí una defensa cerrada del coronel Ruiz –como también de los demás militares en su momento implicados-, pasa por alto el hecho de que tres años después del crimen la Fiscalía ordenó su arresto bajo el cargo de ser el autor intelectual, como también que durante un tiempo el hombre fue prófugo de la justicia, hasta que fue ‘cazado’ en un apartamento de Cedritos, al norte de Bogotá. Es cierto que el 20 de mayo de 2003 fue absuelto por el Juzgado Segundo Penal del Circuito Especializado, pero aquí estamos ante el fallo de un juzgado contra el de otro, que de cualquier modo siembra dudas, ya en el terreno probatorio.


Podríamos extendernos en el análisis a favor o en contra de una y otra tesis –la de Enrique Gómez versus la de Semana-, pero esto daría para otro libro. Baste hacer claridad en que ante la pregunta ¿por qué lo mataron? el libro no sólo no plantea ninguna respuesta coherente (según Antonio Caballero “insinúa muchas pistas pero no sigue ninguna”), sino que elude la que también podría ser una hipótesis para nada descartable: que alias ‘Rasguño’ haya sido puesto ahí por los verdaderos autores del magnicidio, para seguir desviando y entorpeciendo la investigación.


En caso tal, el libro estaría mandado a recoger.


* Ese día se conmemoraba el cuarto aniversario del arma de Inteligencia del Ejército.


jueves, 1 de septiembre de 2011

Ernesto Yamhure, testaferro intelectual de Uribe (además)



Esta columna que escribí para Semana.com en enero de este año, donde comentaba una columna de Ernesto Yamhure en El Espectador (y otra que hizo el mismo día para Caracol) , permitiría pensar que Ernesto Yamure actuaba como testaferro intelectual de Álvaro Uribe (además de Carlos Castaño), cuando para tal menester era requerido:


sábado, 27 de agosto de 2011

Mockus, ¿en el lugar equivocado?


En abril de 2010, no hace siquiera dos años, Colombia vivía una situación muy particular: las encuestas para la primera vuelta electoral a la Presidencia daban como ganador a Antanas Mockus, lo cual presagiaba una debacle del uribismo a manos de la Ola Verde, un movimiento masivo y casi espontáneo de rechazo a la ilegalidad, con fuerte raigambre juvenil. Una de esas encuestas advertía que “si la segunda vuelta fuera mañana entre Juan Manuel Santos y Antanas Mockus, este último obtendría un 50 por ciento de la votación, contra un 44 por ciento del candidato uribista”.


Esto llevó por un lado a que el presidente Álvaro Uribe se ‘encabritara’ y comparara a Mockus con “un caballo discapacitado”, mientras por el otro la campaña santista se veía obligada a efectuar una apresurada reingeniería, que incluyó desde retornar al uso de la U para reforzar la raigambre uribista, hasta contratar al oscuro asesor J.J. Rendón para que fabricara sus acostumbradas “picardías”.


En medio de unas circunstancias tan propicias, lo que nadie esperaba en las filas entusiastas de la Ola Verde era que Antanas Mockus llevara en su interior la semilla de su propia destrucción, con declaraciones como la de manifestarse a favor de que los médicos devengaran un sueldo de un millón de pesos. Con lo cual perdió, por lo menos, un millón de votos (y de amigos) del sector de la salud.


Hoy es un hecho demostrable que la estruendosa derrota de Mockus obedeció en parte al timonazo que le dio a su campaña Juan Manuel Santos, pero en parte mayor contribuyeron los continuos resbalones y metidas de pata del candidato verde, llegándose a una segunda vuelta en la que el primero le cogió al segundo una delantera de casi… ¡cinco millones y medio de votos! Según Horacio Serpa, “el triunfalismo inicial que le dieron los sondeos, la falta de experiencia en cuestiones electorales y errores de comunicación, frenaron la Ola Verde que muchos llamaron un tsunami”. Sobre todo errores de comunicación, que en su mayoría salieron de la boca del candidato.


Hoy la historia ha dado un giro de 180 grados, pues fue el “candidato uribista” el que apenas posesionado se dio a la tarea de demostrar que traía su propio plan de vuelo (con el consecuente llanto y crujir de Twitter de quien ya sabemos), volvió suyo el programa de gobierno de sus opositores e instauró un clima de cordialidad que ha contribuido a neutralizar la beligerancia furiosa de un expresidente a quien tal condición no deja de pesarle.


En este contexto la sorpresa hoy nos llega desde la otra orilla -si es que aún queda otra orilla-, donde se aprecia a un Antanas Mockus errático y con el ego inflado, empeñado en una candidatura a la alcaldía de Bogotá que desdice de su planteamiento original sobre el “no todo vale”, en la medida en que fue lanzada a nombre de un movimiento indígena (ahora “independiente”) que lo acogió casi ex tempore, cuando se le cerraban todas las opciones.


Es por ello que no deja de ser incómoda para los ex simpatizantes de la Ola Verde la actitud incluso infantil de Antanas al buscar una segunda reelección como alcalde, valiéndose de un partido que le queda como ropa prestada, por un lado, mientras por el otro se le atraviesa a la merecida aspiración de quien fuera su mentor político, Gustavo Petro, el mismo que le aconsejó lanzarse por primera vez, con los resultados ya conocidos.


Aunque Mockus se niegue a reconocerlo, es de sentido común que si se le uniera a Petro harían una fórmula imbatible, mientras que divididos se repartirán entre ambos la votación que podría abrirle la senda del triunfo a Enrique Peñalosa, a quien al final de la campaña se le sumarían los votos conservadores de un candidato de postín como Dionisio Araujo, sin descartar los liberales de David Luna o los ‘radicales’ de Carlos Fernando Galán cuando juzguen más rentable subirse al tren de la victoria, en aras de la tan mentada ‘unidad nacional’.


Lamentable paradoja, pues, que a pesar de que no hace ni quince meses la Ola Verde llegó a representar un peligro serio para la continuación del proyecto uribista, hoy, desactivada esta amenaza bajo las manos prodigiosas de un tahúr como Juan Manuel Santos, sea ahora el mismísimo Antanas Mockus quien con su candidatura trasnochada se convierte en un peligro para todos los que quieren impedir que la sombra aciaga de Álvaro Uribe pueda cernirse sobre Bogotá, aupada ahora sobre los fornidos hombros de Enrique Peñalosa.


Al cierre de esta columna encuentro en Twitter una interpretación que deja entrever una luz al final del túnel, y que reproduzco tal cual: “Mockus se la jugó bien al lanzar su candidatura, pues para unirse a Petro debe tener margen de negociación, y éste lo dan las encuestas”. ¿Será posible tanta belleza? Amanecerá y veremos, como dijo el ciego.

martes, 23 de agosto de 2011

La prostitución del voto en blanco


¿Existirá algún otro país en el mundo, fuera de Colombia, donde el Estado les pague una millonada a unos señores –políticos en su mayoría- que de la noche a la mañana deciden abrogarse la representación del voto en blanco? La respuesta a esta pregunta es el punto de partida para entender el tamaño del despropósito, o mejor, del engendro antidemocrático que ha comenzado a concebirse y que nacerá a partir de las elecciones del próximo 30 de octubre.


http://www.semana.com/opinion/prostitucion-del-voto-blanco/163051-3.aspx


Según informa la prensa, el artículo 28 de la Reforma Política determina que a los promotores de este tipo de iniciativas “se les reconocerán, en lo que fuere pertinente, los derechos y garantías que la ley establece para las demás campañas electorales, incluida la reposición de gastos de campaña, hasta el monto que previamente haya fijado el Consejo Nacional Electoral (CNE)”. No había siquiera acabado de secarse la tinta del decreto, cuando aparecieron cual pirañas hambrientas 58 grupos de ciudadanos que se inscribieron como promotores del voto en blanco en diferentes partes del país.


Lo primero a considerar es que mientras el voto en blanco es una voz de protesta contra los políticos, ahora son los políticos quienes pretenden adueñarse de él. Y para colmo de infortunios parece que lo lograrán, con la anuencia –por no decir complicidad- del Estado. Si se tiene en cuenta que en las elecciones de 2007 hubo más de 5’700.000 votos albos, esa cifra implicaría ahora el desembolso de por lo menos $15 mil millones para los nuevos ‘dueños’ del voto en blanco.


Se trata de un botín nada despreciable, y es lo que explica que en una región como la costa Caribe el primero en querer capitalizar ese caudal electoral sea nada menos que el cura (¿o ya es ex?) Bernardo Hoyos, cuyo eslogan de campaña dice “El candidato que Barranquilla necesita es el voto en blanco”. Este político –porque lo es- asumió la cosa tan en serio que abrió sucursales en Santa Marta y otras ciudades costeras, mientras no se cansa de conceder entrevistas a medios nacionales y locales donde habla de las bondades de su ‘propuesta’, que le representará $2.500 pesos por cada sufragio, para lo cual sólo debe apostarle a que el número de votantes en blanco supere el umbral electoral, como muy seguramente ocurrirá, porque así viene ocurriendo sin que nadie le haya hecho campaña antes.


¿No suena entonces perverso que un político investigado por los delitos de peculado por apropiación a favor de terceros y celebración indebida de contrato, pretenda ahora sobrevivir –en lo político y en lo económico-- acaballado sobre la inconformidad de quienes depositan su voto en blanco precisamente porque no les gustan los políticos que están sobre la palestra? En el caso del clérigo Hoyos el asunto no está exento de cinismo, como en una valla suya (vaya valla…) que reza así: “Piénsalo bien. Gane quien gane, nosotros perdemos. Vota en blanco”. ¡Mentira!: la verdad es que sin importar quién pierda o quién gane, el cura siempre gana, y en metálico. Y mientras más ruido haga, más plata recibe.


Si las cosas se presentan así de fácil, con el mismo grado de viveza estaría al orden del día la posibilidad de crear el Partido Abstencionista, el cual invitaría a sus electores a no votar, tarea en la cual invertiría algún tiempo y unos pesos, que podría recuperar –con creces- cuando se le reconozcan “los derechos y garantías que la ley establece para las demás campañas electorales, incluida la reposición de gastos de campaña, hasta el monto que previamente haya fijado el CNE”.


¿Cuál es acaso la diferencia entre invitar a votar en blanco e invitar a no votar, si el censo electoral permite también contar el número de personas que no votaron en determinados comicios, con sus direcciones postales y señas particulares, y la abstención tiene un peso político tan determinante como las demás opciones? Siendo así las cosas, ¿qué le impide a otro grupo de ‘aviones’ comenzar a hacer campaña por la abstención, de modo que si se presentara un aumento de no votantes (o así no se presentara) pudiera contarlos como no votantes suyos y… con cargo a la contabilidad?


Ante la obligación de cumplir tan estrambótica norma, el Consejo Nacional Electoral habló de “meterlos en cintura”, para lo cual informó que “los comités deben estar integrados por cinco ciudadanos aptos para votar en la circunscripción en que se adelante la promoción”, y que (…) “para constituirse requerirán de un número de firmas (que en ningún caso excede las 50.000) equivalente al 20 por ciento del resultado de dividir el número de ciudadanos aptos para sufragar entre el número de puestos por proveer en la elección en la que se promociona la opción”. En otras palabras, el tal ‘meterlos en cintura’ consiste únicamente en ordenar la fila de los que vienen por esa plata.


Pero aquí no para la cantinflada, porque todo lo anterior se traduce en que ahora el tarjetón vendrá con dos opciones para el voto en blanco: uno, según el magistrado José Joaquín Vives “para el ciudadano que vota en blanco como protesta y se sentiría indignado de que su voto sea cobrado por un grupo que no incidió en su decisión”. Y otro, a su derecha, con el nombre o emblema del comité promotor del voto en blanco, para todo aquel que no se sienta indignado por haber prostituido una opción que durante mucho tiempo se conservó virgen, en cuanto libre.


Sin dueños, mejor dicho.


De cualquier modo, lo verdaderamente indignante sería que el país se tragara sin chistar semejante sapo.