lunes, 21 de mayo de 2012

La invasión del bárbaro




El video donde aparece Álvaro Uribe “disparando” (fue lo que dijo) trinos contra Juan Manuel Santos en medio de una entrevista para el canal SOi TV de Miami tiene el mismo valor estratégico que en diciembre de 2007 tuvo la grabación en la que se le escucha gritarle a un amigo suyo, apodado ‘La mechuda’, que “le voy a dar en la cara, marica’.

Se trata de un acto ante todo histriónico, si se quiere forzado o de mal gusto para un público que prefiere las buenas maneras, pero eso no le preocupa a su autor (o mejor, actor), pues está concebido a la medida y gusto de una audiencia políticamente inculta pero ávida de actos de fuerza que proyecten sensación de liderazgo, así sea desde lo atávico.
Un día reciente consideré “una suerte para los columnistas de prensa que la pelea entre Juan Manuel Santos y Álvaro Uribe se agudice cada día más, no sólo porque aporta temas entretenidos, sino porque contribuye a desenredar aun más los entuertos del gobierno anterior”. Así lo pensé, y encabecé con esas palabras una columna que hube de desechar a medida que constaté –atónito, súpito, estupefacto- que la reacción del expresidente Uribe ante el conspicuo atentado contra Fernando Londoño fue tomando los ribetes de una campaña orquestada y ejercida por una especie de logia que parece actuar coordinada, pero cuyos orígenes e intenciones no son del todo claros. (Y ojo que estoy hablando de la reacción, no del atentado, aunque pudiera tratarse de ambos).

Es factible que la confrontación entre estos dos pesos pesados de la política alcance en efecto niveles de inusitado interés, y por ende de atracción para el periodismo, pero hay un error de apreciación al creer que ello ayudará a desenredar o desenterrar entuertos, pues podría ocurrir lo contrario: que sea tal la exposición mediática que Uribe comience a desplegar en torno a su figura, sus tuiterazos y sus ‘happenings’ fríamente calculados, que hasta los más sonados crímenes del régimen anterior y los más rotundos triunfos de la administración actual pasen a segundo plano, porque ha llegado de nuevo el más grande genio de la manipulación para copar la escena, secundado por influyentes medios que hacen eco a lo vulgar y lo emocionalmente primario. En últimas, es eso lo que reclama la mayoría.

De aquí en adelante Colombia asistirá inerme a una confrontación tanto abierta como soterrada, y en consecuencia cada vez más enrarecida, entre las fuerzas de Álvaro Uribe y las que decidan acompañar a Juan Manuel Santos (porque habrá los que vuelvan a cambiar de bando), en torno a quién tomará la sartén por el mango, en un ambiente de polarización muy superior al que pudo haber contra Gustavo Petro, Daniel Coronell o la Corte Suprema de Justicia, otrora pesos livianos frente al combate que ahora se anuncia con dos ‘púgiles’ de la talla del último Presidente constitucional que tuvo Colombia y… el actual.

Continuando con el símil de la sartén, el peligro reside en que ésta nada en aceite hirviendo, y el forcejeo entre quienes la quieren agarrar por el mango sólo terminará el día en que alguno logre arrebatársela al otro, no sin antes haber derramado su ardiente contenido sobre el país entero.

En este contexto semántico de causarle una derrota al enemigo se inscriben dos columnas publicadas este domingo 20 de mayo en El Colombiano de Medellín, ambas convenientemente replicadas por el sibilino asesor José Obdulio Gaviria en su cuenta de Twitter: una de Jorge Giraldo Ramírez titulada Conspiraciones y otros modos, cuya primera frase dice así: “El atentado terrorista contra la vida del señor Fernando Londoño Hoyos debiera causar consternación”.

En asombrosa coincidencia (mentiras, no hay tal) la segunda columna se titula A Santos le llegó la hora de la verdad, es de Cristina del Toro y su primera frase es ésta: “Los nocivos efectos del aleve y repugnante atentado de que fuera objeto el exministro y periodista Fernando Londoño Hoyos se extendieron como una ola expansiva y dejaron sembrado nuevamente, a lo largo y ancho del país, el miedo, la angustia y, lo que es peor aún, la desesperanza”.

Si se fijan bien (bueno, no hay que fijarse tanto), comprobarán que ambas frases dicen exactamente lo mismo, pues remiten al mismo propósito de “causar consternación”.

Para entender mejor cuán perverso es dicho planteamiento en la circunstancia presente, basta advertir qué habría pasado si cuando se presentó el atentado contra el Club El Nogal, con un carro bomba que causó 36 muertos y más de 200 heridos (7 de febrero de 2003, siendo Londoño presidente de su junta directiva y ministro del Interior de Uribe), a algún columnista se le hubiera ocurrido escribir precisamente eso, que “los nocivos efectos del aleve y repugnante atentado de que fuera objeto Fernando Londoño Hoyos se extendieron como una ola expansiva y dejaron sembrado a lo largo y ancho del país el miedo, la angustia y, lo que es peor aún, la desesperanza”.

Imaginemos además cuales habrían sido los “nocivos efectos” que habría tenido sobre la carrera política de Juan Manuel Santos –a la sazón miembro del Partido Liberal, del que se retiró en 2004 para respaldar el gobierno de quien sería su jefe un año después- si hubiera sido él quien después de esa noche luctuosa de El Nogal se hubiera atrevido a afirmar (en una columna de El Tiempo, por ejemplo) que ese suceso “debiera causar consternación”, cuando lo que el país entero hizo fue cerrar filas en torno al presidente en ejercicio, muy contrario a lo que un mezquino y soberbio Uribe ha proferido y espetado ante quien lo remplazó, con motivo del segundo atentado a Fernando Londoño, el del pasado martes 15 de mayo.

En el argot subversivo se habla de la necesidad de “agudizar las contradicciones entre la burguesía y el proletariado hacia la conquista del poder, empleando todas las formas de lucha, en la medida de lo posible”.

Lo sorprendente, para el caso que nos ocupa, es que esa tarea hoy la está desempeñando casi a la perfección Álvaro Uribe Vélez.

INTERROGANTE FINAL: Tratándose de una operación tan milimétricamente diseñada, ¿por qué la bomba lapa fue adherida a la puerta delantera y no a la parte posterior, que era donde viajaba Londoño? ¿Quisieron acaso ‘protegerlo’ con el cuerpo del conductor?