lunes, 16 de diciembre de 2013

¿Quién (de verdad) mató a Álvaro Gómez?



Tomado de Semana.com

En torno al asesinato de Álvaro Gómez Hurtado siempre se han ventilado e investigado dos hipótesis, y todo indica que una de las dos es la acertada.

La primera -desarrollada por los fiscales generales Alfonso Valdivieso y Alfonso Gómez Méndez- apuntaba a la participación de militares de alto rango, supuestamente organizados en torno al Grupo Cazadores de Inteligencia con sede en Bucaramanga y dirigido por el coronel Bernardo Ruiz Silva, quien fue acusado y tuvo medida de aseguramiento pero se dio a la fuga, en lo que daría para pensar por qué huía un oficial que contaba con el apoyo del Ejército para probar su inocencia. El 20 de mayo de 2003 Ruiz fue absuelto por el Juzgado Segundo Penal del Circuito Especializado, pero una fuente de la Fiscalía le dijo a este columnista que ese ente investigador “no ha enterrado del todo las hipótesis en torno a la eventual participación de oficiales retirados en el magnicidio”.
 
La segunda hipótesis es la que desarrolla Enrique Gómez Hurtado en el libro ¿Por qué lo mataron? (Controversia Editorial, 2011), donde acusa a Ernesto Samper y Horacio Serpa de haber sido los instigadores del crimen, basado casi exclusivamente en la declaración que Hernando Gómez Bustamante, alias ‘Rasguño’, rindió desde una cárcel de Estados Unidos en 2010: “El ‘Gordo’ y Horacio mandan la razón con el ‘Gordo Nacho’ (Ignacio Londoño) de que hagamos lo que sea para parar a Álvaro Gómez porque si hay un golpe militar van a extraditar a todo el mundo”.

Esta segunda versión es la que de un tiempo para acá más se ha publicitado en medios, pero lo que aún falta por investigar es si con ella se pretende precisamente desbaratar la primera, o sea la de los militares golpistas que habrían buscado por un lado propiciar la caída de Samper y por otro acallar al líder conservador, a quien le habrían propuesto encabezar un gobierno de transición tras un golpe de Estado que estaban fraguando, y al cual él se habría negado. De entrada parecería traído de los cabellos que el propio hermano de la víctima no quisiera que se conociera la verdad, pero también se habla del interés que tendría la familia en que se declare como crimen de Estado, para reclamar una fuerte indemnización.

Lo que los defensores –y feroces propagandistas- de esta hipótesis no se esperaban, era que con la reciente condena a 30 años sin ningún tipo de apelación posible que a ‘Rasguño’ le profirió una Corte de Nueva York el pasado 2 de diciembre, esta dejó en claro que “todas las declaraciones que había entregado el narcotraficante en procesos como el del magnicidio de Álvaro Gómez (…) carecían de veracidad y hacían parte de una estrategia para tratar de buscar beneficios jurídicos que le ayudaran a rebajar su condena”.

Un detalle bien llamativo en el indictment secreto que desde el 2004 la justicia de EE UU le venía armando al capo, indica que “la información contra Rasguño se obtuvo a través de testigos de excepción, entre ellos (…) el coronel de la Policía (r) Danilo Alfonso González Gil”. Y no sobra recordar que este era uno de los que ‘Rasguño’ señaló como determinadores del magnicidio, junto a Efraín Hernández, alias ´don Efra’, y Orlando Henao, alias ‘El hombre del overol’, donde salta a la vista una protuberante coincidencia, favorable para Rasguño y para los promotores de esta versión: los tres están muertos. Sea como fuere, lo que hasta ahora se conoce es que mientras ‘Rasguño’ señalaba al coronel González de participar en el asesinato, este a su vez lo acusaba a él.

Si de coincidencias hemos de hablar, el nombre de ‘Rasguño’ saltó de nuevo a la palestra en días recientes con motivo de una sorpresiva declaración (conocida en exclusiva por Semana.com), que el pasado 15 de mayo dio a fiscales de Justicia y Paz el exparamilitar Edwin Zambrano, alias ‘William’ donde afirmó que “para agosto de 1995 se hizo un consenso de comando de milicias urbanas de las autodefensas en la finca Campo Dos en la vía a Valencia, presidida por el señor Carlos Castaño, Vicente Castaño y varios narcotraficantes como Varela, Hernando Gómez Bustamante, alias Rasguño, y el general Rito Alejo del Río”.
 
Según el declarante, en dicha reunión se expuso por parte de los narcotraficantes realizar varios magnicidios, entre ellos  el de Álvaro Gómez, porque “este estaba dando bastante incentivo a los medios sobre la influencia del narcotráfico en la campaña de Samper, por lo que era necesario betar (sic) esa propaganda para que no se distorsionara una posible negociación de narcotraficantes en el futuro”. Y agrega: “se consideró que el personal más adecuado para este tipo de operaciones era conseguir un enlace con el general Rito Alejo del Río y la brigada de inteligencia de la Décimotercera Brigada en Bogotá”, quien “determinó que el operativo más seguro sería a la salida de la universidad donde laboraba el doctor Gómez”.

Dos aspectos llaman la atención de esta declaración: uno, que alias ‘Rasguño’ pasa aquí de testigo de la supuesta instigación del crimen, a organizador del mismo. Y dos, que vuelve a tomar fuerza la hipótesis de los militares implicados. Esto significa entonces –en caso de que el dicho de alias ‘William’ fuera cierto, lo cual corresponde evaluar a las autoridades- que ‘Rasguño’ habría tenido un interés personal en desviar la investigación, en la medida en que habría formado parte de los complotados que llevaron a cabo el magnicidio.

En el libro arriba citado su autor se pregunta desde el título “¿Por qué lo mataron?”, dando a entender –en calidad de juez y parte- que lo de los autores ya está resuelto. Pero esos dos sucesos recientes de tanto peso probatorio, como son el dictamen contra ‘Rasguño’ que en su sentencia condenatoria echa por el piso su versión de los hechos, y la declaración de alias William ante Justicia y Paz, darían para pensar que falta por conocer el libro que haciendo honor a la verdad investigue y dé cabal respuesta a la pregunta aún sin respuesta: ¿Quién mató a Álvaro Gómez?


@Jorgomezpinilla

sábado, 7 de diciembre de 2013

Lo que va del Mandela terrorista al Uribe senador



En 1961 Nelson Mandela concedió desde la clandestinidad su primera entrevista para televisión a Brian  Widlake, un reportero blanco de Independent Television Network, en Johannesburgo. El nombre del lugar donde se reunieron aún permanece oculto.

Unos días atrás este luchador contra la segregación racial había sido elegido secretario honorario del Congreso de Acción Nacional de Toda África, movimiento clandestino que adoptó el sabotaje como medio de lucha contra el régimen de la recién proclamada República Sudafricana. Mandela – o Madiba, como se le conocía- se encargó de dirigir el brazo armado de esta organización, que ejecutaba acciones de valor estratégico y político contra ciertas instalaciones, pero evitaba atentar contra vidas humanas.

Al año siguiente de esa entrevista, a la edad de 42 años fue detenido, procesado y condenado a cadena perpetua en el Juicio de Rivonia, y puesto en libertad 28 años después, en 1990, gracias a una fuerte presión internacional. Durante su larga permanencia en prisión y en medio del reiterado rechazo del gobierno de Sudáfrica a ponerlo en libertad (bajo la acusación de que era un terrorista), Mandela se convirtió en símbolo planetario de la lucha contra la discriminación racial.

En la entrevista citada el periodista comienza por preguntarle qué es lo que en realidad quieren los africanos, y Mandela no le responde con que hay que cambiar el modelo económico o mandar a los europeos para su casa, sino que habla de algo muy simple, del derecho al voto: “los africanos quieren sufragar, bajo el criterio de un hombre un voto. Quieren independencia política”.

La réplica del entrevistador conlleva una carga argumental europea y ‘culta’ en apariencia, pues asume que se requiere ser educado para poder votar, lo cual explicaría por qué los negros sudafricanos no tenían derecho al sufragio en el país donde habían nacido:

“¿Hay muchos africanos educados en Sudáfrica?”. Mandela le responde que sí, que claro, que muchos africanos participaban en las luchas políticas, pero que la educación no tiene nada que ver con el voto: “no tienes que ser educado para saber que quieres ciertos derechos fundamentales, que tienes aspiraciones, que tienes reclamos. Eso nada tiene que ver con la educación”.

El cuento viene a colación con motivo de la noticia según la cual el Consejo Nacional Electoral (CNE) de Colombia le negó al Uribe Centro Democrático el uso de la imagen y del apellido del expresidente Uribe en el símbolo con el que esa colectividad pretende llegar al Congreso. Según el organismo electoral “los partidos no son una persona, sino una agrupación política con pluralidad de afiliados y militantes, y en virtud de ello los candidatos cambian en el tiempo; luego, no puede ser uno de ellos el reflejo de una agrupación”.

¿Y qué tiene que ver esto con Mandela y con la educación? Con que si no fuera porque el uribismo aspira a llegarle  a la gente inculta y no educada de este país para poder elegir al mayor número posible de congresistas, no tendría inconveniente alguno en competir en igualdad de condiciones con los demás partidos y candidatos.

Tener educación significa que si el votante quiere votar por Álvaro Uribe y gracias a su formación política sabe que su partido es el Centro Democrático, marcará la X en el lugar que corresponde. Pero, como en su ignorancia sabe quién es Uribe pero no cuál es su partido, se corre el riesgo de que el votante termine votando por el Partido de la U, porque es lo más cercano que en su memoria tiene al expresidente.

Error craso entonces el que Uribe cometió al ponerle a su movimiento político tan melifluo y mentiroso nombre (¿“centro”?, ¡por favor!), que ahora procura remediar torciéndole el pescuezo a la legislación electoral para atrapar incautos.

Otra cosa hubiera sido si atendiendo a las convicciones religiosas del ignorante (a  Dios gracias) pueblo colombiano, hubiera optado por ejemplo por darse a conocer como el Partido de Cristo Rey (PCR), conservando con ello el carácter mesiánico que el caudillo de marras siempre ha querido imprimirle a su proyecto político. Con ello además se habría ganado el fervor –aunque ya recibe toda la colaboración- del Procurador General de la Nación.

En uno de los obsesivos trinos que ‏@AlvaroUribeVel publicó a raíz de la muerte del líder africano, se leía: “Mandela reivindicó derechos democraticos (sic). Por contraste los narcoterroristas destruyen la democracia”. Esto lo dice alguien a quien nunca se le conoció la menor descalificación al régimen del apartheid, pero ahora pretende fungir como admirador y seguidor de las tesis de Mandela, en la medida en que conviene a sus propósitos desestabilizadores. Como también los tuvo Mandela, pero contra un régimen oprobioso, mientras que para Uribe el supuesto oprobio consiste en que el binomio Santos-Farc pretende instaurar en Colombia el Castro-chavismo. ¿Habrase visto mayor ignorancia, insolencia y alevosía contra un legítimo intento de conquistar por fin la paz y la reconciliación entre los colombianos, que fue lo que al final de su accidentada lucha sí pudo lograr Mandela en Sudáfrica?

Para el caso que nos ocupa, si hacemos memoria y recordamos que los grupos paramilitares son una expresión de terrorismo a favor del Estado, y que Uribe debido a su apoyo a las Convivir o a quienes han patrocinado el paramilitarismo, es considerado un simpatizante (o practicante, vaya uno a saber) de esta ‘forma de lucha’, habría que preguntarse entonces si el término ‘terrorista’ habría que achacárselo a Nelson Mandela, o a “la FAR”, o más bien al sujeto en referencia.

¿O a los tres por igual? Mejor saquemos a Mandela de ese paseo, que no se lo merece.


Twitter: @Jorgomezpinilla

lunes, 2 de diciembre de 2013

¿Qué te pachó, Pachito?




Al regreso del autoexilio de un mes que se impuso tras la derrota sufrida en la convención del uribismo (UCD), Pacho Santos habló más que un perdido cuando aparece y con ello confirmó que “el que no ha visto a Dios, cuando lo ve se asusta”.

Si nos atenemos a la entrevista exclusiva que le concedió a María Isabel Rueda apenas descendió del avión que lo trajo de Madrid, a Pacho lo asustó –y le dejó “un sabor inmensamente amargo”- descubrir que la convención “venía amarrada desde antes”.

Por eso abandonó el recinto de la manguala como quien se aleja de Sodoma, sin mirar atrás para no convertirse en estatua de sal, como le pasó a Edith –la esposa de Lot-, mujer a la que el entrevistado confundió con Sara, la esposa de Abraham, en error compartido con la entrevistadora.

Lo llamativo de la entrevista citada es que Pachito le echa la culpa de lo que pasó al uribismo, pero salva de toda responsabilidad a Álvaro Uribe, a quien sigue viendo como “un gigante al que lo rodean personas muy pequeñas”. Al margen del pleonasmo, pues a todo gigante lo rodean personas pequeñas, con esa afirmación se apartó –no sin antes ofender- de la recua de enanos en la que por supuesto incluye a Óscar Iván Zuluaga, de modo que quien así se expresa se ubica en la misma estatura de Uribe, y por tanto ya no sería un gigante sino dos.

Esto se compagina con otra divertida declaración que Pachito le dio a la Rueda, cuando dijo que “soy una persona de inmenso carisma”, en respuesta –que envidiaría una reina de belleza- a la pregunta ¿qué hubiera hecho usted como candidato que no pueda hacer Óscar Iván? Son de esas cosas que Pachito va diciendo de puro bocón y precipitado, sin medir las consecuencias, y que para el caso presente retratan al candidato elegido del uribismo como una persona de escaso carisma. La afirmación proviene de alguien que a la vez se autoproclama seguidor “leal" de las tesis de Álvaro Uribe, sin ser consciente de que con sus deslenguadas declaraciones se le atraviesa como vaca muerta al proyecto político de quien considera su maestro.

Francisco Santos vio a Dios por primera vez cuando Uribe le aceptó la propuesta de ser su candidato a la vicepresidencia, pero ahí no se asustó, porque él creía tener el poder (familiar) suficiente para ser el Vicepresidente de Colombia. Se asustó fue la segunda vez, cuando vio ante sus atónitos y relamidos ojos que también podía ser el Presidente y… se lo creyó.

Ese grado de convencimiento se vio reforzado con las encuestas que lo daban como el más seguro candidato del uribismo a la Presidencia. Fue entonces cuando Francisco dejó de llamarse así y prefirió que lo comenzaran a llamar Pacho, con lo cual se convirtió en el Chapulín Colorado de la política, del mismo modo que el Chapulín personifica al antihéroe de las tiras cómicas. Y si hubiera llegado a la Presidencia –o al menos hubiera sido el candidato de Uribe- habría podido espetarle al ala de la bogotanísima familia Santos con la que no se entiende: ¡no contaban con mi astucia!

Lo cierto es que el propio Álvaro Uribe andaba embarcado -¿o embaucado?- en ver cómo se quitaba de encima al otro Santos (diferente al que años atrás le pidió el ministerio de Defensa), pues en su más íntimo fuero sabía que a corto plazo era la persona indicada para dañarle la reelección a Juan Manuel, pero a mediano o largo plazo podía acabar de hundirle su proyecto, por tratarse de un hombre en el que tampoco se puede confiar, como sobradas muestras ha dado desde que se creyó el cuento de que las encuestas lo favorecían y que eso era suficiente para ganarse la confianza y el aval de su jefe.

Asumiremos de todos modos que Pachito es genuinamente ingenuo, pues en caso contrario no se explica que siga convencido de que el uribismo le hizo tremenda zancadilla en una convención amañada, pero que todo ocurrió (nuevamente) a espaldas de Uribe. Para salir de dudas bastaría con que se leyera los chats inéditos publicados por El Espectador donde María Angélica Cuéllar –uribista purasangre y llamada a la convención como testigo electoral- denunció las trampas que allí se hicieron y ante las cuales, a falta de la explicación pedida, la única respuesta que de Uribe recibió fue “respete”.

Si de respeto se ha de hablar, habrá que preguntarse entonces si el exjefe de redacción de El Tiempo sigue convencido de que Uribe respetó su aspiración a la candidatura del UCD a la Presidencia, o si fue que más bien contribuyó a meterle la zancadilla. Resuelta esta duda sabremos si Pacho Santos es un genuino ingenuo, o un genuino torpe o, definitivamente, un genuino político perverso.

Como su maestro, por supuesto.