sábado, 7 de diciembre de 2013

Lo que va del Mandela terrorista al Uribe senador



En 1961 Nelson Mandela concedió desde la clandestinidad su primera entrevista para televisión a Brian  Widlake, un reportero blanco de Independent Television Network, en Johannesburgo. El nombre del lugar donde se reunieron aún permanece oculto.

Unos días atrás este luchador contra la segregación racial había sido elegido secretario honorario del Congreso de Acción Nacional de Toda África, movimiento clandestino que adoptó el sabotaje como medio de lucha contra el régimen de la recién proclamada República Sudafricana. Mandela – o Madiba, como se le conocía- se encargó de dirigir el brazo armado de esta organización, que ejecutaba acciones de valor estratégico y político contra ciertas instalaciones, pero evitaba atentar contra vidas humanas.

Al año siguiente de esa entrevista, a la edad de 42 años fue detenido, procesado y condenado a cadena perpetua en el Juicio de Rivonia, y puesto en libertad 28 años después, en 1990, gracias a una fuerte presión internacional. Durante su larga permanencia en prisión y en medio del reiterado rechazo del gobierno de Sudáfrica a ponerlo en libertad (bajo la acusación de que era un terrorista), Mandela se convirtió en símbolo planetario de la lucha contra la discriminación racial.

En la entrevista citada el periodista comienza por preguntarle qué es lo que en realidad quieren los africanos, y Mandela no le responde con que hay que cambiar el modelo económico o mandar a los europeos para su casa, sino que habla de algo muy simple, del derecho al voto: “los africanos quieren sufragar, bajo el criterio de un hombre un voto. Quieren independencia política”.

La réplica del entrevistador conlleva una carga argumental europea y ‘culta’ en apariencia, pues asume que se requiere ser educado para poder votar, lo cual explicaría por qué los negros sudafricanos no tenían derecho al sufragio en el país donde habían nacido:

“¿Hay muchos africanos educados en Sudáfrica?”. Mandela le responde que sí, que claro, que muchos africanos participaban en las luchas políticas, pero que la educación no tiene nada que ver con el voto: “no tienes que ser educado para saber que quieres ciertos derechos fundamentales, que tienes aspiraciones, que tienes reclamos. Eso nada tiene que ver con la educación”.

El cuento viene a colación con motivo de la noticia según la cual el Consejo Nacional Electoral (CNE) de Colombia le negó al Uribe Centro Democrático el uso de la imagen y del apellido del expresidente Uribe en el símbolo con el que esa colectividad pretende llegar al Congreso. Según el organismo electoral “los partidos no son una persona, sino una agrupación política con pluralidad de afiliados y militantes, y en virtud de ello los candidatos cambian en el tiempo; luego, no puede ser uno de ellos el reflejo de una agrupación”.

¿Y qué tiene que ver esto con Mandela y con la educación? Con que si no fuera porque el uribismo aspira a llegarle  a la gente inculta y no educada de este país para poder elegir al mayor número posible de congresistas, no tendría inconveniente alguno en competir en igualdad de condiciones con los demás partidos y candidatos.

Tener educación significa que si el votante quiere votar por Álvaro Uribe y gracias a su formación política sabe que su partido es el Centro Democrático, marcará la X en el lugar que corresponde. Pero, como en su ignorancia sabe quién es Uribe pero no cuál es su partido, se corre el riesgo de que el votante termine votando por el Partido de la U, porque es lo más cercano que en su memoria tiene al expresidente.

Error craso entonces el que Uribe cometió al ponerle a su movimiento político tan melifluo y mentiroso nombre (¿“centro”?, ¡por favor!), que ahora procura remediar torciéndole el pescuezo a la legislación electoral para atrapar incautos.

Otra cosa hubiera sido si atendiendo a las convicciones religiosas del ignorante (a  Dios gracias) pueblo colombiano, hubiera optado por ejemplo por darse a conocer como el Partido de Cristo Rey (PCR), conservando con ello el carácter mesiánico que el caudillo de marras siempre ha querido imprimirle a su proyecto político. Con ello además se habría ganado el fervor –aunque ya recibe toda la colaboración- del Procurador General de la Nación.

En uno de los obsesivos trinos que ‏@AlvaroUribeVel publicó a raíz de la muerte del líder africano, se leía: “Mandela reivindicó derechos democraticos (sic). Por contraste los narcoterroristas destruyen la democracia”. Esto lo dice alguien a quien nunca se le conoció la menor descalificación al régimen del apartheid, pero ahora pretende fungir como admirador y seguidor de las tesis de Mandela, en la medida en que conviene a sus propósitos desestabilizadores. Como también los tuvo Mandela, pero contra un régimen oprobioso, mientras que para Uribe el supuesto oprobio consiste en que el binomio Santos-Farc pretende instaurar en Colombia el Castro-chavismo. ¿Habrase visto mayor ignorancia, insolencia y alevosía contra un legítimo intento de conquistar por fin la paz y la reconciliación entre los colombianos, que fue lo que al final de su accidentada lucha sí pudo lograr Mandela en Sudáfrica?

Para el caso que nos ocupa, si hacemos memoria y recordamos que los grupos paramilitares son una expresión de terrorismo a favor del Estado, y que Uribe debido a su apoyo a las Convivir o a quienes han patrocinado el paramilitarismo, es considerado un simpatizante (o practicante, vaya uno a saber) de esta ‘forma de lucha’, habría que preguntarse entonces si el término ‘terrorista’ habría que achacárselo a Nelson Mandela, o a “la FAR”, o más bien al sujeto en referencia.

¿O a los tres por igual? Mejor saquemos a Mandela de ese paseo, que no se lo merece.


Twitter: @Jorgomezpinilla

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