miércoles, 17 de diciembre de 2014

Un reality de pobres en tierra de ricos



No sé si tienen razón los críticos del alcalde Gustavo Petro cuando le cuestionan por populista y provocadora su decisión de construir planes de Vivienda de Interés Prioritario (VIP) para estrato 1 en un sector de exclusivo estrato 6, pero confieso que me muero de las ganas de ver cómo termina ese experimento de inclusión social a la fuerza.

Como relato de ficción lo envidiaría José Saramago, y en el ámbito de lo real aporta las situaciones y los personajes requeridos para la puesta en escena de un reality televisivo al mejor estilo Truman Show, película de Peter Weir en la que un hombre interpretado por Jim Carrey es el único que no sabe que es actor de su propia vida, y un día le dice a su novia de postín: “A veces me pregunto qué pasaría si me levantara mañana y descubriera que toda mi vida ha sido una mentira”.

Ahora bien: ¿qué pasará cuando esos “guisos, ñeros, de quinta, negritos, indios, ñapangos, gurres o lobos” (según el diccionario del apartheid chachaco que aporta María Antonia García) se levanten por primera vez en la mañana del comienzo de la vida que les espera en un barrio cuyos habitantes son cinco estratos por encima del que siempre han tenido? ¿Encontrarán un ambiente inhóspito o, por el contrario, los ‘nativos’ harán de tripas corazón y tratarán de socializar con los ‘nuevos ricos’?

Una manera de facilitarles la estadía en el que muy posiblemente constituya un entorno de rechazo o exclusión, sería convertirlos en elenco de su propia vida y –por ejemplo- pagarles una suma mensual para que permitan la instalación de cámaras que les hagan seguimiento permanente a sus vidas, con la seguridad de que se presentarán historias o situaciones que acapararán la atención de una audiencia masiva. ¿Terminarán las amas de casa del sector abandonando a Pomona para mandar a sus mucamas a comprar más barato a la tienda comunal de los ‘intrusos’? ¿Y el roce con los de su misma condición social provocará en esas mucamas una toma de conciencia que las lleve a soliviantarse contra sus patronas? ¿Acabará el hijo de papi del conjunto de en frente por enamorarse de la agraciada hija de doña Eduviges, la que sale todas las tardes a rebuscarse la vida vendiendo aguacates en la esquina? No se pierda el próximo capítulo de este apasionante reality… etc.

De entrada, conviene entender que un guión de tan dramático formato no se da en todas las locaciones. Ubicados en Barranquilla, por ejemplo, no tendría mayor trascendencia si al alcalde de la Arenosa se le ocurriera hacer el mismo revolcón urbanístico y social. Allá de pronto lo toman con espíritu caribe y se pongan los ‘manes’ de uno y otro estrato a chupar ron los fines de semana mientras la esposa de alguno de ellos le dice a la desplazada de Pivijay: “¡anda niña, me tienes que enseñar a preparar esa butifarra!” Pero eso mismo no ocurriría a dos horas de allí, en Cartagena, ciudad de arquitectura y mentalidad colonial donde en días recientes le rindieron homenaje a los piratas ingleses que los sometieron a salvaje sitio y trataron de doblegarlos a sangre y fuego, y explica por qué Gabriel García Márquez dijo que “los cartageneros son los cachacos de la Costa”.

Debemos ubicarnos entonces en tierra de  cachacos, o más bien de rolos, porque cachaco en la costa Atlántica se le dice a todo el que es del interior: un día es elegido alcalde de la muy señorial Santa Fe de Bogotá un exguerrillero nacido en un pueblo costeño con nombre de novela, Ciénaga de Oro, y la historia adquiere ribetes de emoción y suspenso desde el día en que un procurador convertido en su archirrival político e ideológico (y religioso) se agarra de un problema que se presentó con unas basuras para destituirlo, y escala a abierta confrontación de clases con los sectores más pudientes de esa ciudad cuando su burgomaestre resuelve mandar a vivir a grupos de desposeídos en sus propias narices.


¡Qué hochoch! (tradúzcase “qué horror”), gritan en coro las encopetadas damas del Chicó cuando se enteran de la noticia, y es entonces cuando la alta sociedad bogotana entra en estado de conmoción interior y hacia el exterior moviliza a la poderosa prensa amiga para advertir sobre la inconveniencia técnica, urbanística, económica, social y estética del proyecto, en la medida en que “afea el patrimonio de todos los bogotanos, enrarece el ambiente y no contribuye a acabar con la desigualdad”.

No se trata aquí de estar a favor o en contra de la idea, como dije arriba, sino de manifestar la inmensa curiosidad de conocer en vivo y en directo los resultados que este experimento tal vez único en el mundo traerá sobre ambos grupos de tan disímil condición social. El terror de los ‘nativos’ es a que esos desplazados “desvaloricen” sus barrios y lleven inseguridad, mientras el temor por el lado de los recién llegados sería a un nuevo ‘desplazamiento’, ya no en forma de violencia sino de desprecio o matoneo.

Sea como fuere, aquí el único modo de saber si la realidad discriminatoria actual dará paso a creativas formas de inclusión –o de exclusión, o de situaciones emparentadas con la ficción- es pasando del dicho al hecho, aunque haya mucho trecho.

Así que… luces, cámara, ¡acción!

DE REMATE: Encontré por ahí un meme donde dice que ver a Uribe marchar contra la impunidad es como ver a Garavito marchando contra la pedofilia o ver a los Nule marchando contra la corrupción. Eso puede ser cierto, pero la diferencia es que Garavito y los Nule sí están pagando sus culpas ante la justicia.

miércoles, 10 de diciembre de 2014

¡Don Julito, no me cuelgue!



En la mañana de este martes 9 de diciembre anuncié en mis cuentas de Twitter y Facebook que haría una revelación, en respuesta al silencio de sordina que aplicó la W Radio en torno al retiro de mi columna de Semana.com, frente a un público numeroso y convencido de que ese  día se sabría qué estaría pensando María Isabel Rueda al respecto, en consideración a que fue algo que escribí sobre ella lo que provocó mi salida.

La revelación era –y es- más que justa, pues sirve para demostrar que Julio Sánchez Cristo no solo estaba informado del asunto, sino que en un correo electrónico que me dirigió llegó a solidarizarse: “lamento lo que le pasó, (…) de verdad no estaba enterado”. 

¿A qué pudo obedecer el silencio de la W Radio? Fácil: a que volvió a obrar el poder de María Isabel Rueda en su condición de amiga ya no de Felipe López sino de Julio Sánchez, y ella viene empeñada desde columnas atrás en que no responderá a los interrogantes puntuales que le he formulado. De este modo la columnista conservadora aplica contra un detractor suyo un trato discriminatorio y elitista (incluso ofensivo), y de paso hace pensar que si enmudece es porque no tiene respuesta convincente, o como dice el refrán: “el que calla otorga”.

Ya con el tiempo y el espacio requeridos, es posible hilvanar una reflexión que dé cuenta cabal de esta nueva fase de silenciamiento sistemático, no tanto del que aquí escribe como de la inquietud que María Alejandra Villamizar (@MAVILLAMZAR) sintetizó así en Twitter: “¿Qué pasa en los medios? No se puede hablar de periodistas, no se pueden criticar enfoques ni señalar desinformaciones. ¿Somos intocables?”

En lo que a Julio Sánchez Cristo respecta, ya dije que me escribió para expresarme que lo lamentaba y que no estaba enterado, y yo le contesté así: “Muchas gracias, don Julio. De por medio está un interrogante que le planteé a María Isabel Rueda en torno a lo de Álvaro Gómez y Samper, pero parece que en lugar de contestarlo, habría movido sus influencias en Semana para que me sacaran”. Unas horas después recibí de él esta respuesta: “Me informan en Semana que el suyo no es el único cambio. Mañana arrancan nueva diagramación y saldrá la mayoría de los columnistas”. A lo cual le respondí: “Ah bueno, están en su derecho. La diferencia con la mayoría de los columnistas está en que a mí me quitaron la columna por lo que dije, no por cambios administrativos ni de diagramación”. Y no hubo nueva comunicación.

Es interesante advertir que mi colega Julio Sánchez –a quien aprecio como uno de los grandes- debió haber llamado a alguien de Semana para obtener información de primera mano y al parecer le dieron una información errada (hasta ahora, al menos), pues no hubo cambio de diagramación ni salió ningún nuevo columnista. Del mismo modo es llamativo observar que cuando en el curso del programa un oyente quiso poner el tema de mi salida de Semana.com, fue cortado en forma abrupta, y se dijo que el tema sería tratado “más adelante”, aunque no ocurrió así.

Esa primera instancia del anchorman de W Radio averiguando qué pasó permite sin embargo apreciar un interés genuino en documentarse sobre el tema, mientras que esa segunda instancia de silencio total al día siguiente quizá se relacione con que la discreción aconseja no mencionar a Watergate delante de Nixon. O si se quiere, que entre bomberos (y amigos) no se pisan las mangueras.

Baste decir que María Isabel Rueda está en su derecho de tener amigos que la quieran con un cariño auténtico y protector, del mismo modo que Felipe López y Julio Sánchez lo están de conducir sus medios como mejor les parece, sin que se pueda calificar como censura. Pero ello de ningún modo es refugio para que la periodista y abogada aludida pretenda eludir la obligación ética que tiene de dar respuesta a interrogantes cuya respuesta permitirá dilucidar con mayor claridad si frente al asesinato del inmolado líder conservador Álvaro Gómez Hurtado la mueve un interés periodístico legítimo de llegar a la verdad, o el interés político de contribuir a ocultarla:

¿Por qué hace siete años María Isabel Rueda veía a Samper “sin conocimiento” sobre los autores del crimen y hoy lo culpa de estar detrás del asesinato de su líder inmolado, si en ambos casos se sustenta en la misma acusación trasnochada y desvirtuada (por la misma revista Semana) de ‘Rasguño’? ¿Y por qué acusa públicamente a alguien de homicidio, pero se niega a dar información y se declara amedrentada por la Fiscalía cuando le piden su colaboración?

Hago énfasis en que el conocimiento que tengo del tema es producto de una investigación periodística que he venido adelantando en mis ratos libres, más lenta de lo que yo quisiera y sin ningún patrocinio. Este conocimiento me da respaldo documental para pedir las explicaciones que la columnista no ha querido dar (tampoco Enrique Gómez padre e hijo), sumado a que se ha guardado un silencio bien misterioso por parte de otros medios y de otros periodistas, siendo que las explicaciones pedidas se ajustan a la lógica cartesiana y al sentido común.

Así las cosas, mientras María Isabel Rueda siga sin dar respuesta a tan pertinentes preguntas, por favor, don Julito... ¡no me cuelgue!

DE REMATE: Ahora que Álvaro Uribe incita a las Fuerzas Militares a entrar en rebelión contra el gobierno de Juan Manuel Santos –hermanándose así con los métodos subversivos de su archienemigo las FARC-, convendría convocar desde la civilidad a un movimiento cohesionado de rebelión contra las tesis incendiarias del exmandatario, y que dicha convocatoria se extienda a empresarios, industriales, académicos, políticos (incluidos miembros del CD), jerarquías religiosas, medios de comunicación y en general a toda la gente sensata y cuerda de este país. ¿Puede haber acaso mejor frente unido hacia la paz, que permita a su vez protegerla de cualquier zarpazo de la bestia herida? 

viernes, 5 de diciembre de 2014

Por esta columna salí de Semana.com




Me permito informar a la respetable audiencia aquí presente que el suscrito columnista de Semana.com que desde el 22 de enero de 2010 les venía acompañando con un espacio de opinión, ha sido declarado cesante de dicha tarea debido a una orden emanada directamente de la presidencia de Publicaciones Semana.

Se me ha informado que el motivo de mi retiro fue la columna titulada “María Isabel Rueda y su fábrica de mala leche”, no por haber usado la expresión ‘mala leche’ sino porque se habría interpretado como insulto cuando dije de la columnista que “se está convirtiendo a pasos agigantados en la Negra Candela de la política”.

Lo primero a dilucidar es quién consideró que eso era un insulto. ¿Semana? Si así hubiera sido, la columna no se habría publicado, en sujeción a sus políticas editoriales. Y ello de ningún modo se puede considerar censura, sino acatamiento a una norma. Pero ocurre que la interpretación de insulto se dio después de su publicación. Así que, si hubo una persona a quien le pudo resultar insultante esa expresión, fue a la directamente aludida.

Y es aquí donde uno se pregunta: ¿será que si a doña María Isabel le molestó mi columna se queda tranquila y tolerante del disenso, siendo que el lunes anterior utilizó su prestigio, poder e influencia sobre los demás medios de comunicación para movilizarlos –todos a una, como en Fuenteovejuna- en una especie de tsunami de solidaridad en torno suyo? Lo que he sabido es que hubo poderosas expresiones de rechazo de personas escandalizadas ante el hecho de que Semana.com tuviera a un “columnista amarillista” en sus filas, y he de suponer que entre esos detractores debió haber más de un amigo de la susodicha, y sin olvidar que hasta el dueño de Semana es amigo de ella.

Para que se entienda mejor, alguien de toda mi confianza me dijo: “es que a usted no lo echó Felipe López, sino María Isabel Rueda”. Fue ahí cuando alcancé a dilucidar que con la columna me pasó lo mismo que al general Alzate: que di papaya. No significa esto que don Felipe no disponga de plena autonomía y libre albedrío en la toma de sus decisiones, sino que se mueve en un círculo de relaciones de poder político y económico donde recibe presiones de todo tipo, que no siempre se pueden ignorar, por aquello de que “el poder es para poder”. En el caso que nos ocupa, para poder prescindir de un columnista que no solo se sale de sus expectativas, sino que llega a la insolencia de cuestionar ese mismo poder, de fuerte raigambre política.

Don Felipe López tiene plena libertad de incorporar o retirar a quien le parezca, y siempre lo hace pensando en lo mejor para su empresa periodística, eso no se pone en duda. Yo hacia él solo puedo tener sentimientos de gratitud, lealtad y admiración, pues ha sido su portal de noticias y entretenimiento es el que durante los últimos cinco años (que estuvieron a punto de cumplirse) más ha contribuido al reconocimiento profesional que hoy me acompaña, y que espero sea tan merecido como el de María Isabel Rueda. Fue por eso que consideré de caballeros dirigirle a don Felipe una carta con unas palabras de agradecimiento y despedida.

Hay en todo esto un lado tragicómico, pues yo casi que alcancé a vaticinar lo que se venía con una última columna que no alcanzó a ver la luz del día y que me permito compartir con mis apreciados amigos de Facebook, y en homenaje post mortem a mi columna en Semana.com.

Moraleja y conclusión: si quieres seguir opinando sin temor a que te corten la cabeza, no te metas con vacas sagradas.

Hablemos de tres vacas sagradas


Por JORGE GÓMEZ PINILLA

Pensé dedicar este espacio a una reflexión crítica sobre las explicaciones que dio el general Rubén Alzate de los motivos por los cuales se metió en la boca del lobo desarmado y en bermudas, pero en La Luciérnaga de Caracol hubo un comentario a mi última columna que me obligó a cambiar de tema.

La columna en mención se tituló María Isabel Rueda y su fábrica de ‘mala leche’, y a ella se refirió Hernán Peláez el miércoles 29 de noviembre cuando le preguntó al escritor Gustavo Álvarez: “Gardeazábal, ¿quién es el señor Jorge Gómez Pinilla?” Y Gardeazábal le respondió: “Es un columnista (…) de Semana.com que ha adoptado una actitud única en el periodismo al oponerse a María Isabel Rueda, diciendo que ella es ‘mala leche’ y que es obsesiva al querer acusar a Samper de la muerte de Álvaro Gómez. Por supuesto que cuando uno escribe una columna, tiene derecho a que los unos digan una cosa y los otros digan otra”. Y Peláez interviene: “Opiniones, que llaman”.

De ahí me llamó la atención lo de haber adoptado “una actitud única en el periodismo”, pues daría a entender que nadé contra una corriente mayoritaria de opinión. Eso me hizo sospechar que quizás yo pudiera estar loco, que es lo que ocurre cuando todo el rebaño ve al parroquiano salido de sus cabales. Nunca pensé que yo fuera el único periodista que se atreviera a criticarla, aunque sí encontré en la cuenta de Twitter del paisa Héctor Rincón (@RinconHector), de Caracol Radio, este trino: “No sé qué reacciones habrá tenido esta columna contra una de las "intocables".

Pude notar que al margen de lo expresado por Peláez y Gardeazábal –donde ninguno de los dos se atrevió a opinar si estaba de acuerdo o en desacuerdo con lo que dije- no hubo ninguna reacción mediática diferente a ese comentario de refilón, muy al contrario de lo ocurrido dos días antes, cuando la columnista conservadora María Isabel Rueda logró movilizar a medios y periodistas en una especie de tsunami que terminó solidarizándose con su causa mediática (y política, en últimas) e hicieron ver a la Fiscalía General de la Nación como una especie de KGB de donde la citaban para “amedrentarla”.

Eso sirvió para comprender que quizás me había metido con una vaca sagrada del periodismo, y no sé si además en camisa de once varas. Lo de la Luciérnaga en particular lo tomé como un campanazo de alerta, pues me pregunté si sería que de pronto le había faltado al respeto a semejante eminencia, por ejemplo al haber utilizado la expresión ‘mala leche’, que fue lo que más le sonó a Gardeazábal.

Consulté el tema con la almohada y a continuación dormí con la conciencia tranquila, pues concluí que del mismo modo que el respeto se gana, también se pierde. María Isabel Rueda es una persona respetable y tiene un merecido prestigio sustentado en una valiosa trayectoria profesional, eso no se lo cuestiona nadie. Pero hay aquellos que a pesar de su abultado palmarés, llega un día en que pelan el cobre y dejan ver una intención torcida.

A María Isabel Rueda le pregunté por qué el 4 de agosto de 2007 escribió una columna para Semana (edición 1.318) donde dijo esto: “siempre he creído en la teoría de que un crimen de Estado acabó con la vida de Álvaro Gómez, entendiendo por ello la posibilidad de que miembros de las Fuerzas Armadas, aliados muy probablemente con el narcotráfico del Valle, sin conocimiento de Samper, hubieran planeado y efectuado el magnicidio”. Siete años después, el pasado 9 de noviembre, escribió otra columna en El Tiempo sobre el mismo tema, donde resucita el odio entre partidos (“Godo bueno el que se va muriendo”) y pinta a Ernesto Samper y Horacio Serpa como un par de mafiosos que fueron dejando un reguero de cadáveres a su paso. Pero no es por eso que la traigo a colación sino porque, en flagrante contradicción con el tema del párrafo anterior, ahí dijo esto: “Luis Hernando Gómez Bustamante, alias ‘Rasguño’ (…) ha hablado 4 veces ante la justicia. Ya dijo quién mató a Álvaro Gómez. Ya dijo por qué”.

Hace siete años a María Isabel Rueda le sonaba más la primera línea de investigación que desarrolló la Fiscalía General de la Nación, la de “miembros de las Fuerzas Armadas” (la cual fue enviada al zaguán del olvido después de que una abundante cantidad de testigos se retractara y otros tantos fueran asesinados), pero hoy se casa con la de quienes quieren inculpar a como dé lugar a Samper y Serpa. Disculparán los lectores la reiteración en el tema, pero es que la columnista conservadora le sigue debiendo esta explicación a la opinión pública: ¿por qué hace unos años veía a Samper “sin conocimiento” sobre los autores y hoy lo culpa de estar detrás del asesinato de su líder inmolado, siendo que para ambos casos se sustenta en la misma acusación trasnochada de Rasguño?

Por eso me atrevo a pensar que cuando hablé de ‘mala leche’ me quedé cortico, porque lo que en realidad la reputada periodista destila en ocasiones es veneno informativo, unas veces para agitar la gleba desde el micrófono –como hizo el pasado lunes 27- y otras para adormecer audiencias, como durante la campaña a la alcaldía de Bogotá que ganó Gustavo Petro, cuando asesoraba a la candidata Gina Parody y a la vez mantenía en La W su espacio ‘Qué estará pensando María Isabel’, y sin darse cuenta de que le habían abierto el micrófono exclamó “¡hay que subir a Gina, ya, ya!” (Por cierto, estuve buscando ese audio en Internet y hubo gente ayudándome, pero no apareció por ningún lado. Ya ni La Silla Vacía lo tiene, aunque lo tuvo).

Creo obrar con sustento de prueba cuando digo que María Isabel Rueda anda dedicada de un tiempo para acá a hacer política partidista camuflada de periodista. En eso mismo incurrió su colega María Elvira Arango (ambas vinculadas a las empresas políticas y periodísticas de la familia Gómez Hurtado), quien dedicó uno de los segmentos del programa Los Informantes del 12 de octubre pasado a hacerle creer a su millonaria audiencia que Héctor Paul Flórez, condenado en 1997 a 40 años de cárcel por haber sido el que disparó sobre la humanidad de Álvaro Gómez, en realidad es “un chivo expiatorio”.

A la cabeza de esta campaña de propaganda negra está Enrique Gómez Hurtado, de quien el historiador y periodista Enrique Santos Molano dice que fue él y no su hermano Álvaro el líder de la conspiración contra el gobierno de Ernesto Samper. Este personaje sigue en mora de explicar el motivo de la reunión clandestina de dos horas que sostuvo en su propia casa con el coronel Bernardo Ruiz Silva por los días en que este huía de la justicia tras ser cobijado con orden de detención, acusado de haber dirigido el complot para asesinar a su propio hermano. Como dije semanas atrás, “no se trata de acusar al anfitrión, pero mientras no haya explicación a tan extraño suceso queda la impresión de un Caín en turbio lance”.

No sabemos qué consecuencias pueda traer para el suscrito columnista de Semana.com pedir sendas explicaciones puntuales a dos vacas sagradas del periodismo y a una vaca sagrada del Partido Conservador, pero esa preminencia y condición privilegiada –merecida y digna además- no les da carta blanca para ondear banderas de acción partidista encubiertas bajo el manto de causas periodísticas supuestamente orientadas a la búsqueda de la verdad, pero que en realidad apuntan al propósito contrario: a ocultarla.

DE REMATE: Algo verdaderamente llamativo después de la liberación del general Rubén Alzate es el silencio total tanto de la abogada que lo acompañaba ese día, Gloria Urrego, como de los medios de comunicación en torno a ella. Ahí pareciera que la discreción aconseja no mencionar a Watergate delante de Nixon. Pero, ¿qué pasará el día que a ella le dé por hablar? Ahí está la verdadera historia.

En Twitter: @Jorgomezpinilla

martes, 25 de noviembre de 2014

María Isabel Rueda y su fábrica de ‘mala leche’



La periodista María Isabel Rueda se está convirtiendo a pasos agigantados en la ‘Negra Candela’ de la política, pero debido al prestigio del que todavía goza y a los poderosos –medios y políticos- que tiene detrás, muchos no se han dado cuenta. Entre los equivocados de buena fe está Ignacio Gómez, subdirector de Noticias Uno y presidente de la Fundación para la Libertad de Prensa (FLIP), quien el pasado lunes 24 de noviembre picó el anzuelo de la alharaca que la columnista conservadora desató con motivo de un nuevo aniversario del asesinato de Álvaro Gómez Hurtado.

Nacho Gómez le dijo a Caracol Radio que aunque no conoce detalles de lo ocurrido, cree que hay “acoso y censura” en que la Fiscalía le hubiera enviado una citación. Con todo el cariño y la admiración que se le tiene a tan ilustre colega, pero sabiendo que habla en representación de una fundación que defiende al gremio y vela por el cumplimiento de la ética periodística, conviene puntualizarle que es precisamente porque “no conoce detalles de lo sucedido”, que está desinformado al respecto.

En la mañana del lunes en mientes la ‘citada’ periodista puso el grito en el cielo y copó la atención mediática al denunciar que se siente “amedrentada” por la Fiscalía. Ocurre que desde hace dos meses en esa entidad le dieron nuevo impulso a la investigación por el crimen (¡que es lo que venía reclamando la familia Gómez Hurtado!) y ordenaron 40 pruebas, una de las cuales consistió en citarla para escucharla en el propósito de “elaborar un detallado perfil del doctor Álvaro Gómez Hurtado y de la victimización del periodismo de oposición en Colombia”. En otras palabras, se le estaba pidiendo una pinche colaboración informativa. Pero ella –ni boba que fuera- aprovechó el ‘papayazo’ que le dio la Fiscalía para sobreactuarse y armar un pandemónium de padre y señor mío, donde la única voz aterrizada fue la de Darío Arizmendi, quien manifestó su extrañeza por lo que consideró una simple solicitud de colaboración a una persona documentada en el tema.

Es natural que la opinión pública perciba como de buena fe la histérica reclamación que la periodista viene haciendo desde semanas atrás, por tratarse de alguien que trabajó muy cerca con el líder inmolado, en El Siglo como editora de las páginas editoriales y en 1984 como jefe de prensa de la campaña de su jefe a la presidencia, de donde pasó a dirigir el Noticiero 24 Horas, de la misma familia y corriente política. Y es también apenas natural que su amiga Vicky Dávila salga en su apoyo y se una al coro de las lamentaciones cuando dice que "a los periodistas hay que dejarlos hacer su labor”. Sea como fuere, hay que reconocer que la Fiscalía se equivocó en la citación, porque a María Isabel Rueda le sirvió como munición para disparar una poderosa ráfaga mediática contra el ente acusador, debido a que este se niega a seguir la línea de investigación que le quiere trazar la comunicadora, acorde con sus intereses políticos.

En lo que sí se equivoca doña Vicky es cuando dice que “la censura está a la vuelta con esto de citarla, como si ella supiera quién mató a Álvaro Gómez y dónde están los asesinos". Parece que ella no lee a su amiga y correligionaria política, pues basta con recordarle que en columna del pasado 9 de noviembre dijo esto: “Luis Hernando Gómez Bustamante, alias ‘Rasguño’ (…) ha hablado 4 veces ante la justicia. Ya dijo quién mató a Álvaro Gómez. Ya dijo por qué”. Como quien dice, ella sí sabe quién mató a Álvaro Gómez y dónde está su asesino.

Digámoslo sin ambages, para María Isabel Rueda el que mató a Álvaro Gómez fue Ernesto Samper. Eso no es nuevo, es una acusación que viene refregando de un tiempo para acá. ¿Y cuál prueba aporta? Lo que dijo ‘Rasguño’. Pero omite contar por un lado que según la revista Semana esas declaraciones son señal de que el hombre “¡está loco!”, y por otro lado que la Corte de Nueva York que en diciembre de 2013 lo condenó a 30 años de cárcel sentenció que “todas las declaraciones que había entregado el narcotraficante en procesos como el del magnicidio de Álvaro Gómez y la bomba del avión de Avianca carecían de veracidad y hacían parte de una estrategia para tratar de buscar beneficios jurídicos que le ayudaran a rebajar su condena”.

Además, esta acusación de nuevo cuño se contradice con una columna que ella publicó en Semana el 4 de agosto de 2007 (edición 1.318), donde dijo: “siempre he creído en la teoría de que un crimen de Estado acabó con la vida de Álvaro Gómez, entendiendo por ello la posibilidad de que miembros de las Fuerzas Armadas, aliados muy probablemente con el narcotráfico del Valle, sin conocimiento de Samper, hubieran planeado y efectuado el magnicidio”. ¿Por qué hoy piensa otra cosa si en esa misma columna citó una declaración de alias ‘Rasguño’, según la cual fue “un favor del narcotráfico a políticos para ayudar"? Es una explicación que le está debiendo a la opinión pública, y quizá también a la Fiscalía, pues hoy acusa de asesino a un expresidente de la República y la única prueba que aporta es la declaración trasnochada y desvirtuada de un mafioso.

Pero no es la primera vez que uno repara en este tipo de actuaciones ‘mala leche’ de María Isabel Rueda: el 15 de enero de 2012, apenas a quince días de posesionado Gustavo Petro en la alcaldía de Bogotá, se despachó con una columna titulada ‘La paja de Petro’, donde hizo un balance pormenorizado de sus anuncios (no de sus ejecutorias, considerando la brevedad de su gestión) y concluyó que “el 95 por ciento de sus propuestas no era viable, como se ha venido a demostrar en los pocos días que lleva como alcalde”.

Otro caso digno de recordación fue con motivo del lanzamiento de la campaña de Horacio Serpa al Senado, el 14 de agosto de 2013, cuando en llave con Vicky Dávila hicieron explotar justo ese día la ‘bomba’ de unas declaraciones que William Rodríguez Abadía (hijo y sobrino de los famosos Miguel y Gilberto Rodríguez Orejuela) dio a una corte de Miami en busca de rebaja de pena, donde habló de dos supuestas reuniones que tuvo con Horacio Serpa, sin prueba alguna diferente a su palabra. Al día siguiente María Isabel Rueda dijo en La W que “esas revelaciones llevarán a que la propuesta del renacer liberal planteada por Simón Gaviria termine de pronto no incluyendo al doctor Horacio Serpa”. Si eso no es ‘mala leche’, debe ser que el kumis lo preparan con miel de abejas: la periodista convertía en noticia lo que trataba de propiciar, o sea que el director del Partido Liberal no incluyera a Serpa en la lista de candidatos al Senado, o que en caso de incluirlo lo ubicara en un lugar deshonroso, que lo obligara a desistir de su intención.

Esto demuestra que de un tiempo para acá María Isabel Rueda viene adelantando un trabajo más político que periodístico, en sintonía con una poderosa campaña mediática de propaganda negra que, para el caso del asesinato de Álvaro Gómez, parece orientada a desviar la atención sobre los verdaderos autores de tan horrendo crimen. Pero eso no es lo único preocupante, sino que ahora ella se cree con impunes atribuciones para juzgar y condenar desde sus tribunas de opinión, sin que nadie se atreva a juzgarla por sus temerarias acusaciones (que ya colindan con lo penal) y mucho menos a condenarla. ¿Quién le puede poner el cascabel a esa gata, ah?

DE REMATE: Una eventualidad preocupante en el tablero de operaciones de la guerra es que a uno de los bandos le convenga más el rescate militar del general Rubén Alzate que la liberación acordada. Es loable la buena voluntad de las dos partes –gobierno y guerrilla, con el aval de los países garantes- pero hay un tercer actor del conflicto que está ‘ardido’, y eso lo hace muy peligroso. Cualquier cosa puede pasar, mientras haya una fuerza beligerante que no se deje controlar por la institucionalidad. No es sino recordar lo que ocurrió con el Palacio de Justicia en 1985, donde también hubo unos rehenes que se convirtieron en bajas colaterales. Con razón alguien decía que en Colombia un pesimista es un optimista bien informado.

miércoles, 19 de noviembre de 2014

El secuestro del general Alzate: yin y yang




Esta columna se iba a titular “El secuestro del general Alzate: ¿un falso negativo?”, en consideración al asombro y natural escepticismo que producía que un oficial del Ejército en su más alto rango pudiera caer en manos de las FARC sin disparar un solo tiro, y a que en últimas esa acción a quienes más les conviene es a los enemigos de la paz, o sea al expresidente Álvaro Uribe (el primer informado del plagio, por cierto) y a los sectores más radicales de las Fuerzas Militares que se oponen al proceso de paz.

Pero luego de una tensa espera el bloque Iván Ríos de esa agrupación informó que lo tienen, y que le respetarán su integridad física “hasta donde nos sea permitido por la ira estatal”. Aquí salta como liebre la palabra torpeza, que igual puede adjudicársele a esa agrupación subversiva como al general Alzate, y es lo que explica que el presidente Juan Manuel Santos en medio de su enfado por semejante ‘oso’ haya olvidado que la ropa sucia se lava en casa y les haya dirigido este regaño público a su ministro de la Defensa y al comandante general: “quiero que me expliquen por qué BG Alzate rompió todos los protocolos de seguridad y estaba de civil en zona roja”. Como dijo sabiamente Andrés Carvajal en su cuenta de @muchotropico, “la señorita Huila no sabe quién es Nelson Mandela pero no se hubiera metido sin escolta a una zona guerrillera”. Y según el hermano del presidente, Enrique Santos Calderón, “a primera vista parece una embarrada militar que no debe poner en riesgo el proceso de paz”.

El comunicado de las FARC utiliza un lenguaje agresivo, donde ‘cobran’ ufanos la importancia de la captura que lograron sin haber tenido siquiera que moverse, pues fue como si el lobo hambriento hubiera movido unas ramitas y apareciera frente a sus desorbitados ojos una mansa, indefensa y apetitosa ovejita. De todos modos puede hablarse también de torpeza por parte de las FARC, pues constituye una derrota moral y estratégica para el grupo guerrillero al tratarse de un hecho que genera repudio entre la población civil y ensombrece las negociaciones, en consideración a que la cúpula de esa organización se había comprometido a abandonar el secuestro.

El enojo del presidente debe entenderse como la frustración de los que desde el lado del establecimiento están procurando enrumbar el país por la ruta de la convivencia pacífica, y en tal medida entraron en conversaciones de paz con quienes pretenden destruirla, pero se encuentran de sopetón con una acción imprevista que llena de orgullo guerrero a la contraparte en medio de la negociación, y a la vez les aporta argumentos a los partidarios de que el gobierno se levante de la mesa y se escale el conflicto.

Es cierto que el general Rubén Darío Alzate no fue aprehendido en combate sino que entró inerme en su radio de acción, tal vez confiado en que por tratarse de un puente festivo y vestido de civil pasaría desapercibido. Sea como fuere, las FARC deberían hacer como en el taoísmo, donde la palabra crisis traduce oportunidad, y aprovechar este ‘papayazo’ que les dio el enemigo para ordenar la liberación de su prisionero de guerra (que lo es) y con ese gesto propiciar acercamientos entre ambos bandos, que contribuyang a aclimatar un ambiente de reconciliación antes que a agudizar las contradicciones. ¿Y cuál será ese ambiente o escenario ideal? Un cese bilateral de hostilidades. Como dijo Flavio Pinto Siabatto en La Silla Vacía, “el cese al fuego no necesariamente implica el fortalecimiento de la subversión. Implica más bien la disminución de la capacidad de maniobra de los sectores interesados en continuar la guerra”.

En este delicado escenario de crisis y crispamiento general adquieren sentido las palabras del también analista Germán Ayala Osorio, quien en su blog La otra tribuna afirma que “el secuestro del general Alzate se erige como el suceso que la cúpula militar y el sector afecto a Uribe estaban esperando para acorralar al presidente Santos". En otras palabras, si se necesitara un argumento de peso para que se acabe el proceso de paz, sería por ejemplo… a ver… ¿qué puede ser, qué puede ser? “¡lo tengo!: que la guerrilla secuestre a un general de la República”.

Continuando con el axioma taoísta que nos habla del yin y el yang como las dos fuerzas opuestas pero complementarias que acogen la dialéctica de todo lo existente, diríamos que el error que cometió el Ejército es el yin de la situación, mientras que el yang está en manos de las FARC: se trata entonces de que aprovechen lo que constituye un triunfo militar para ellos (aunque se lo encontraron, que conste), y lo conviertan en un importante capital político para invertir en el posconflicto.

¿Cómo? Muy sencillo: ordenando cuanto antes al bloque Iván Ríos la liberación del prisionero. ¿Por qué cuanto antes? Porque si el Ejército logra dar con el grupo que lo tiene en su poder y en medio del combate muere el general, del yin y el yang sólo quedarán las cenizas de lo irremediable.

DE REMATE: Una sugestiva interpretación a lo ocurrido en Las Mercedes parece aportarla El Colombiano en su página web cuando en referencia a Gloria Alcira Urrego Pava, la abogada que acompañaba al oficial, cuenta que “en la actualidad la funcionaria cursa con el general Alzate una maestría en Gestión de Proyectos en una universidad de Costa Rica”. Habrá quien se atreva a concluir “elemental, mi querido Watson”, pero eso ya se sale de nuestra racional incumbencia.


miércoles, 12 de noviembre de 2014

Las dos Marías y los dos Enriques: engañando unidos




De un tiempo para acá la derecha colombiana ha tomado como caballito de batalla lograr que declaren crimen de lesa humanidad el asesinato de Álvaro Gómez Hurtado, a lo cual nadie se opone, pero lo asumen como si eso se tradujera en responsabilidad para aquellos a quienes acusan de haberlo instigado: Ernesto Samper y Horacio Serpa.

En un escenario cuyo propósito pareciera el de crear cortinas de humo para desviar la atención sobre los verdaderos responsables, ahora la senadora uribista Paloma Valencia y la columnista conservadora María Isabel Rueda (esta última con una columna mala-leche donde pinta a Samper y Serpa como un par de mafiosos dejando un reguero de cadáveres a su paso) han salido a reclamar porque Samper no firmó una carta que nadie le pidió firmar, en la que sus homólogos Belisario Betancur, César Gaviria, Andrés Pastrana y Álvaro Uribe le piden a la Fiscalía declarar el crimen de lesa humanidad.

Que Samper no haya firmado es una nimiedad magnificada a la enésima potencia, pues el Fiscal Eduardo Montealegre ha aclarado que si a noviembre del año entrante –cuando se cumplen 20 años- el crimen prescribe y luego se le declara de lesa humanidad, el proceso se reabre. Así opera aquí y en Cafarnaúm, porque es norma universal de justicia. Otra cosa es que el crimen no pueda ser declarado de lesa humanidad debido a que la justicia halló culpable y condenó a uno de sus autores materiales, motivo por el cual la godarria se ha unido en torno al perverso propósito de remover ese obstáculo.

En una cosa estoy de acuerdo con la ‘mansa’ Paloma: en que “ha habido una mano muy oscura trabajando para mantener en la impunidad el crimen de Álvaro Gómez”. Solo que, para el caso que nos ocupa, esa mano negra es la de quienes quieren que se sepulte la hipótesis de la autoría intelectual de un grupo de militares. A eso precisamente dediqué mi columna de hace 15 días (verla aquí), después de observar atónito que la familia Gómez Hurtado aparece ahora defendiendo nada menos que a quien se le comprobó haber disparado contra la humanidad del dirigente conservador ese fatídico 2 de noviembre de 1995.

¿A qué puede obedecer tan delirante defensa post pena cumplida, después de que el reo pagó 18 años de cárcel y acaba de entrar en libertad condicional? A que sólo si declaran el crimen de lesa humanidad (y para ello es condición sine qua non que al único condenado le anulen su sentencia) se revivirían los términos judiciales para que la familia Gómez Hurtado pueda demandar responsabilidad patrimonial del Estado y así tener acceso a una multimillonaria indemnización.

Lo llamativo es que detrás de este propósito han montado una muy poderosa campaña mediática de propaganda negra, la cual tiene confundida a buena parte de la opinión. En ella participó activamente el programa ‘Los Informantes’ de Caracol del domingo 12 de octubre mediante lo que llamé un publirreportaje judicial, consistente en que su directora María Elvira Arango (antigua empleada del Noticiero 24 Horas) elaboró una pieza publicitaria para esa campaña donde mostró al hombre que fue condenado a 40 años de prisión, Héctor Paul Flórez Martínez, como un inocente “chivo expiatorio”, pese a que es asesino confeso de otros crímenes. Y no presentó los puntos de vista de quienes allí aparecieron como acusados de haber orquestado el asesinato, ni mencionó la primera y más fuerte hipótesis que se investigó: la de un coronel del Ejército al mando de un grupo de Inteligencia Militar conocido como Cazadores, con sede en Bucaramanga.

Pero no se trata aquí de repetir la columna citada, sino de manifestar la profunda extrañeza que produce comprobar que pasados 15 días exactos de su publicación y a pesar de la solidez de los cuestionamientos que allí les hice tanto a María Elvira Arango como a dos miembros de la familia Gómez Hurtado (ambos de nombre Enrique), no se ha producido la más mínima aclaración o solicitud de rectificación contra mí ni contra Semana.com. Ante tan yerto panorama de reacciones solo es posible concluir que “el que calla otorga”, pues en caso contrario el suscrito redactor de dicho artículo se habría visto enfrentado a una dura controversia, que tampoco rehúye.

Al margen del debate ético que María Elvira pretende eludir, a dos miembros de la familia en cuestión y a María Isabel Rueda (antigua empleada de El Siglo y exdirectora del Noticiero 24 Horas) sí se les puede conminar a que aclaren tres cosas:

UNO: Cómo explica Enrique Gómez Hurtado la reunión clandestina de dos horas que sostuvo en su propia casa con el coronel Bernardo Ruiz Silva por los días en que este huía de la justicia tras ser cobijado con orden de detención, acusado de haber dirigido el complot para asesinar a su propio hermano. No se trata aquí de acusar al anfitrión, pero mientras no haya explicación a tan extraño suceso queda la impresión de un Caín en turbio lance.

DOS: Cómo hace Enrique Gómez Martínez para no entrar en conflicto de intereses con su propia familia al representar al único condenado que hubo por el asesinato de su tío, en el trámite de un recurso de revisión que busca anular la sentencia, siendo que se trata de un proceso en el que la familia intervino con su entonces apoderado Hugo Escobar Sierra desde el comienzo de la investigación, participó como parte civil y estuvo de acuerdo con la condena.

TRES: Por qué el 4 de agosto de 2007 María Isabel Rueda dijo esto en su columna de la edición 1.318 de Semana: “no creo que (Samper) haya tenido nada que ver con el asesinato de Álvaro Gómez”. Y por qué más abajo agregó: “siempre he creído en la teoría de que un crimen de Estado acabó con la vida de Álvaro Gómez, entendiendo por ello la posibilidad de que miembros de las Fuerzas Armadas (…) sin conocimiento de Samper, hubieran planeado y efectuado el magnicidio”. Y por qué hoy piensa otra cosa si en esa misma columna cita una declaración de Hernando Gómez Bustamante, alias ‘Rasguño’, según la cual fue “un favor del narcotráfico a políticos para ayudar".

Lo que no puede ocurrir es que pretendan hacer recaer el peso probatorio de ese crimen en lo que ‘Rasguño’ dice que le dijeron Carlos Castaño y otros delincuentes, todos muertos. Siempre se ha sabido que Castaño quiso enlodar a la Policía para que salieran limpios los militares, y según la revista Semana las declaraciones de ‘Rasguño’ son señal de que el hombre “¡está loco!”, mientras que la Corte de Nueva York que en diciembre de 2013 lo condenó a 30 años de cárcel sentenció que “todas las declaraciones que había entregado el narcotraficante en procesos como el del magnicidio de Álvaro Gómez (…) carecían de veracidad y hacían parte de una estrategia para tratar de buscar beneficios jurídicos que le ayudaran a rebajar su condena”.

DE REMATE: Tienen toda la razón los que hoy luchan por conseguir que se declare como crimen de lesa humanidad el asesinato de Álvaro Gómez, de modo que al volverse imprescriptible se pueda llegar algún día hasta sus autores intelectuales. Pero es precisamente a esos autores hasta ahora impunes a quienes conviene recordarles una frase –también imprescriptible- de Abraham Lincoln: “Se puede engañar a todos algún tiempo, se puede engañar a algunos todo el tiempo, pero no se puede engañar a todos todo el tiempo”.


En Twitter: @Jorgomezpinilla

martes, 4 de noviembre de 2014

¿A qué juega el presidente Santos?




En columna de hace apenas tres semanas manifesté mi satisfacción al comprobar que el presidente Juan Manuel Santos “le está poniendo el cascabel al gato de la intransigencia militar en torno al tema de la paz”. (Ver columna aquí). Pero hay cosas que incitan al asombro y al escepticismo, y le hacen a uno preguntarse a qué puede obedecer esa esquizofrénica conducta consistente en que lo que hace con el hemisferio izquierdo de su cerebro, lo estropea con el derecho.

El 4 de noviembre de 2010, al conmemorarse el primer cuarto de siglo de la salvaje toma y retoma del Palacio de Justicia, dijo que “nuestro deber es rescatar la verdad, por dolorosa que sea, sobre lo que ocurrió en el Palacio, y acompañar a las víctimas y a los familiares”. Y reconoció que entre las víctimas hubo “al menos 12 personas de las que se desconoce su paradero”, y a renglón seguido afirmó: “no podemos olvidar tampoco a aquellos sobre los que no se tiene noticia cierta de su paradero, cuya realidad debe conocerse, por el bien moral de nuestra sociedad y de nuestro Estado”.

Pero justo cuando esa realidad empieza a conocerse, ante la ratificación de la condena a 35 años de prisión al general (r) Jesús Armando Arias Cabrales por su responsabilidad en esos hechos, sale ahora Santos a decir que se trata de “una injusticia” y que “el general Arias Cabrales (…) no tuvo ni se le comprobó ninguna relación directa con los supuestos crímenes que se cometieron en la toma del Palacio de Justicia”. Y entonces uno se pregunta si no le estará pasando lo mismo que a Groucho Marx, cuya tarjeta de presentación decía: “Tengo mis principios, pero si no le gustan tengo otros”.

En busca de ser objetivos, podríamos pensar que reaccionó así para equilibrar las cargas ante el sonido de serpiente cascabel emitido por el expresidente Uribe en su declaración de total respaldo al Ejército, cuando este a voz en cuello dijo desde Ibagué que “hoy son llevados a la cárcel los integrantes de nuestro Ejército. Grave, enormemente grave. Unos atacaban la justicia financiados por el narcotráfico para producir un desequilibrio institucional, enjuiciar al presidente Betancur y sacar de la Corte unos expedientes de extradición, y quienes lucían las armas de la República entraban al Palacio a rescatar a los magistrados. Y cuando los primeros, los que atacaron fueron indultados, los segundos 26 años después son llevados a la cárcel”.

Ante estas palabras de claro corte conspirativo quizá Santos tendría justificación –antes que razón- para manejar ese doble discurso pro Ejército y pro víctimas, pero la primera tarea debería dejársela a quien corresponde, o sea al que todos dicen que parece más el ministro de Defensa de Uribe que suyo, Juan Carlos Pinzón. El presidente pierde credibilidad y su majestad de estadista se empequeñece cuando un día dice una cosa… y al día siguiente dice otra. Fue como cuando ante el descubrimiento de la sala clandestina Andrómeda de Inteligencia Militar dijo que “fuerzas oscuras están detrás", pero 24 horas después afirmó que “la fachada de inteligencia es totalmente lícita”. Como quien dice, que fuerzas oscuras de inteligencia totalmente lícitas estaban detrás de todo.

El asunto no es de poca monta, pues el reciente descubrimiento de un extenso listado de correos personales y oficiales de la Oficina del Alto Comisionado para la Paz, periodistas nacionales y extranjeros en poder de la Central de Inteligencia Militar (CIME) le da soporte a la hipótesis que con el paso de los días se fortalece, en torno a que el papel de los hackers –en particular Andrés Sepúlveda- en la reciente campaña electoral fue el de vaso comunicante entre Inteligencia Militar y la campaña de Óscar Iván Zuluaga, y en cumplimiento del objetivo estratégico que se le asignó: “No al proceso de paz”.

Esa lista con más de mil correos que manejaba la CIME y los obstáculos que puso el Ejército para el cumplimiento de una diligencia del CTI de la Fiscalía, se suman a los demás indicios que parecieran advertir que las Fuerzas Militares están actuando como ruedas sueltas, o que “el malestar de los militares (o un sector poderoso de ellos) con el proceso de paz aumenta”, como expuso Juanita León en su análisis titulado “¿A qué juega Pinzón?”.

En medio de tan crispado escenario podría entenderse que el Presidente aparezca ahora solidario con su Ejército y contrario a una decisión de la justicia, quizá para resistir los lances de sable y mandoble que le manda Uribe a descampado. Pero su actitud lastima doblemente el dolor de las víctimas y conduce a que Helena Urán Bidegain, hija del magistrado auxiliar Carlos Horacio Urán (quien fue sacado vivo por soldados, como lo prueba este video) le dirija al presidente Santos una carta desde Berlín, Alemania, en estos términos: “Hoy sabemos que mi padre fue privado de la libertad cuando salía herido del Palacio, torturado y ejecutado por las Fuerzas Militares que dirigía Arias Cabrales”. Y a continuación le pregunta “cómo pretende acercarse a la paz mientras desacredita la justicia”,  y más adelante “de qué sirve reconocer que hay víctimas cuando usted, presidente, es el primero en revictimizar”.

Conocí una noche en una reunión social al joven Carlos Horacio Urán con su también joven y bella y talentosa compañera, Ana María Bidegain, y desde entonces sé que todos los que sufrimos solidariamente con el dolor de los hijos y demás parientes de las otras víctimas, queremos que los culpables de esa orgía de horror y barbarie paguen algún día por sus culpas. Amén.

DE REMATE: Recomiendo la lectura completa de la carta que desde Berlín le manda Helena Urán Bidegain al presidente Juan Manuel Santos. Es para la historia y está aquí.

DE CONTRARREMATE: “Las negociaciones de paz hay que adelantarlas también con esa extrema derecha representada por Álvaro Uribe, en su condición de Comandante en Jefe de todo lo que hay detrás suyo. Sucesos cada vez más sonoros advierten sobre la presencia agazapada de una fiera herida que, mientras no se apacigüe su dolor, en cualquier momento puede dar el zarpazo”.


miércoles, 29 de octubre de 2014

Los Informantes y el “chivo expiatorio”: eso no es periodismo




A las facultades de Comunicación Social de todo el país debería llegar copia del programa ‘Los Informantes’ del canal Caracol (capítulo 46) emitido el pasado domingo 12 de octubre, para que los alumnos conozcan de primera mano la clase de periodismo que debería estar prohibido practicar. En el primero de los tres segmentos de dicho programa, conducido por la directora María Elvira Arango y titulado ¿Chivo expiatorio?, ella comienza diciendo: “Héctor Paul Flórez no tiene nada que perder porque ya perdió 18 años de su vida… y su libertad”.

El sujeto al que Arango se refiere en tan compasivo tono es el único condenado que hubo por el asesinato de Álvaro Gómez Hurtado (ocurrido el 2 de noviembre de 1995), al que la justicia le pudo probar plena culpa como el gatillero que habiendo sido contratado –sin saber quiénes lo contrataron- disparó sobre la humanidad del dirigente conservador. Fue sentenciado a 40 años de prisión, 18 de los cuales ya cumplió y ahora se encuentra en libertad condicional hasta que complete las tres cuartas partes de la pena.

La periodista está en su derecho de creer que el hombre es inocente y por tanto víctima de una injusticia, pero comete una grave falta a la ética periodística cuando se casa con esa versión de los hechos y no presenta el punto de vista de los allí acusados, en particular cuando dice que según alias Rasguño, “la mafia mató a Álvaro Gómez a pedido del gobierno de turno”, y que “el proceso se reactivó con las explosivas declaraciones del extraditado narcotraficante, quien implicó al entonces presidente de la República Ernesto Samper y a su ministro del Interior, Horacio Serpa”. Esto último además no es cierto, pues no hay ninguna parte de la declaración en que los incrimine directamente, solo se refiere a lo que dice que oyó, y de personas que están muertas: Efraín Hernández, alias ´don Efra’; Orlando Henao, alias ‘El hombre del overol’; y el coronel de la Policía Danilo González.

¿Hubo alguna parte del programa donde cumpliendo con el deber profesional de mostrar las dos caras de la moneda, se presentara el punto de vista de Samper o de Serpa –o de sus abogados- o sea de la contraparte? No. Lo que se notó por el contrario fue un manifiesto interés en presentar a su entrevistado como un angelito (al lado de su esposa y la hija de 16 años que nació mientras estuvo en prisión), y de su pasado lo único que mencionó fue que “era un delincuente común”.

No sabemos si Arango investigó al respecto, pero si lo hizo omitió contar que a sus 21 años (hoy tiene 37) Héctor Paul Flórez Martínez no era un simple “delincuente común” sino un asesino confeso, pues aunque en la indagatoria negó su participación en el crimen de Gómez Hurtado, sí reconoció haber participado en organizaciones dedicadas al sicariato y “haber cometido el delito de homicidio en la persona de Ovidio Fernández en Carmen de Bolívar el 7 de enero de 1994 mediante el pago de un millón de pesos”, según reza en el expediente, donde además se lee que “el funcionario que lo escuchaba en la diligencia se vio en la obligación de consignar como constancia la sarcástica sonrisa que mostró al relatar las circunstancias en que produjo esa muerte”.

También omite contar que luego de su captura y en diligencias de reconocimiento en fila de seis personas fue reconocido por numerosos testigos presenciales como uno de los tres que dispararon (uno con tiros al aire, otro contra el asistente José del Cristo Huertas y Flórez contra Gómez Hurtado). Entre los principales testigos se contaron a “Javier Jhonsons Fonseca Buitrago, Giovanni Porfirio Daza Mora, Édgar Ignacio Rueda Jáuregui y José Guillermo Vélez Montenegro”. Este último “apenas lo reconoció someramente pero cuando el acriminado asumió la actitud de disparar, el reconocedor rompió en llanto y excitación cuando observó el tatuaje con las iniciales RC que en la mano izquierda tiene Héctor Paul Flórez”.

A lo anterior se suma la delación –en busca de la jugosa recompensa, es cierto- de su amigo Carlos Alberto Lugo (ver confesión), quien fue invitado a participar pero se negó y luego declaró que Flórez le dijo haber disparado el día anterior cuatro veces contra su víctima, y “el hecho tuvo comprobación por el protocolo de necropsia visible a folio 104 del C.O. 1, en el que se dice que fueron 4 los tiros recibidos por el doctor Gómez Hurtado, con 4 orificios de entrada, ninguno de ellos en la cabeza”. Cuatro tiros, no seis, como dijo María Elvira Arango.

Hasta el propio padre de Héctor Paul Flórez “declaró el 20 de noviembre de noviembre de 1995 (fol. 252 sts. del C.O. 4) que su hijo no fue a comer ni a almorzar ni lo vio durante los días 1 y 2 del mes de noviembre de 1995; pero posteriormente, cuando sabe de las imputaciones que pesan contra su hijo, se retracta de lo antes manifestado”. Un caso idéntico de incriminación y posterior retractación se dio en la señora Myriam Monterrosa, empleada de servicio de la familia Flórez, quien declaró que Héctor Paul no estuvo en su casa de habitación de Sincelejo durante los días 1, 2 y 3 de noviembre, porque “el día 3 encontré en la estufa la comida que le había dejado el día anterior”.

Es cierto que fueron más de 50 las personas que luego de su captura concurrieron –o fueron llevadas- a declarar que el día del magnicidio habían visto al acusado en el entierro de la señora Purificación Ortiz (abuela de Flaminis de Jesús Tovar, otro de los implicados), pero la condena a 40 años también tuvo como fundamento que “esas declaraciones han presentado serias contradicciones (…) y consignan hechos mentirosos, y los dichos de los testigos entre sí y mirados en conjunto las vuelven dubitativas” (sic).

Podría pensarse que la más protuberante falla de ‘Los Informantes’ es que acude a una única fuente, pero sería más acertado decir que es esa única fuente la que acude al programa para que transmita su único punto de vista sobre el asesinato de Álvaro Gómez, y en esa medida podría hablarse más de un publirreportaje judicial que de un programa periodístico. ¿Y cuál es esa única fuente? La familia Gómez Hurtado, de la que Arango dice: “Es tan sorprendente el caso que la familia del excandidato cree que Flórez es un chivo expiatorio, tanto que Enrique Gómez (Martínez), sobrino y abogado de la familia, hoy es su apoderado y lucha ahora desde el mismo bando”. De donde se podría colegir: ah bueno, si la familia de la víctima cree que el tipo es inocente, debe ser porque tiene razones de peso para pensarlo.

O ‘de pesos’ –y aquí espero estar equivocado- porque eso de estar defendiendo al que la justicia le probó su participación material en el magnicidio parece tener relación con algo que dice María Elvira Arango: “El caso está a un año de prescribir, y con Héctor Paul condenado el crimen no puede ser declarado de lesa humanidad”. Haciendo claridad de antemano en que hasta Serpa y Samper son partidarios de que así sea declarado, la intensa campaña mediática que los Gómez Hurtado vienen desplegando parece apuntar a que sólo si declaran el crimen como de lesa humanidad, se revivirían los términos judiciales para que pudieran demandar responsabilidad patrimonial del Estado y así tener acceso a una multimillonaria indemnización. Y si el proceso llegara a prescribir, se quedarían viendo un chispero.

Otro aspecto que constituye una estrambótica incongruencia jurídica, es que al convertirse Enrique Gómez Martínez en apoderado de Héctor Paul Flórez entra en conflicto de intereses con su propia familia, pues no puede representar al reo en el trámite de un recurso de revisión que busca anular la sentencia, siendo que se trata de un proceso en el que la familia intervino desde el comienzo de la investigación, participó como parte civil y estuvo de acuerdo con la condena.

En lo que respecta a la autoría intelectual del asesinato siempre se han ventilado dos hipótesis, y todo indica que una de las dos es la acertada. La primera apunta a la participación de militares de alto rango, y por ello fue acusado el coronel Bernardo Ruiz Silva, quien tuvo medida de aseguramiento y se dio a la fuga, pero luego de haber sido capturado fue absuelto el 20 de mayo de 2003 por el Juzgado Segundo Penal del Circuito Especializado, después de que una abundante cantidad de testigos se retractara y otros fueran asesinados.

La segunda hipótesis es la que desarrolla Enrique Gómez Hurtado en el libro ¿Por qué lo mataron?, donde señala a Samper y Serpa de haber sido los instigadores del crimen, basado en la declaración que alias ‘Rasguño’ rindió desde una cárcel de Estados Unidos en 2010, la cual fue analizada en detalle por la revista Semana para concluir que el hombre “¡está loco!”. Además, el autor del libro se cuida de mencionar que con la condena a 30 años que le profirió una Corte de Nueva York el 2 de diciembre de 2013, esta sentenció que “todas las declaraciones que había entregado el narcotraficante en procesos como el del magnicidio de Álvaro Gómez (…) carecían de veracidad y hacían parte de una estrategia para tratar de buscar beneficios jurídicos que le ayudaran a rebajar su condena”.

Pero me estoy saliendo del tema. Lo que he querido demostrar es que (quizá por su amistad con Mauricio Gómez, a cuyo servicio y del de su padre trabajó en el noticiero 24 Horas) María Elvira Arango desatendió las normas más elementales de la ética periodística y terminó elaborando lo que visto desde la ortodoxia legal podría ser catalogado incluso como una apología del delito.

DE REMATE: Enrique Gómez Hurtado está en mora de explicar para qué se reunió con el coronel Bernardo Ruiz Silva por los días en que este huía de la justicia. En entrevista con el periodista Herbin Hoyos a raíz del lanzamiento de su libro, cuando este le preguntó por esa cita furtiva, así respondió: “Sí, lo vi. Me visitó clandestinamente cuando estaba perseguido. Me fue a ver a mi casa y estuvimos hablando un  par de horas”. Aquí entre nos, ¿cómo es eso de recibir en su casa al hombre que era acusado de haber dirigido el complot para asesinar a su propio hermano? Y tratándose de un prófugo de la justicia ¿no era su deber haberlo puesto en conocimiento de la autoridad, y al omitirlo no habría incurrido en el delito de encubrimiento? ¿Y cómo es eso de que Ruiz Silva estaba siendo “perseguido”, en lugar de “requerido” por un juez?