lunes, 28 de julio de 2014

Juan Manuel Galán tampoco se la fumó verde




Dicen que en Colombia un pesimista es un optimista bien informado, y esto aplica para dos proyectos que dos fuerzas progresistas diferentes quieren sacar adelante en el Congreso, pero que terminarán por estrellarse contra el muro del conservadurismo que casi siempre termina por imponerse allí.

Uno es el debate que Iván Cepeda quiso promover contra Álvaro Uribe por sus relaciones con el paramilitarismo, pero el voto que este último depositó por José David Name para la presidencia del Senado le rindió sus frutos. Resultado, el partido de la U se volvió repentinamente uribista y el tan publicitado debate sufrió de coitus interruptus.

El segundo caso es el proyecto de ley que a nombre del Partido Liberal pretende sacar adelante el joven senador Juan Manuel Galán para legalizar la marihuana con fines terapéuticos. De una vez saltaron como batracios la Iglesia Católica y el Partido Conservador a oponerse, la primera por boca de monseñor Juan Vicente Córdoba (“no podemos combatir a la droga con la misma droga”), y el segundo representado por Hernán Andrade, quien considera que “la propuesta de la marihuana abre las puertas de la legalización”.

Al primero le respondió con sobrada lucidez el escritor y columnista Juan Gabriel Vásquez cuando en columna para El Espectador advirtió que el proyecto de ley de Galán “no quiere que se combata la droga con la droga: quiere que se combata el dolor con la droga”. Y al segundo habría que preguntarle si eso significa que para que no haya el más mínimo riesgo de su legalización, a los enfermos que podrían encontrar alivio en sus propiedades curativas les queda totalmente prohibido acceder a esa hierba. ¿Sacrificamos entonces a los enfermos, para que no haya riesgo de que los sanos también la prueben?

Sea como fuere, hay que concederle la razón a Andrade en que se abrirían las puertas a la legalización plena, pero la diferencia está en que él ve como negativo lo que en realidad es el lado positivo de la noticia. La marihuana hay que legalizarla, esa es la solución al problema, no el problema. Como decía Kierkegaard: “a veces el ángulo desde el cual se ve el problema, es el problema”. ¿Quién dijo acaso que a la gente se le puede andar prohibiendo que se dé en la cabeza, sea porque la estrella contra una pared o porque se emborracha o porque acude a una sustancia psicoactiva? ¿Consecuentes con esta línea, prohibimos también el suicidio?

Mientras en EE UU la mayoría de habitantes de los estados de Washington y Colorado en noviembre de 2012 votó a favor de legalizar totalmente la marihuana (o sea, abrieron no puertas sino compuertas) y mientras Uruguay fue el primer país latinoamericano que tuvo la audacia de seguir el ejemplo, aquí apenas se inicia la discusión pacata en torno a si les damos a los enfermos terminales unas goticas de cannabis que alivien sus dolores, o si los dejamos sumidos en sus  padecimientos o los obligamos a que las consigan por la carísima y peligrosa vía de la ilegalidad.

Una circunstancia similar de satanización se presentó cuando el alcalde Gustavo Petro propuso crear centros de consumo de droga controlados para ayudarles a manejar la ansiedad a los adictos, y el procurador Alejando Ordóñez saltó a decir que “Petro se la fumó verde”.  En el caso de Juan Manuel Galán, ¿por qué se estará demorando tanto Ordóñez en declarar que esta joven promesa del liberalismo también se la fumó verde?

Colombia ya no está para que de nuevo la cojan con los calzones abajo, como le ha venido ocurriendo frente a la lucha  contra las drogas, que se queda siempre con los dolorosos y desprecia los gozosos. En otras palabras, que se lo vienen metiendo sin vaselina, con el perdón del señor procurador.

El verdadero acto de coraje del presidente Juan Manuel Santos sería si en consonancia con la tendencia mundial reconociera que la guerra contra las drogas fue un rotundo fracaso (como en su momento lo fue la Ley Seca en EE UU) y se diera la pela de proponerle al Congreso una legislación que siga el ejemplo de Pepe Mujica. Se trata en últimas de que Colombia se suba los calzones, se apriete el cinturón y no se quede por fuera de un negocio del que ya un personaje como Vicente Fox, expresidente de México, dijo que cuando sea legal “seré productor de marihuana para que la droga esté en manos de nosotros, que ayude a la economía del país y no solamente al Chapo Guzmán”. Y la marihuana será legal en todo el mundo de aquí a 15 o 20 años, póngale la firma.

Es por ello que la propuesta del senador Galán no deja de ser timorata, aunque loable y digna de  aplauso. Pero está condenada al fracaso –y espero estar equivocado- porque hasta los propios medios que deberían impulsar la idea están contagiados de esa ola retrógrada que les hace pensar que la legalización terapéutica disparará el consumo, y que los consumidores se disfrazarán de enfermos, y que la marihuana será la puerta para acceder a drogas más duras, y bla, bla, bla.

El senador Galán en entrevista para Semana.com pide que si le presentan trabas al proyecto “que sean técnicas, no argumentos de tipo religioso o moral, sin sustento en una vivencia real”. Se trata de un sano pero baldío llamado a la sindéresis, porque los que se impondrán serán sin duda los prejuicios religiosos y morales, pero sobre todo porque las fuerzas de la extrema derecha que desde la caverna también se han opuesto al aborto terapéutico y al matrimonio gay han quedado notificadas de que en José David Name Cardozo cuentan desde el pasado 20 de Julio con un discreto pero muy eficaz aliado, para lo que se les pueda ofrecer desde la mismísima presidencia del Senado.

DE REMATE: Al cierre de esta columna se ha sabido que The New York Times, el periódico más influyente en el mundo entero, pidió en su editorial (‘Repeal prohibition, again’) que se rechace la prohibición a la marihuana en Estados Unidos, y abogó por su legalización plena. Sin más comentarios.

martes, 22 de julio de 2014

El voto obligatorio es más bueno que malo

  


En días pasados el columnista Eduardo Posada Carbó publicó en El Tiempo una columna titulada Defensa del voto voluntario, la cual dice que escribió “ante las repetidas amenazas de quienes nos quieren imponer el voto forzado”. Allí dijo que “es un absurdo pretender formar ciudadanos a la fuerza. Si supiéramos valorar y defender mejor nuestras tradiciones, las propuestas de obligarnos a votar habrían dejado de reaparecer”.

De entrada, a Posada Carbó le preocupa ver que crece la audiencia de políticos que se manifiestan a favor del voto obligatorio: Alfredo Rangel y Óscar Iván Zuluaga del Centro Democrático, Horacio Serpa del Partido Liberal, Antonio Navarro, Angelino Garzón, Piedad Córdoba, Luis Garzón, Rafael Pardo...

Partamos de considerar nuestra coincidencia total con el columnista en que el voto debería ser libre y voluntario, por supuesto. Pero eso aplica para una democracia casi perfecta como la holandesa que Posada cita, no para una imperfecta (o imperfectísima, para perfeccionar la idea) como la colombiana, donde entre el 50 y el 70 por ciento del censo electoral se abstiene de votar en cada elección y la mayoría de los políticos que salen elegidos logran sus puestos de representación mediante prácticas clientelistas o fraudulentas.

Puedo estar equivocado, pero el sentido común parece advertir que una elección en la que no vota más de la mitad de las personas aptas para hacerlo, debería considerarse ilegítima. Y el problema se circunscribe a Colombia, por lo que no hay que andar haciendo comparaciones odiosas, como la de citar el caso de la Unión Soviética y advertir que allá el voto obligatorio “fue norma”, pero omitiendo adrede que no había por quién votar, sólo por los miembros de un único partido, el PCUS.

Una diferencia importante con los demás países de la órbita mundial es que Colombia vivió durante 16 años (una generación entera) bajo un Frente Nacional mediante el cual cada cuatro años se rotaban el poder los partidos Liberal y Conservador, con gobiernos consecutivos de “coalición” que incluían la distribución equitativa de ministerios y burocracia en las tres ramas del poder público. Ello condujo a que la gente dejó de interesarse por la política, porque de antemano se sabía quién iba a ganar.

Esa alternación ‘equitativa’ de la torta fue a su vez la semilla que engendró la corrupción en las costumbres políticas, pues con el paso de los años se fueron borrando las diferencias ideológicas entre los dos partidos tradicionales y empezaron a tomar forma las ‘coaliciones’, consistentes básicamente en que el perdedor en una contienda electoral se compromete a apoyar al vencedor a cambio de una porción de la repartija burocrática. Y así es como hoy se practica la política, y todos tan contentos…

Una cosa que he venido diciendo al riesgo de parecer cansón, es que los abstencionistas son la primera fuerza política del país, y la consecuencia política más inmediata de esta situación hasta cierto punto delirante, es que no sabemos realmente quién o quiénes son los que de verdad el pueblo colombiano quisiera elegir para que los gobierne.

Una gran parte del accionar político hoy está en manos de mafias, sobre todo en el nivel regional, sin que ello se traduzca en que toda la política esté en manos de mafiosos. Existen muchos políticos honestos, solo que son esa minoría calificada que representa el voto de opinión, mientras que la mayor parte de los poquísimos votantes en cada elección es cooptada por razones de amigazgo, clientelismo o burda compra del voto.

Y vuelvo a un ejemplo ya citado en columna anterior: para elegir a un senador como Eduardo Merlano (el de la prueba de alcoholemia) se necesitaron 37.195 votos, en su gran mayoría heredados de su padre, Jairo Enrique Merlano, exsenador condenado por sus nexos con Rodrigo Mercado, alias ‘Cadena’. Asumiendo esos votos como el 40 % de los votantes potenciales, donde el 60 % restante corresponde a los que se abstuvieron de sufragar, tendríamos que si existiera el voto obligatorio ese candidato habría necesitado una suma aproximada de 100.000 votos para hacerse elegir, o sea que ya no estaría compitiendo con la ‘clientela’ de otros políticos de su región, sino que debería acudir al total de personas aptas para votar.

Es en este contexto que al voto popular se le debe imprimir el carácter de obligatorio, así fuera de modo provisional y con una finalidad puramente pedagógica. Se trata en principio de derrotar la abstención por decreto. El día en que vote el 80 por ciento o más de la población, se la habremos puesto de pa’ arriba a los que se hacen elegir invirtiendo altas sumas de dinero en comprar determinada cantidad de votos, pues tendrían que duplicar o triplicar la inversión y sería mayor el riesgo de que esa platica se les perdiera, al tener que garantizar que no se les ‘torciera’ un número sustancialmente mayor de votantes.

La consecuencia quizá más inmediata del voto obligatorio es que fortalece el voto en blanco, pues muchos al sentir que los han ‘forzado’ a votar elegirían esa opción, y si esos muchos fueran la mitad más uno se habrían hecho vencedores y estarían obligando a barajar de nuevo, que fue lo que se les trató de decir en las dos últimas contiendas a los impulsores del voto en blanco pero no entendieron, engolosinados en su propia vanidad mediática.

Precisamente Eduardo Posada Carbó no habla en su columna de voto obligatorio sino ‘forzado’, para darle así la connotación de algo intrínsecamente negativo. Ahora bien: si se trata de escoger entre dos males, el de obligar a la gente a votar o el de seguir siendo gobernados –sobre todo en lo regional, como ya se dijo- por camarillas políticas corruptas aupadas al poder por la altísima abstención, yo escojo el primero.

Visto desde esta perspectiva, el voto obligatorio tiene incluso mucho más de bueno que de malo.


DE REMATE: Si hay algo que debería estar prohibido en Internet, es esa publicidad invasiva que se apodera de la pantalla y te impide leer durante cierto tiempo lo que en realidad estabas buscando. Eso es un irrespeto y un abuso, y más cuando se trata de columnas de opinión, que deberían permanecer incontaminadas de cualquier intención de venta de productos o servicios. Al que le caiga el guante…

martes, 15 de julio de 2014

“¡Más estúpido será usted!”



Tomado de Semana.com

Que el fútbol enciende todo tipo de pasiones y muestras de intolerancia, se hizo evidente durante el Mundial que acaba de pasar. Cuando estas se presentan entre hinchas de países en disputa resulta si se quiere comprensible, pero lo sorprendente es que ocurran entre colombianos, o sea entre hinchas del mismo equipo, como en los dos casos que voy a referir:

Fabio Andrés Olarte Artunduaga, columnista de Las2orillas.com, en “Diatriba contra memes de Pablo Escobar” definió como “estúpidos” a “esa raza de colombianos que se encargó de mostrar al planeta entero cuál hubiese sido la reacción del mayor narcotraficante de la historia del mundo, Pablo Escobar, si estuviese vivo”. Se refería a los que tras el partido Brasil–Colombia, en el que la FIFA metió la mano para favorecer al primero, expresaron su enojo publicando memes con “la imagen de la persona que probablemente más daño le hizo al país”.

De otro lado, Santiago Molina Roldán, columnista de Kyenyke.com, el día del partido Alemania-Brasil escribió esto en su página de Facebook: “Estúpidos esos que apoyan a Alemania solo porque Colombia no pasó en el partido frente a Brasil. Otra cosa es que apoyen a Alemania por buen fútbol”. A lo cual otro columnista, Jhon Mejía Anaya de Olapolitica.com, le respondió con que “yo apoyo a Alemania porque Brasil ha sido beneficiado por el arbitraje desde el primer partido y no creo que eso me haga estúpido”.
Lo cierto es que en ambos casos me sentí aludido: en el primero porque el día anterior reproduje en mi FB el meme donde se ve a Escobar persiguiendo por un pastizal al árbitro español que nos sacó a la brava, y en el segundo porque apoyé a Alemania contra Brasil –por simple despecho, no lo niego- y después de la goleada publiqué esto: “La lógica conclusión de ese 7-1 es lapidaria: Brasil no merecía estar en cuartos de final. Colombia sí. Y Alemania desnudó el engaño”.

La pregunta que me sigo haciendo, de todos modos, es si tanto los que publicaron ese tipo de memes como los que por razones puramente emocionales apoyaron a Alemania contra Brasil se merecen el calificativo de “estúpidos”. En el primer caso, Olarte sustentaba así su planteamiento: “No me imagino a un ciudadano de Berlín, con postdoctorado en Física Cuántica, compartiendo fotomontajes de Hitler persiguiendo a judíos tras perder Alemania la Copa del Mundo de Baloncesto con Israel”. (Comparación por cierto forzada, pues el problema de Escobar no fue con España ni con árbitros de fútbol).

Fue ahí cuando recordé la saga de divertidos videos que desde tiempo atrás se vienen publicando en Youtube con el título “Hitler se entera que…” (sic), los cuales van desde cuando le cuentan que Uribe ganó el título de Gran Colombiano, o que Argentina pasó a la final, o incluso uno donde se entera de que hacen videos sobre él. Y me pregunté entonces si es que queda prohibido utilizar a Hitler para propósitos humorísticos, o si el creativo libretista de tan variados temas es un estúpido, o si será que pudo haber ofendido a Israel, o a Argentina, o a Alemania, o a Álvaro Uribe…

Y llegué a la conclusión de que el problema en últimas atañe a la defensa de la libertad de expresión, pues a nadie en la red se le puede prohibir expresarse como le venga en gana mientras no haya apología del delito, y en caso de que alguien lo considere ofensivo tiene libertad para decirlo: “no estoy de acuerdo con que fulano diga esto o publique aquello, por esto o por aquello”. Pero al definir como estúpidos a los que se manifiestan mediante ese tipo de humor, están cayendo –ellos sí- en soberana estupidez, al pretender pisotear con su rayana intolerancia a quienes tienen su propia manera, por floja o ridícula que fuere, de ver las cosas. Al que no le guste algo, le basta con ‘cambiar de canal’. Ahora, que si considera estúpidos a los que confeccionan o publican esos memes, está en su derecho de pensarlo. Pero al decirlo ofende y, de paso, desnuda su propia estupidez.

Vayamos ahora al “sentimiento” de solidaridad que millones de colombianos tuvimos con Alemania contra Brasil, después del partido en que Colombia fue eliminado con la eficaz contribución del árbitro. ¿Es que acaso los sentimientos no cuentan, sabiendo de antemano que el fútbol es una cuestión ligada a pasiones patrióticas o preferenciales? “Razones tiene el corazón que la razón no entiende”, decía Pascal. ¿Son una partida de estúpidos los que como el suscrito anhelaron y se reconfortaron con la goleada que Alemania le metió a Brasil, confirmando así que nunca mereció estar en cuartos de final, como se corroboró hasta la saciedad cuando Holanda con un contundente 3-0 lo mandó a ese cuarto lugar que en realidad debió ser por lo menos el octavo?

Así las cosas, a la hora de expresar opiniones sobre fútbol no es posible descalificar como estúpidos a los que tienen su propia y respetable visión de las cosas. Quien recurre a esa clase de epítetos lo hace con la expresa intención de ridiculizar u ofender al oponente mientras pone cara de importante, y corre el riesgo de que le respondan con su misma fórmula: “¡Más estúpido será usted!”, o algo por el estilo. Y digamos que quizá no lo sea más, pero sí en similar proporción de estupidez. Tal para cual, mejor dicho.


DE REMATE: Hablando de intolerancia, no hay procurador sectario que dure cien años ni Colombia que lo resista. Bienvenida su justiciera partida. 

martes, 8 de julio de 2014

Triste historia de tres (o cuatro) prófugos ilustres




Algún día la historia se encargará de juzgar uno de los períodos más oscuros en la vida republicana de Colombia, como fueron los ocho años de gobierno de Álvaro Uribe Vélez. Digo la historia y no la justicia, porque al ritmo que avanza esta última va a ser muy difícil que el tiempo de vida que le queda a Uribe alcance para ser juzgado y condenado por los numerosos crímenes que le achacan. Un caso similar de inoperancia ocurrió con el dictador Augusto Pinochet, quien gracias a una orden de detención del juez Baltasar Garzón permaneció en arresto domiciliario durante año y medio en Londres, pero logró sortear con éxito ese percance y al final murió sin haber pasado un solo día tras las rejas.

Lentitud en la justicia por un lado, y por otro evasión, como acabamos de ver tras la condena impuesta a Andrés Felipe Arias, el hombre en quien Uribe había puesto todas sus complacencias.  El exministro de Agricultura no se hizo presente al dictamen de la sentencia porque estaba “de vacaciones con su familia”, y es un hecho indubitable que se sumará a la lista de prófugos ilustres (?) que encabezan Luis Carlos Restrepo y María del Pilar Hurtado.

Lo increíble es que la justicia colombiana no haya contado con ‘dientes’ para evitar la triple fuga, y en el caso de Arias que incluso tuviera autorización para abandonar el país, siendo que se avanzaba en su juicio. Ello evidenciaría cierto grado de complicidad de sus juzgadores, tanto al dejarlo en libertad como al haberle brindado las condiciones materiales para que se diera a la fuga. ¿O es que algún iluso cree que Arias regresará a encerrarse en una celda, donde ya estuvo casi tres años, para acabar de cumplir su pena?

Mientras Uribe y su copiosa cohorte de segundones piden a grito herido que no haya impunidad para las Farc, este se dedica con una garra no exenta de creatividad a buscar impunidad para los suyos, llegando a extremos como el de afirmar que los soldados y oficiales del Ejército acusados por falsos positivos son “héroes de la patria” y “perseguidos por la Fiscalía”,  o el de perseverar en la defensa de Jorge Noguera, su exdirector del DAS condenado a 25 años de prisión por el asesinato del humanista Alfredo Correa D’Andreis (entre otros crímenes), pero de quien Uribe dijo tras conocerse la condena que “si hubiera delinquido, me duele y ofrezco disculpas a la ciudadanía". Declaración ésta teñida de infamia hacia las víctimas porque encierra un mensaje de complicidad con el criminal, mediante ese ofensivo “si hubiera delinquido”, indicativo de que él piensa otra cosa.

Esto no significa que Uribe haya cometido múltiples errores de ingenuidad al contratar o rodearse de tanto delincuente, sino que estableció con ellos unas relaciones de complicidad tales, que lo obligan a colaborar hasta donde le sea posible para que logren evadir el cerco de la justicia, pues en caso contrario sería él mismo quien pudiera verse seriamente comprometido.

Además de Noguera, un par de casos notorios de colaboradores cercanos a los que tampoco les pudo ayudar es el de sus dos últimos jefes de seguridad en la Presidencia, pero tuvo el gesto –también cómplice- de incluirlos en la dedicatoria de su libro No hay causa perdida: “siempre estaré agradecido con los generales Flavio Buitrago y Mauricio Santoyo”. Hasta donde sabemos, siempre es siempre, no hasta que los cojan presos. Y no sobra recordar que ante la condena a Buitrago, tuvo el cinismo de afirmar que era el gobierno del presidente Santos el que debía responder.

Pero centrémonos en los que ya son los tres más ilustres prófugos de la justicia colombiana, en orden de importancia: Andrés Felipe Arias, Luis Carlos Restrepo, María del Pilar Hurtado. Si buscamos el elemento coincidente entre ellos y el expresidente, la palabra complicidad salta cual liebre tras el matorral: ellos sabían que lo que hacían transgredía o podía transgredir la ley, pero estuvieron dispuestos a jugársela porque creían que así se debía hacer. Eso es lo que configura la categoría de cómplices.

La diferencia más notoria entre los tres es que con el exministro Arias se da una complicidad abyecta, motivo por el cual su jefe (que lo sigue siendo)  no corre el más mínimo riesgo de ser traicionado. Pero no ocurre igual con Restrepo y Hurtado, pues, como dije en columna anterior, si hay dos personas en Colombia que tienen toda la información requerida para hundirlo, son ellos dos. Eso explicaría por un lado que Uribe haya enviado un contingente de abogados a Panamá a tratar de evitar la repatriación de María del Pilar, y por otro que Luis Carlos Restrepo en realidad no le esté huyendo a la justicia sino al siniestro, considerando que una jueza ‘íntima’ del coronel Robinson González le levantó la orden de detención y por tanto podría regresar cuando quisiera. Si no lo hace, quizá sea porque prefiere evitar tener que subirse a un helicóptero.

Lo preocupante de todos modos es que la lista de prófugos ilustres puede ampliarse a cuatro, pues la entrega a la justicia del mayor Juan Carlos Meneses en enero pasado fue con el fin específico de aportar a la Fiscalía las pruebas que dice tener contra Santiago Uribe por su presunta comandancia del grupo paramilitar Los 12 apóstoles.

Pasada la tormenta electoral que impedía tomar ciertas decisiones ‘sensibles’, es factible que en próximos días el hermano del expresidente Uribe sea llamado a juicio y se le profiera orden de captura, como en su momento se hizo con los tres que ya tomaron las de Villadiego. Aquí, la justicia se enfrenta a dos nuevos retos: cuidar a Meneses para que no lo maten, pero sobre todo cuidar que el hermano del expresidente Álvaro Uribe no se vaya del país, siguiendo los pasos de los ya tres tristes prófugos ‘ilustres’.


 Sea como fuere, este llamado de alerta solo pretende impedir que se convierta en tragicómica realidad lo que vaticinó el periodista Héctor Fabio Cardona (@HFCardonaG): que un día de estos Uribe pueda montar un gobierno de prófugos en el exilio… y presidirlo.

miércoles, 2 de julio de 2014

El huracán que todos llevamos dentro



Hay un capítulo de Los Simpson que plantea una posible relación entre religión y salud mental. Es el octavo episodio de la octava temporada, se llama El huracán Neddy, tiene su propia página en Wikipedia (el capítulo) y cuenta cómo el muy piadoso, creyente, devoto y practicante Ned Flanders pierde su fe en Dios.

El argumento encierra una profunda carga filosófica y psicológica, y no sobra contarlo aquí. Como se sabe, Flanders tiene la particularidad de que siempre está de buen humor, por lo que no hay absolutamente nada que logre enojarlo, y menos hacerlo entrar en cólera. Pero un buen día un huracán ataca con fuerza a Springfield, y la única casa que destruye es la de Flanders, de la que solo deja en pie las lápidas familiares del patio trasero. Queda intacta por ejemplo la casa de su vecino más próximo, Homero Simpson (quien odia a Flanders) y cuya esposa –Marge, la de Homero- ha rezado esta oración minutos antes de la tromba: "Querido Dios, soy Marge Simpson. Si detienes el huracán y salvas a nuestra familia, te estaremos eternamente agradecidos y te recomendaré con mis amigas".

Pasado el cataclismo (que se asemeja al huracán Katrina), Ned agradece que al menos su familia estuviera bien de salud, pero le entristece saber que tendrán que mudarse al Centro de Rescate de la iglesia, ya que no estaban asegurados, pues él consideraba que los seguros son como un juego de azar, algo contrario a sus creencias.

Flanders procura no desanimarse cuando se entera de que su negocio, el Leftorium (todo para zurdos), también ha sido destruido por el huracán y saqueado por maleantes. Ante tanta calamidad, comienza a creer que Dios lo castiga. En busca de una respuesta se va a la iglesia a leer la Biblia, pero se corta un dedo –de su mano izquierda- con un marco dorado. Interpreta esto como un castigo más, y se lamenta por lo ocurrido, pero no entiende por qué justo a él le pasa eso, pese a ser tan creyente y reconocido como un profundo conocedor de la Biblia.

Lo que Flanders no sabe es que los habitantes de Springfield se han unido para ayudarlo, y en un santiamén le reconstruyen su casa. Feliz la inspecciona, pero se deprime al ver que está plagada de imperfecciones, muy al estilo M. C. Escher. Cuando sale y cierra la puerta, la casa se viene abajo, de nuevo. Flanders comienza entonces a sentirse muy enfadado, hasta que llevado por un ataque de ira insulta con nombre propio a los más representativos habitantes de Springfield, comenzado por el jefe de la Policía, y por supuesto a Homero, en quien descarga los epítetos más violentos. Luego se sube a su carro y maneja hasta el Hospital Siquiátrico, que se llama "Bosque en calma", donde se interna para recibir terapia.

Allí Flanders es visitado por el mismo siquiatra que lo había tratado en su infancia, el doctor Foster, quien cuenta que él era un niño malcriado debido a que sus padres no creían en la disciplina, y que para solucionar su problema le había aplicado un tratamiento conductista consistente en ocho meses de nalgadas, día y noche. La terapia en apariencia funcionó, pero Flanders se había convertido en un ser incapaz de expresar ninguna clase de ira. Su furia había permanecido reprimida por muchos años, hasta que estalló cuando su casa se derrumbó por segunda vez.

En busca de lograr que Flanders exprese sus emociones, el doctor Foster llama a Homero, a quien le da la orden de tratar de irritarlo. Éste, siguiendo un libreto, le dice cosas como “me acosté con tu esposa y/o cónyuge”. Luego de muchas provocaciones inútiles, Homero por fin logra que Flanders exprese lo esencial:

- Odio a mis padres.

- ¿Oíste? ¿Sabes lo que eso significa?- le dice el siquiatra a su ayudante. ¡Significa que está curado!

Esto no significa que todo el que odie a sus padres está curado, no. Significa más bien que llegar al origen de una alienación puede resultar terapéutico, e incluso permitiría entender por qué la ira y un deseo irracional de venganza se llegan a apoderar de alguien cuando por ejemplo le asesinan a su padre. En cuyo caso, mientras no logre elaborar el duelo por la pérdida del ser querido, el paciente nunca estará curado. En su corazón siempre anidará el huracán de ese recuerdo.

En Twitter: @Jorgomezpinilla