martes, 24 de febrero de 2015

Todos en la cama y la orgía del olvido




La propuesta de Justicia transicional para todos que lanzó el expresidente César Gaviria es el sapo que todos sabíamos que un día nos tendríamos que tragar, pero del que se hablaba en voz baja, como cuando se menciona la soga en casa del ahorcado.

La idea se inspira en el refrán “o todos en la cama o todos en el suelo”, y no por pragmática deja de ser un engendro, pues al primero que beneficia es a Álvaro Uribe y tras él a todas las fuerzas (claras unas, oscuras otras) que él comanda. Hemos quedado avisados de que el perdón cobijará por igual los crímenes de los guerrilleros que los de quienes se aliaron hasta con el diablo para derrotarlos, o segaron sin contemplación las vidas de rehenes y víctimas colaterales en la retoma del Palacio de Justicia, o supervisaron desde un helicóptero amarillo la espantosa masacre de El Aro, o asesinaron con modus operandi de genocidio a miles de jóvenes que “no estaban precisamente recogiendo café”.

Todo indica que le han dado a la bestia herida la zanahoria que necesitaba para que dejara de encabritarse, y eso explica que ya Uribe no vocifere a los cuatro vientos que el proceso de paz del castrochavista Juan Manuel Santos iguala a su amado Ejército con los terroristas. Como le dieron en la vena del gusto, guarda en Twitter el silencio de los que no pueden aplaudir porque se están frotando las manos. No ha dicho ni fu ni fa, como si no supiera quién es César Gaviria o como si en realidad fuera ‘veneco’ y copartidario de Leopoldo López, para más señas.

El mismo Gaviria nos recuerda que en países como Argentina, Chile o Uruguay fueron enjuiciados o condenados a prisión los que en nombre de luchar contra el comunismo y por el bien de la patria cometieron atrocidades como la ‘Noche de los lápices’, o desapariciones como las más de tres mil en la dictadura de Augusto Pinochet, o torturas como las que soportó Pepe Mujica cuando fue guerrillero con los Tupamaros.

Allá sí fueron enjuiciados, aquí saldrán frotándose las manos. Allá tuvieron al menos el coraje de combatir de frente la subversión y usar el poder militar para aplastar a sus enemigos, mientras acá se camuflaron en la cobarde táctica de auspiciar, armar y capacitar a grupos paramilitares por toda la geografía nacional para que les hicieran el trabajo sucio, o sea las masacres, las desapariciones, los desmembramientos con motosierra en carne viva, los desplazamientos forzados, los hornos crematorios, las fosas comunes y otras arandelas. Y ni por esas lograron derrotar a la subversión, como sí ocurrió en Argentina, Chile o Uruguay, donde hubo dictadores de facto. La diferencia con Colombia fue que aquí tuvimos ocho años de dictadura con vaselina, durante la cual el sátrapa invirtió su inmensa popularidad en tratar de perpetuarse con métodos amañados de mafioso, y donde muchos avezados criminales hicieron parte de su administración pero él no sabía que eran criminales, porque todo ocurrió a sus espaldas.

Su gobierno fue la orgía de las violaciones de cuanta norma o derecho humano se les atravesó, y la mayor de las orgías se dio cuando el entonces comandante del Ejército, general Mario Montoya, pidió “ríos de sangre” para el comandante en Jefe de la Seguridad Democrática, y ríos de sangre desparramada le llevaron en las bolsas con los cuerpos de miles de jóvenes cuyo mayor pecado fue que no estaban recogiendo café cuando los buscaron para conducirlos como borregos al matadero. ¿Alguna diferencia con los judíos que eran subidos inermes a trenes con un solo destino, la muerte? Yo no la veo, pues el propósito era el mismo: matar gente inocente.

Toda esta historia nacional de la infamia está ad portas de quedar amnistiada, y si bien es comprensible que en aras de la paz y la reconciliación así ocurra, lo que no pueden permitir las víctimas ni la memoria histórica es que semejante holocausto y demás satrapías se envíen como trasto viejo al cuarto del olvido. Si ese es el precio a pagar, el país queda obligado a que se sepa la verdad sobre tantas atrocidades que desde el lado institucional se cometieron, y que hubo terroristas de lado y lado, así los de este lado hayan sido indultados desde el lenguaje por eufemismos como el de apodar ´falsos positivos’ a lo que fueron prácticas genocidas, o el de llamar retoma a lo que fue una demencial operación rastrillo que inundó de dolor y destrucción el Palacio de Justicia en noviembre de 1985, a escasos cien metros del despacho donde el presidente Belisario Betancur permanecía maniatado por el poder de la bota militar, que le impedía detener la barbarie durante las eternas 24 horas de horror que duró el operativo. Después de eso le devolvieron el mando, pero ya con su grandeza de estadista extraviada para siempre.

En Colombia desde décadas atrás se viene hablando de la ‘Mano Negra’ como una organización clandestina de ultraderecha, compuesta por determinado número de miembros que realizan acciones acordes con su doctrina. Se sabe que existe. Una primera revelación de gran peso histórico la soltó Carlos Castaño en el libro Mi confesión, cuando habló de un grupo de notables que lo asesoraba y le daba instrucciones. Pero no dio nombres. El que sí reveló un nombre fue alias ‘Don Berna’, quien señaló a Pedro Juan Moreno Villa, mano derecha de Álvaro Uribe en la gobernación de Antioquia, como uno de los integrantes de ese ‘Grupo de Notables’. Moreno pereció en un helicóptero que se cayó justo cuando se había convertido en una piedra en el zapato para Uribe, accidente del cual el general Rito Alejo del Río aseguró que “no fue accidental”, sino que “él fue asesinado”.

Por ese accidente nos quedamos sin confirmar si con Pedro Juan Moreno se destapaba uno de los dedos de la Mano Negra, pero la oferta de impunidad exprés que ha puesto Gaviria a los ojos de todos los criminales de cuello blanco quizá ayude a develar algún día la identidad de los demás dedos de esa organización terrorista clandestina, para proceder a su desmantelamiento definitivo (como sí ocurrió con la tenebrosa AAA en Argentina) y de paso saber quién era su comandante en Jefe. ¿Será mucho pedir?


DE REMATE: Al cierre de esta columna El Espectador informa que para el procurador Alejandro Ordóñez la propuesta de Gaviria es “un pacto de impunidad con todos los sectores”, e insiste en que los guerrilleros deben pagar penas privativas de libertad. Pero sigue siendo partidario de conceder beneficios judiciales a los máximos responsables de los ‘falsos positivos’, mediante la calificación de estos delitos no como de lesa humanidad sino como “crímenes de guerra”. Lo cual se traduce en que quiere ver a sus criminales de la derecha durmiendo en la cama, y a los criminales de las Farc desvelados en el suelo.

miércoles, 18 de febrero de 2015

¿Qué estará pensando María Jimena?




Tiene toda la razón María Jimena Duzán cuando en su última columna advierte que "a (Rodrigo Lara) lo acribilló el narcotráfico, pero moralmente ya lo había asesinado la clase política que lo igualó y lo rebajó al nivel de los políticos que habían vivido a su sombra". Esto en relación con el asesinato moral que hoy pretende propinarle a Antanas Mockus el senador Álvaro Uribe.

Ahora bien, sería justo que también se mirara cuando desde la orilla del periodismo se acribilla moralmente a un gobierno o a un político con acusaciones que, pese a que han sido desvirtuadas, se tiende un manto de silencio que soslaye la falsedad o el error que se había cometido. Me refiero en concreto al señalamiento que desde hace casi veinte años les vienen haciendo a Ernesto Samper y a Horacio Serpa por su supuesta participación como ordenadores o instigadores del asesinato de Álvaro Gómez Hurtado, ocurrido el 2 de noviembre de 1995.

Precisamente el 25 de noviembre del año pasado escribí para Semana.com una columna titulada María Isabel Rueda y su fábrica de mala leche, donde le pedí explicar por qué el 4 de agosto de 2007 había dicho que “siempre he creído en la teoría de que un crimen de Estado acabó con la vida de Álvaro Gómez, entendiendo por ello la posibilidad de que miembros de las Fuerzas Armadas, aliados muy probablemente con el narcotráfico del Valle y sin conocimiento de Samper, hubieran planeado y efectuado el magnicidio”, pero en noviembre del año pasado sentenció así: “Luis Hernando Gómez Bustamante, alias ‘Rasguño’ (…) ha hablado cuatro veces ante la justicia. Ya dijo quién mató a Álvaro Gómez. Ya dijo por qué”. Esto se traduce en que para la periodista ese quién era Ernesto Samper, y ese por qué era para hacerle un favor, pese a que siete años atrás consideraba que esa misma afirmación de Rasguño “es una falta de respeto con la vida y la memoria” del dirigente conservador.

En lugar de explicar tan flagrante contradicción la columnista fue a quejarse ante el presidente de Publicaciones Semana, de modo que Felipe López ordenó cancelar mi columna arguyendo que yo había insultado a su amiga cuando dije que “María Isabel Rueda se está convirtiendo a pasos agigantados en la Negra Candela de la política”. Aquí entre nos, tengo la íntima convicción de que ese no fue el motivo real de mi salida, sino el recurso que Rueda encontró más a la mano para no tener que responder a tan pertinente pregunta, la cual no dejaré de formular hasta obtener respuesta.

El asunto no es de poca monta, máxime cuando en entrevista el pasado 22 de enero para NTN24 el hombre mejor informado durante el gobierno de Ernesto Samper, el entonces embajador de Estados Unidos, Myles Frechette, le dijo esto a Juan Carlos Iragorri sobre quiénes creía que habían sido los autores del asesinato de Álvaro Gómez: “Fueron algunos derechistas y militares los que pensaron en eso, quienes habían hablado con él de un posible golpe que se venía discutiendo mucho en Bogotá, y posiblemente les dijo ‘déjenme poner la cabeza’. Y cuando les dijo que no, ahí sin él hubiera sido visto como una burda intervención de los derechistas. Yo creo que por esa razón uno de ellos mató a Álvaro Gómez”.

Lo llamativo es que esto coincide tanto con lo que María Isabel Rueda pensaba en 2007, como con lo que el 24 de noviembre del año pasado le dijo a la W Radio el hombre mejor informado que hoy existe en Colombia, Daniel Coronell: “Desde el primer momento en que se cometió el delito hay fuertes indicios de que miembros de la Fuerza Pública han estado involucrados en eso. Y resulta que esa versión parece no satisfacer a una rama de esa familia (Gómez Hurtado) y han querido buscar el culpable en otra parte”.

Pero ustedes dirán: ¿y esto qué tiene que ver con María Jimena Duzán? Allá voy: por esos mismos días de noviembre del año pasado, el lunes 10, en el programa de televisión ‘Semana en vivo’ entrevistó a Enrique Gómez Martínez (apoderado de la familia en el caso de su tío inmolado) y a Horacio Serpa, dedicándole 45 minutos al primero y 15 minutos al segundo, en lo que al día siguiente Semana.com tituló como un ‘cara a cara’ siendo que las dos entrevistas se dieron por separado y se notó una abierta preferencia de Duzán por “Enrique” (le faltó poco para decirle Enriquito), debido a que ella le cree más a este y a que desde los días del proceso 8.000 ha manifestado una abierta animadversión contra el exministro del Interior de Ernesto Samper.

Es obvio que entre las dos Marías aquí citadas hay notables diferencias (una reaccionaria y otra progresista), pero las une la convicción de que Samper y Serpa algo tuvieron que ver con ese crimen. Sea como fuere, tratándose de dos periodistas supuestamente interesadas en llegar a la verdad, ya es tiempo de que se pronuncien en torno a lo que Frechette le dijo a Iragorri. Y esto va también para una tercera María, María Elvira Arango, pues todo indica que miembros de la familia Gómez Hurtado le pagaron a Caracol un publirreportaje judicial para que dijera en su programa Los Informantes del 12 de octubre de 2014 que el hombre al que la justicia le comprobó plena culpa de haber disparado contra la humanidad de Álvaro Gómez, el sicario Héctor Paul Flórez Martínez, es un simple “chivo expiatorio”.

Hay quienes me han acusado de ser un correveidile de Samper y Serpa, y lo entiendo como una artimaña para evadir la contundencia de los argumentos que en columnas anteriores he expuesto con un propósito netamente periodístico, el de llegar hasta los que sí cometieron ese crimen. La tarea no es fácil, está minada de riesgos, y la primera de esas minas explotó cuando perdí la columna en Semana.com.

Existen poderosas fuerzas oscuras interesadas en que se siga ocultando a los verdaderos autores intelectuales de ese asesinato, y fueron esas fuerzas las que desde noviembre del año pasado desplegaron una muy bien coordinada campaña de propaganda negra con ese objetivo, en la que han confluido Enrique Gómez Hurtado, su homónimo hijo, María Isabel Rueda y María Elvira Arango, entre otros. En honor a la verdad se debe excluir de esa tarea ‘oscurecedora’ a María Jimena Duzán, pues la veo como una periodista equivocada de buena fe, pero para salir de dudas se podría esperar de ella un pronunciamiento clarificador al respecto.

DE REMATE: Je suis Yohir.