martes, 29 de diciembre de 2015

La asombrosa vida de Pi –y de mí

  


Dicen que quien no ha perdido la capacidad del asombro sigue dándole sentido a su existencia. Esto lo confirmé con la película La Vida de Pi, del director taiwanés Ang Lee, que meses atrás me había recomendado una hija y pude ver hace unos días en un bus de Copetrán de dos pisos, en pantalla adherida al espaldar del asiento delantero, como en algunos aviones de Avianca.

La película en España se titula “una aventura extraordinaria”. Y lo es, doy fe de ello. Tanto en su alucinante riqueza visual como en la narración de una odisea que parece traída de los cabellos, pero a la que usted le cree porque la precede cierta lógica: tras el naufragio del barco japonés que transporta un zoológico coinciden en un bote salvavidas una cebra malherida, un tigre de bengala, una hiena, un orangután y un joven de nombre Pi que profesa tres religiones: el hinduismo, el catolicismo y el islamismo.

Dije odisea porque se emparenta tanto con el drama que vivió Ulises enfrentado a la furia de los dioses mientras intentaba regresar a los brazos de su amada Penélope, como con la leyenda del Arca de Noé, repleta de animales tras el diluvio universal decretado por Yahvé. En este sentido la historia está atravesada cual hilo de Ariadna por un trasunto religioso (creer… o no creer), con un final desconcertante pero creíble porque el mismo Pi que te acaba de contar tan asombrosa historia luego te sale con que todo eso a lo que lo que le diste tanta credibilidad… podría no ser cierto.

Es difícil para quien no ha visto la película entender de qué hablo. Motivo por el cual bastaría con verla, por ejemplo en este enlace, y retomar la lectura. Aquí hilamos con dos empleados de la empresa aseguradora del barco que se hundió, quienes luego del rescate le explican con creces a Pi que sus superiores no les van a aceptar la historia de un joven que permaneció 227 días a la deriva en compañía de un tigre de bengala y llegó a una isla carnívora que no aparece en los mapas, donde al abrir una fruta halló en su interior el diente de un humano, etc. “Queremos una historia que no nos haga ver como tontos, en la que no haya cosas que jamás se han visto”, le dicen a Pi.

Es entonces cuando Pi accede a contarles una historia más creíble, e ‘inventa’ que en ese bote iban cuatro sobrevivientes: Pi, su madre, el cocinero del barco (actuado por Gerard Depardieu) y un budista malherido que solo comía arroz con gravy. Según Pi el cocinero usó al budista como carnada para pescar e incluso comió de su carne, y esto enfureció tanto a la madre que lo atacó, pero este la mató con un cuchillo, y con ese mismo cuchillo Pi pudo matar al cocinero al día siguiente.

Desde el comienzo de la película Pi le habla a un escritor canadiense que se interesó en la historia de su naufragio, y es este quien le advierte al protagonista que la cebra malherida podría representar al budista con la pierna rota, la hiena al cocinero, el orangután a la madre y el tigre de bengala… a Pi, por supuesto. Y le hace ver además que “nadie puede probar cuál de las dos historias es cierta”, pero “la única coincidencia es que en ambas su familia muere y usted sufre”.

Pi le pregunta al escritor con mirada capciosa –digna de toda sospecha- cuál de las dos historias prefiere, y este así se expresa: “La del tigre. Es la mejor historia”. Y Pi le responde: “Gracias. Lo mismo sucede con Dios”.

Gabriel García Márquez decía que todo escritor tiene la obligación de competir con Dios, dando a entender que se trata de competir con La Biblia, el libro más leído. ¿Y cómo compites con Dios? Escribiendo de un modo que sin importar lo fantasiosa, absurda, increíble, delirante, asombrosa o extraordinaria que haya sido tu vida o tu historia, te la crean. Real o ficticia, a nadie le importa. Lo importante es que te la crean, como viene ocurriendo con “la palabra de Dios” desde siglos atrás y como ocurre con La vida de Pi en los primeros siete cuartos de hora de los 127 minutos que dura la película. Después, la historia aterriza en la más cruda realidad.

Nuestro Nobel Gabo fue consciente de esto al leer La metamorfosis de Kafka y descubrir que estaba permitido contar que un día Gregorio Samsa despertó convertido en un escarabajo gigante. En la misma tónica, al final de la película, cuando ya el bus de Copetrán atravesaba Piedecuesta rumbo a Bucaramanga, tuve la impresión de haber sido poseído por una especie de epifanía o revelación mística, mitad literaria mitad religiosa, que advertía sobre la posibilidad de contar la historia de tu vida como esa aventura extraordinaria que hasta hoy has vivido.

Y sin salirte de la verdad, por supuesto…

DE REMATE: La vida de Pi está basada en la novela homónima de Yann Martel. Al echar un vistazo a una copia del informe de los funcionarios nipones, el escritor canadiense encuentra un apunte referido a "la notable hazaña de sobrevivir 227 días acompañado por un tigre". Esto significa que hasta los agentes del seguro prefirieron esa historia. Si preguntaran yo cuál prefiero, mi respuesta está en lo que le dijo el padre de Pi a su hijo durante un almuerzo familiar: “Si crees en lo que dicen tres religiones, significa que no crees en nada. La religión es oscuridad. No dejes que esas historias trastornen tu mente”.

martes, 22 de diciembre de 2015

Absolución al coronel Plazas: triunfó la barbarie


Un confidencial de Semana.com un día después de que la Corte Suprema de Justicia en apretada decisión (5-3) decretó la falta de prueba suficiente en torno a la responsabilidad del coronel Alfonso Plazas Vega frente a dos de los desaparecidos del Palacio de Justicia, aporta luces sobre el verdadero motivo por el cual habría ocurrido esa absolución.

Según Semana “el coronel había sido condenado por una teoría del alemán Claus Roxin denominada de ‘autoría mediata por aparatos organizados de poder’. Esta permite condenar a una persona, así no hayan (sic) pruebas que lo relacionen directamente con el delito, por su posición de líder dentro del organismo que cometió esos crímenes. En el acuerdo que presentó el gobierno y las FARC se excluye esa teoría. La Corte suprema, por su parte, que la había aplicado en el pasado, también la descartó en el juicio de Plazas, lo cual fue clave para declararlo inocente”.

Aquí la revista de Felipe López (autor de los Confidenciales) hace pensar que la Corte Suprema estaría siguiendo una directriz trazada desde La Habana, cuyo punto de partida sería la exclusión de la teoría de Roxin tanto para las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FARC-EP) como para el Ejército Nacional. Esto daría para sospechar que la justicia transicional ha comenzado a aplicarse, y que en tal medida algunas de las decisiones de tan alto tribunal se están tomando con base en situaciones ajenas a los estrados judiciales, más bien a la medida de los requerimientos de las dos fuerzas enfrentadas en el conflicto armado a punto de acabar.

En otras palabras, que ha comenzado a obrar el “Compromiso del gobierno nacional” en la aplicación de la jurisdicción especial para la paz a los agentes del Estado, que en uno de sus apartes establece que “la responsabilidad de mando no podrá fundarse exclusivamente en el rango, la jerarquía o el ámbito de la jurisdicción”. O sea, que al desaparecer la cadena de mando el sujeto responde solito ante eventuales acciones criminales, y al Estado le corresponde probar que las cometió. Ante Plazas Vega la Corte consideró que no se pudo probar culpabilidad, sin que eso signifique que se haya probado su inocencia.

Al descartarse la teoría de Roxin se tiende ahora un manto de impunidad para muchos delitos de guerra y de lesa humanidad, llámense torturas, desapariciones, terrorismo de Estado o asesinatos selectivos, como los de Jaime Garzón y Álvaro Gómez. Y si las cosas siguen en esta tónica, no hay duda en que ese manto se extenderá a los ‘falsos positivos’, horrenda cadena de crímenes de corte genocida a cuyos autores el expresidente Álvaro Uribe sigue llamando héroes de la patria y perseguidos por la Fiscalía.

Si esta es la clase de sapos que tendremos que tragarnos, todo sea por conquistar la anhelada paz. Pero eso obliga a que se destapen las cartas sobre la mesa, y la primera de las condiciones para la concesión de impunidad en ambos bandos es que no se embolate la verdad. Y parte de la verdad comienza por reconocer –por ejemplo- que en el caso del Palacio de Justicia "fue la fuerza pública la que emboscó a la guerrilla, la dejó entrar a la ratonera para liquidarla y de paso liquidar como autoridad el gobierno de Belisario". Esto no solo lo dice Alfredo Molano en columna reciente, sino la Comisión de la Verdad creada en 2005 para esclarecer lo ocurrido, integrada por tres expresidentes de la Corte Suprema (Nilson Pinilla, Jorge Aníbal Gómez y José Roberto Herrera), la cual en relación con el abandono de la fuerza policial de custodia estableció que “las razones que se han dado para el desmantelamiento de la seguridad, a fuerza de ser falaces, a nadie convencen”.

Si fue levantada la seguridad para favorecer la entrada de los guerrilleros y allí cazarlos como en ratonera, significaría que hubo un trabajo coordinado, una cadena de mando y en consecuencia un aparato organizado de poder. Eso es lo que ahora se pretende descartar, pero no porque la teoría de Roxin esté errada sino por el bien de la patria, por conveniencia institucional, por alguna razón extrajudicial en últimas. Sea como fuere, no sobra preguntarse si dos Cortes Supremas con diferentes integrantes pueden sentar jurisprudencia contraria, pues la que acaba de absolver a Plazas determinó que “el Ejército no sabía que el 6 de noviembre de 1985 se iban a tomar el Palacio de Justicia”, siendo que con base en información de la Policía Nacional (la misma que retiró el esquema de seguridad) el 18 de octubre de 1985, apenas tres semanas antes de la toma, varios medios informaron sobre el descubrimiento de plan del M-19 para tomarse el Palacio de Justicia. He aquí una de las pruebas reina: ver recorte de prensa.


Esto en la práctica significa que el aparato organizado de poder se salió con la suya, e incluso hizo moñona, según La Silla Vacía. Lo único que en tal terreno de impunidad venidera ayudaría a equilibrar las cargas sería que, si hemos de creerle al vicefiscal Jorge Perdomo, con el anunciado Tribunal de Paz que comenzará a obrar tras la firma de los acuerdos “quienes creían que iba a facilitar la impunidad se quedarán con los crespos hechos, porque habrá verdad judicial y reparación a las víctimas”.

Invoquemos entonces al Niño de Belén para que se nos conceda al menos ese milagrito, el de la verdad judicial, de modo que en un mediano plazo podamos resolver de una vez por todas si fue que hubo o no terroristas en ambos bandos (unos desde la extrema izquierda, otros desde la ultraderecha enquistada en el Estado), o qué tan limpios están los que hoy se presentan como los más virtuosos adalides de esa lucha.


DE REMATE: ¿Cuál es el valor estratégico que tiene para el presidente Santos conservar al general Rodolfo Palomino en su puesto, y que en ese propósito no les dé credibilidad a serias investigaciones periodísticas de Vicky Dávila, Claudia Morales y Daniel Coronell? ¿Hay algún nuevo escándalo que Santos quiera evitar si Palomino pierde el mando? No se pierda el próximo capítulo de esta apasionante novela de misterio…

martes, 15 de diciembre de 2015

Encomendémonos al San José


Por los días en que el presidente Juan Manuel Santos anunció el hallazgo del galeón San José circuló en las redes sociales un meme muy ingenioso, que muestra lo que pasa cuando “No tienes plata para el posconflicto, pero te encuentras un tesoro legendario hundido en el mar”. (Ver meme).

No sabemos todavía si el país podrá disponer de ese dineral, que los medios calculan entre 5.000 y 10.000 millones de dólares, pero bien vale la pena ilusionarse, sobre todo considerando una frase de Winston Churchill según la cual “soy optimista porque no tiene sentido ser otra cosa”.

En su columna del domingo pasado el escritor Héctor Abad Faciolince establece una diferencia puntual entre tesoro y patrimonio, y concluye que el galeón San José entra en la segunda categoría, motivo por el cual “debería hacerse un museo del galeón San José que incluya hasta su último clavo, con una exposición itinerante que recorra el antiguo virreinato del Perú, Panamá (…) y el antiguo reino de España”. (Ver columna).

Según Abad “los negociantes del Congreso no dejaron firmar la Convención de la Unesco sobre patrimonio sumergido y luego hicieron una mala ley para partirse la marrana de los tesoros y para tratar los galeones como si fueran petróleo que se reparte entre el explorador y el Estado”. Si no me equivoco el escritor hace referencia a la Ley 1675 de 2013, la cual como hecho llamativo tuvo de ponente al gobernador electo de Santander, Didier Tavera, de cuando era representante a la Cámara. En el articulado de esa ley se establecen “las condiciones para proteger, visibilizar y recuperar el Patrimonio Cultural Sumergido (…), así como para ejercer soberanía y generar conocimiento científico sobre el mismo”.

Aquí presento una divergencia con el apreciado escritor, pues si bien es cierto que en un planeta de ángeles y serafines ese “tesoro” –que también lo es- debería ser patrimonio universal y por tanto ninguna de sus piezas podría ser objeto de venta o trueque, Colombia vive un caso particular: está ad portas de dejar atrás una prolongada guerra sangrienta y fratricida, y esto requiere no solo del apoyo de las naciones civilizadas sino de ingentes cantidades de dinero para sembrar en lo económico las bases de una reconciliación nacional duradera. Y en tal dirección lo pragmático indica que no se puede desaprovechar ese ‘dinerillo’ extra.

Es por ello que me acojo a la tesis según la cual si un doblón de oro acuñado en el Perú está repetido, una sola moneda es patrimonio y las demás copias se pueden vender. Lo importante es que se establezca un estricto control sobre el manejo de esos recursos ‘monetarios’, y así se contribuya a despejar los temores que el columnista avizora, en cuanto a la eventualidad de que haya una repartija entre “el Estado insaciable y sus asociados en el hallazgo del “tesoro”.

Lo que se requiere en últimas para salir de toda duda, es que sea el propio Presidente de los colombianos quien manifieste ante el ‘concierto de las naciones’ que los recursos provenientes de ese tesoro (los cuales por ley expedida antes de su hallazgo ya forman parte del patrimonio nacional) serán el ‘capital semilla’ para afianzar la paz, en términos de financiar proyectos orientados a la consolidación de ese propósito, frente al cual el presidente cuenta con los dientes requeridos y solo se requiere la voluntad política para que siga traicionando a su propia clase.

En otras palabras, para que piense en que si no la pudieron hacer las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), él sí tiene en sus manos las riendas del Estado para sacar adelante una revolución social de corte liberal como la Revolución en Marcha de Alfonso López Pumarejo (1934-38), la cual se movió en un mundo de extrañas paradojas: el ascenso de las reformas populares en coincidencia con el ascenso del fascismo italiano, el falangismo español y el nazismo alemán que tantas simpatías despertaban en el entonces jefe máximo del Partido Conservador, Laureano Gómez, quien declaró una política de no colaboración con el gobierno de López Pumarejo.

Hoy se vive una situación similar, con unas despiadadas fuerzas reaccionarias también de corte fascista encabezadas por el senador Álvaro Uribe, quien ha cambiado la no colaboración por una sistemática obstrucción, con el agravante de que tiene confundida a gran parte de la población y trae el propósito de atravesarse como vaca muerta en medio de la autopista del posconflicto, contrario hasta la conspiración –como siempre- al anhelo nacional de una paz sólida y duradera.

Por estos días de Navidad en que la gente se encomienda al Divino Niño de Belén, yo propondría que nos encomendáramos a algo más real y tangible, por ejemplo al tesoro del galeón que porta el mismo nombre del padre putativo de ese niño. Y que convirtiéramos el San José en la embarcación insignia del propósito nacional de reconciliación que arrancará con la firma de los acuerdos, y que rodeemos al ‘capitán’ Juan Manuel Santos para que conduzca la nave a buen puerto en medio de la tormenta desatada por los que ya sabemos, y que todo el mundo entienda que cualquier transacción económica que se haga con ese tesoro será usado en la constitución de un tesoro aún más valioso, el de la paz.

¿Será mucho pedir, señor Presidente?

DE REMATE: En días pasados el procurador Alejandro Ordóñez anunció que está investigando al general Rodolfo Palomino, y a la vez salió en su defensa al afirmar que la Comisión que anunció el presidente Santos para estudiar lo ocurrido en la Policía, hace parte de los compromisos que ha asumido el Gobierno con las FARC. Aquí entre nos, ¿a eso no se le conoce como prevaricar?

martes, 8 de diciembre de 2015

Lo peor del periodismo son ciertos periodistas




Una vez le preguntaron a uno de los mejores periodistas del mundo, el catalán Enric González, qué era lo peor del periodismo. Él dijo que los lectores, pensando no en el lector individual sino en esa gran masa amorfa que prefiere lo fácil, que los hagan reír y cosas de esas. Enric estuvo en Medellín en octubre pasado para la entrega de los Premios Gabriel García Márquez; ahí un periodista de Semana.com le preguntó si aún creía en el periodismo independiente, y respondió con una pregunta: “Sí. ¿Cree usted en el periodismo dependiente?” (Ver entrevista).

Es una distinción necesaria y clarificadora, porque esas son las dos clases de periodistas que hoy existen: los independientes y los dependientes. Se podría pensar que estos últimos no clasifican como periodistas, en consideración a que la norma básica del periodismo es la independencia, pero concedamos que no estamos en un planeta de ángeles y serafines.

Concedamos a su vez que los periodistas independientes son la inmensa minoría, mientras que a los periodistas dependientes se les puede dividir en dos clases: los que dependen de otros periodistas –por ejemplo los redactores que trabajan para los editores-, y los que dependen del medio donde trabajan pero gozan del privilegio de ser las estrellas del medio respectivo, y por eso a menudo se les confunde con personajes de farándula a la altura –si es que es altura- de los cantantes, los actores o las presentadoras ‘buenonas’ de los noticieros.

A los periodistas que trabajan para los editores se les conoce como ‘cargaladrillos’, y es por donde se comienza, del mismo modo que para llegar a Papa se empieza por sacristán. Lo triste en el caso que nos ocupa es que son legiones de reporteros que más parecen desempeñando el papel de mensajeros, pues van a donde el personaje que les entrega una declaración en forma de noticia, la cual llevan, redactan y entregan al medio que la publica, sin que en ese trayecto la información sea sometida a comprobación o haya recibido un tratamiento creativo que la destaque del montón. El ‘mensajero’ fue a la fuente, recibió y entregó. Para eso lo contrataron, y su duración en ese empleo dependerá de que no se salga de la norma ni le dé por cuestionar el esquema. Y aquí podría contar mi experiencia como reportero de El Tiempo, pero la reservo para otro día.

La tristeza es mayor cuando se descubre que hay periodistas que gracias a sus esfuerzos y a su talento lograron un merecido prestigio, pero una vez llegados al curubito olvidaron que una de las funciones del periodismo es la vigilancia de toda forma de poder (por eso lo llaman el cuarto poder), y prefirieron armar roscas de vacas sagradas desde las que sirven a los intereses políticos o económicos de los dueños de los medios que los llevaron al estrellato, mientras procuran silenciar o invisibilizar a los colegas que se atreven a disentir de sus artimañas en el manejo de la información.

En lo político se dan situaciones llamativas como las de Claudia Gurisatti y María Isabel Rueda, quienes pusieron sendos noticiero y columna de opinión a favor de una causa política de derecha, en el primer caso de la mano del uribismo y en el segundo como pregonera de una ideología identificada con el Partido Conservador que la hizo elegir representante a la Cámara en 1998. Está además el caso ya aberrante de Ernesto Yamhure, quien le reportaba sus columnas de El Espectador al máximo jefe de las AUC, Carlos Castaño, y este le ordenaba agregar o suprimir determinados apartes: “Le pido un favor, inserte un párrafo donde alerte a las AUC sobre la importancia del cumplimiento de su palabra ante la opinión pública…”

En lo económico abunda el número de periodistas cuya pluma tiene un precio, y es Daniel Coronell quien se encarga de recordarnos tres casos: uno –y dos- el de William Calderón (La Barca), quien le cobraba a la Registraduría Nacional por contenidos que aparecían en su columna de El Nuevo Siglo y en la de ‘Juan Paz’, nombre este de la columna de Jairo León García hasta que la editora general de El Mundo de Medellín, Irene Gaviria, decidió suprimirla al constatar que “daba cabida a rumores sin confirmar y servía a agendas distintas a las periodísticas”. El tercer caso es el de Gustavo Álvarez Gardeazábal, amigo de los dos anteriores, sacado de La Luciérnaga de Caracol según él por presiones del alto gobierno pero según su director, Gustavo Gómez, porque “uno puede trabajar con gente que no lo quiera a uno… siempre y cuando sean honestos y no se lucren con lo que dicen al aire”.

Es esta clase de supuestos periodistas (en realidad activistas políticos camuflados o mercachifles de la información) la que representa una vergüenza pública para una profesión que con el paso de los días se desdibuja más, a tal punto que hoy el primer diario del país es una de las tantísimas propiedades de un banquero, y el dueño del primer canal de televisión es un industrial de las gaseosas y el azúcar.

Esto no significa que debamos decir ‘apague y vámonos’, porque paralela a la mercantilización de los medios avanza la lucha de los periodistas que aún creen en la rectitud profesional y en la búsqueda implacable de la verdad, y solo en esta columna ya he mencionado tres, incluyendo a un catalán. Pero conviene desconfiar de los que le ponen precio a su conciencia, y también de quienes un día deciden lanzarse a la política y luego regresan al periodismo, como si existiera una puerta giratoria que les permite estar saliendo y entrando a su amaño.

DE REMATE: A pesar de las diferencias con la ex uribista Vicky Dávila, aprecio y admiro el trabajo que realizó en torno a la corrupción generalizada que se vive en la Policía Nacional y me solidarizo con la colega ante los intentos que se hicieron desde esa institución para espiar, intimidar y tratar de torpedear la publicación de la explosiva información que publicó La FM de RCN.

martes, 1 de diciembre de 2015

Y ahora, ¿qué estará pensando María Isabel?




Bien interesante la entrevista que la semana pasada le concedió a W Radio el ex embajador de Estados Unidos en Colombia, Myles Frechette, tanto por lo que dijo como por lo que dejó entrever en lo que no dijo.

Interesante también que hubiera sido María Isabel Rueda a quien Julio Sánchez Cristo le concedió el honor del primer lance en la entrevista, situación que aprovechó para preguntar algo cuya respuesta descalificaba a Ernesto Samper como presidente de Unasur, pero apenas Frechette comenzó a hablar de su hipótesis sobre los verdaderos asesinos de Álvaro Gómez Hurtado, la señora Rueda desapareció de la escena como si se la hubiera tragado la tierra… (Ver entrevista).

Lo llamativo está precisamente ahí, en que resulta del todo pertinente saber qué estará pensando María Isabel sobre esto que dijo el entrevistado: “no imagino por qué el presidente Samper y Horacio Serpa hubieran querido matar al señor Gómez Hurtado. Es que no me suena, no es lógico”.

Lo que sí imagina Frechette es que “gente de derecha en algún momento decidieron (sic) hacer un golpe, y le preguntaron a Álvaro Gómez como una persona de gran eminencia, que si él podría encabezar ese golpe. Yo imagino que él como persona muy inteligente y constitucionalista hubiera dicho ‘miren, déjenme pensarlo’. Yo creo que él lo pensó, y lo rechazó. En ese momento los conspiradores decidieron matarlo, porque ellos sabían que en algún momento, según las circunstancias, él podía delatarlos”.

En esa entrevista faltó también que María Isabel le hubiera preguntado a Frechette qué pensaba de la declaración de Hernando Gómez Bustamante, alias ‘Rasguño’, según la cual Samper y Serpa mandaron una razón a unos mafiosos del Valle para que mataran al dirigente conservador. Ella era la indicada para preguntarle eso al embajador, porque es quien más divulga a los cuatro vientos la versión de ‘Rasguño’, pese a que ocho años atrás (4 de agosto de 2007), basada en esa misma declaración escribió una columna para Semana donde dijo esto: “siempre he creído en la teoría de que un crimen de Estado acabó con la vida de Álvaro Gómez, entendiendo por ello la posibilidad de que miembros de las Fuerzas Armadas, aliados muy probablemente con el narcotráfico del Valle, sin conocimiento de Samper, hubieran planeado y efectuado el magnicidio”. (Ver columna).

Es muy extraño que la Rueda hubiera dado ese giro de 180 grados tomando en ambos casos como base la misma declaración de un mafioso, y más extraño aún es que ella siga empecinada en negarse a aclarar tan protuberante contradicción (lo cual por cierto provocó mi salida de Semana), pero el récord de la extrañeza lo batió cuando no se atrevió a preguntarle a Frechette por la credibilidad de la versión de ‘Rasguño’ que ella tanto pregona. Y si no lo hizo no fue por distraída sino porque la respuesta habría puesto en evidencia la falsedad de su acusación contra Samper y Serpa, que ella utiliza con el doble propósito de causar daño político a dos dirigentes liberales y a la vez distraer la atención sobre los verdaderos asesinos de Álvaro Gómez. Sea como fuere, si hoy algo queda claro es que ella representa la vanguardia periodística de las ideas conservadoras en Colombia.

En la entrevista citada Frechette relató el ambiente altamente conspirativo que se respiraba antes y después de ese crimen: “en agosto del 95 (tres meses antes del homicidio) se me acercó mucha gente, algunos muy prestantes, para preguntarme cuál sería la reacción de EE UU si hubiera un golpe de Estado contra Samper. Yo les dije a todos (…) olvídense, ya no hacemos golpes de Estado. (…) Incluso uno me dijo: ¿y usted no quiere chequear con Washington?”. Al margen de la curiosidad de saber quién fue ese “uno” que tanto interés tenía en chequear con los de arriba, resulta bien llamativo observar que el único militar que mencionó con nombre propio fue el general Harold Bedoya, de quien recordó con precisión de mes y año una edición de Semana titulada Ruido de sables: “¿Y quién estaba en la tapa? El general Bedoya”, dijo Frechette.

La entrevista al embajador fue a raíz del lanzamiento del libro ‘Frechette se confiesa’, de Gerardo Reyes, de cuyo contenido el entrevistado confiesa que “no cuento todo, porque hay secretos de Estado que no los voy a contar”. Es aquí donde cobra validez lo que Frechette pudo haber ‘deslizado’ sin ser infidente ni generar un conflicto diplomático, y en este contexto cobra relevancia otro libro relacionado con el mismo tema: ‘Memoria de un golpe’, escrito por el ultraconservador Pablo Victoria, quien se atreve a hablar no de una sino de dos conspiraciones golpistas, una encabezada por el entonces comandante de las Fuerzas Armadas, general Camilo Zúñiga (oh sorpresa, pues siempre se le creyó leal a Samper) y otra por el comandante del Ejército, Harold Bedoya, quien se sublevó a la orden que le dio el presidente de pedir la baja, por lo que debió ser retirado mediante decreto el 24 de julio de 1997.

Lo anterior conduce a pensar que María Isabel Rueda se halla en el lugar equivocado cuando persiste en darle validez a la declaración trasnochada de un mafioso que sustenta su dicho en tres sujetos de su misma calaña y, vaya coincidencia, todos muertos: Efraín Hernández, alias ‘don Efra’; Orlando Henao, alias ‘El hombre del overol’; y el coronel de la Policía Danilo González, ajusticiado por los narcos a los que sirvió. Pero el punto no está ahí, sino en que ahora más que nunca está obligada a decir qué piensa de la afirmación de Myles Frechette según la cual a Gómez Hurtado lo asesinó esa “gente de derecha” tan cercana a los afectos políticos de la señora Rueda.

Soy partidario incluso de que si persiste en callar se le debería exigir desde lo ético su renuncia al periodismo (y su regreso a la política), pues con su incriminatorio silencio deshonra una profesión cuya más sagrada misión es bien clara: la búsqueda implacable y desinteresada de la verdad.