martes, 11 de octubre de 2016

El honroso Nobel de Paz y el despreciable ‘Gran Colombiano’




Conocí a Juan Manuel Santos a comienzos de los 90 en el Gun Club de Bogotá, durante un coctel de la Federación de Cafeteros. Fue la primera y única vez que hablé con él. Yo estaba con una colega y él se acercó a saludarnos sin conocernos, estuvo un buen rato conversando con nosotros y esa noche tuve la nítida impresión de que quería asegurar dos votos que a futuro pudieran servirle para algo, por ejemplo para seguir los pasos de su tío el presidente Eduardo Santos.

A Álvaro Uribe nunca lo he visto en persona y tal vez nunca lo haré. Lo considero un ser despreciable, merecedor de que la justicia lo investigue y lo juzgue como posible autor –y coautor- de múltiples crímenes. Sustento el señalamiento en las 186 demandas que reposan contra él en la Comisión de Acusaciones de la Cámara, 27 de ellas por paramilitarismo, así como también en la grave acusación que le formuló el expresidente César Gaviria tres días antes del plebiscito, frente a la cual el acusado prefirió callar: “el Departamento de Estado (de EE UU) dice que el senador Álvaro Uribe hacía parte en 1991 del Cartel de Medellín” (Escuchar declaración).

La acusación de Gaviria se basa en este documento original que puede ser consultado en los archivos de la National Security Archive (NSA), donde se lee que el “asociado 82, Álvaro Uribe Vélez, es un político colombiano, senador y dedicado a la colaboración con el Cartel de Medellín en los altos niveles del gobierno. Uribe fue vinculado a negocios que están conectados con actividades de narcotráfico en Estados Unidos. Su padre fue asesinado en Colombia por sus conexiones con narcotraficantes. Uribe ha trabajado para el Cartel de Medellín y es un amigo personal y cercano de Pablo Escobar Gaviria (…)”.

No quiero ni pensar qué sería de Colombia si Santos hubiera preferido continuar el legado guerrerista de su exjefe. Enhorabuena decidió subirse a la locomotora de la paz antes que quedarse atascado en el vagón del conflicto armado, y la Historia Universal acaba de premiarlo. Si algo le ha faltado a Uribe es nobleza para reconocer que ambos están del mismo lado, del lado del Establecimiento, y si no lo hace es porque él está del lado de las fuerzas oscuras que se verían seriamente perjudicadas el día que por fin sea derrotada la guerra. La paz las aniquila.

Según el director editorial de Semana, Rodrigo Pardo, el presidente es “un aristócrata que termina reconocido como un luchador por la paz, con el apoyo de la izquierda”. Uribe, por su parte, se ha convertido en lo que el genial caricaturista Matador define como el tumor de Santos, con el agravante de que el tumor ni mata al paciente ni existe medicina alguna que logre erradicarlo. Llegó ahí, para quedarse.

En junio de 2013 el canal History Channel le concedió a Álvaro Uribe el título de Gran Colombiano, pero eso ya no lo recuerdan ni los más abyectos uribistas y se volvió más bien motivo de mofa, porque luego se vino a saber que el concurso pertenecía a la junta directiva de la News Corporation, vinculada al canal y de la que el mismo Uribe es miembro de su Junta Directiva, sumado a que fue elegido solo por el 30 por ciento de los votantes de ese concurso, en su mayor parte direccionados por el uribismo. (Ver La relación de Uribe con History Channel).

Lo paradójico –como dije en su momento- es que si se hiciera una elección antónima, algo así como La Gran Vergüenza Nacional, Álvaro Uribe sería también uno de los candidatos a llevarse el título. Vergüenza es por ejemplo que el resultado final del plebiscito haya sido producto de una campaña de propaganda negra hábilmente orquestada. No hubo manejo sino manipulación, confesada por el propio gerente de la campaña del NO, Juan Carlos Vélez Uribe, en impúdicas declaraciones que dio a La República y se resumen en estos ítems: a los abuelos les dijeron que les iban a quitar el 7% de su pensión; a los costeños, que Colombia se iba a volver ‘castrochavista’; a los empleados, que las FARC iban a ganar más sueldo que ellos;  a los pobres, que les iban a quitar los subsidios; a los ricos, que les iban a quitar la tierra, y a los evangélicos, que se venía “la dictadura homosexual”.

En días pasados mostré en mi muro de Facebook un volante que circuló en los templos evangélicos y cristianos, donde advertían que “¡Colombia está en peligro! de caer en una dictadura comunista (…) Vota NO al plebiscito. Jesús, entra en mi corazón” (Ver volante). Y publiqué una entrada titulada El triunfo de los imbéciles, donde dije que el error principal de Santos al abrir las puertas al plebiscito estuvo en no haber aplicado esta máxima: "Nunca discutas con un imbécil. Él te llevará a su nivel y, ya allí, te ganará por experiencia". Santos no tuvo en cuenta la experiencia del rival al que se enfrentaba, un verdadero genio en el manejo de la propaganda sucia.

Ante mi publicación fueron muchos los votantes del NO que con justa razón se sintieron ofendidos y exigieron respeto, por lo que hice esta aclaración: “no estoy diciendo que los votantes del NO sean imbéciles. Con El triunfo de los imbéciles me refiero a los que engañaron a un muy alto número de personas que votaron confundidas por las mentiras o atemorizadas por las catástrofes de todo tipo que anunciaban. Así sea la mía una opinión aislada, considero que el resultado final es ilegítimo, y en tal medida lo conducente sería convocar a una de dos: a la realización de un nuevo plebiscito (ya sin huracán Mathew) o a una Constituyente”.

En cualquiera de los dos casos, se debe buscar consenso en barajar de nuevo. A la paz que llegaría después del 2 de octubre la íbamos a llamar posconflicto, y ahora los medios le vuelven a decir "proceso". Íbamos de cara a un futuro despejado, y el espurio resultado del plebiscito nos dio, cual portazo en la cara, una amarga bienvenida al pasado.

El Nobel de Paz a Santos fue como la anestesia para el dolor del totazo, pero al día siguiente el país despertó… y el Gran Colombiano todavía estaba ahí.

¿Qué será lo que quiere el paisa? Derrotar la paz. Y para lograrlo, es capaz de ‘secar un papayo’. Tenaz la pesadilla que nos espera.

DE REMATE: En honor a la verdad y al juego limpio, los del SI deberían actuar con justicia. Si el NO ganó con el 0,5% de los votos, en ese mismo porcentaje debe permitirse la modificación al Acuerdo Final para la Terminación del Conflicto y la Construcción de una Paz Estable y Duradera. 

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