martes, 17 de enero de 2017

Al rescate del orgullo santandereano




Tal vez no hay lugar en el mundo donde la gente se sienta tan orgullosa como en Santander, y el origen de este carácter se remonta a la Revolución de los Comuneros, cuando el orgullo herido por la opresión alcabalera de la Corona Española se convirtió en la chispa que encendió como pólvora el grito de Independencia.

Hoy sigue siendo un orgullo sano, entendido como ese sentimiento de satisfacción hacia algo propio o cercano a uno, que se considera meritorio. Es la definición clásica, pero también se entiende como el respeto que los santandereanos tenemos de nosotros y de nuestro entorno, y en tal medida se relaciona con la valoración que se le da a un sello de autenticidad ligado a unas costumbres propias.

Pero el mundo es cambiante, y la globalización generada por la Internet viene acompañada de un fenómeno mediante el cual se van borrando las fronteras culturales e ideológicas entre las naciones y, adentrándonos en estas, entre las regiones. Nuevas formas de poder emergen sobre un escenario virtual que todo lo trastoca, con consecuencias hasta el momento impredecibles en cuanto a si serán positivas o negativas para la buena marcha del planeta.

Es en Internet donde comienza a darse la verdadera educación de las masas (más que en las aulas, más que en el nicho familiar) y ello exige un nuevo aprendizaje de la realidad. En lo político, la manifestación más evidente de este fenómeno se dio con la reciente puja electoral entre Hillary Clinton y Donald Trump, cuando el presidente de una nación rival al otro lado del globo logró influir hasta el punto de imponer al candidato de sus preferencias, como lo comprobaron  las agencias de inteligencia estadounidenses, arrojando así un manto de duda sobre la legitimidad del resultado final. (Ver noticia).

En lo cultural, al modo de ese Gran Hermano que avizoró George Orwell en 1984, la red moldea en niños y jóvenes una mentalidad permeable a contenidos de fácil consumo, afines a esquemas de pensamiento individualistas y acríticos, alterando con ello desde las relaciones familiares hasta expresiones autóctonas como el folclor o la gastronomía, que son reemplazadas por la estandarización de gustos impuestos desde otras metrópolis.

Para decirlo en cristiano, Internet está provocando una transformación de dimensiones insospechables, a un ritmo endiablado. Y esto obliga, desde lo raizal, a adoptar medidas que permitan ir al rescate de nuestra identidad.

Santander es de una riqueza cultural tan variada, tan digna de preservarse, que no se podría entender que a la vuelta de unos años ya no haya un lugar donde aún se interprete la guabina o el torbellino de un campesino embejucado, o se improvisen coplas al calor de un tiple bien temperado, o los habitantes del pueblo colonial que los vio nacer se preocupen al menos por mantener sus calles aseadas, como si fuera la sala de su casa.

En alguna columna anterior expresamos nuestro asombro por el estado de suciedad y abandono que muestra un municipio turístico –Monumento Nacional- como Girón, y basta caminar sobre el atrio de su basílica una tarde de domingo para saber de qué hablamos. Hoy es ejemplo vivo de la transformación acelerada de las costumbres que vivimos, al observar atónitos a una población que ya no parece sentirse orgullosa de sus encantos arquitectónicos, pues por sus calles y lugares más emblemáticos pululan las basuras y el desaseo. En llamativo contraste, en un pueblo como Betulia la gente sabe que los martes y viernes el camión de la basura solo recoge desechos orgánicos, y los miércoles todo lo reciclable. Y muy cerquita de este, en Zapatoca, sus habitantes conservan el pueblo como si fuera una tacita de té.

Fue ante el avasallamiento de la nueva realidad que un grupo de ‘pingos’ decidimos acometer esta iniciativa periodística regional, orientada a exaltar el orgullo de ser santandereano mediante una página web con ese mismo nombre: Orgullosantandereano.com.

Tolstoi decía “si quieres ser universal, describe tu aldea”. Si estamos convencido de que la tierra donde nacimos reúne suficientes atractivos para ser promocionados –y preservados- ante el resto del mundo, y si descubrimos además que todos los días hay noticias en las que algún santandereano brilla con luz propia, es entonces cuando este proyecto se convierte en una bonita tarea que se acoge con entusiasmo y espíritu emprendedor, hacia la meta altruista de exaltación de una región y de un colectivo humano.

La página está en construcción y ha comenzado a ser expuesta en diversos escenarios, con gran acogida. La prisa en exponerla radica en que podamos comenzar a recibir comentarios, aportes o críticas implacables, con la seguridad de que serán acogidas con espíritu autocrítico y el deseo permanente de mejorar, tanto en imagen como en el servicio informativo que se pretende prestar.

La socialización de Orgullosantandereano.com desde esta columna cuenta con la amable aprobación del director de El Espectador, don Fidel Cano, a quien le informé con anticipación de mi deseo de compartir la iniciativa, la cual de todos modos no es privada sino el punto de partida para un proyecto que pretende aglutinar voluntades alrededor del portal y de la Fundación Orgullo Santandereano. Sin ánimo de lucro, estamos invitando a prestantes figuras de nuestro departamento a que se vinculen con sus luces o sus aportes.

En resumidas cuentas, se trata de fomentar la integración y el sentido de pertenencia a la tierra que vio crecer la semilla de la ‘ventolera’ engendrada en la Revolución de Los Comuneros. 

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