lunes, 20 de marzo de 2017

Uribe – Ordóñez: un maridaje incestuoso


Hay quienes creen que el retiro de la precandidatura de Óscar Iván Zuluaga le despeja el camino a Iván Duque en el Centro Democrático. Es lo que parece cuando el dueño del letrero remplaza a su extítere por una señora cuyo apellido Guerra parece escogido con propósito subliminal, pero me atrevo a sospechar que ese movimiento de fichas es fuego artificial para distraer a la galería mediática, porque sus ojitos apuntan en otra dirección.

Apuntan hacia Alejandro Ordóñez, dibujado por Matador en una caricatura premonitoria donde se le ve como un caballo cabalgado por Álvaro Uribe, quien hala de sus tirantas. Ordóñez dice “¡Vamos a recuperar el país!” y Uribe le responde: “Para nosotros”. (Ver caricatura).

El asunto de todos modos no es para chiste, pues lo que se viene es una alianza ‘diabólica’ de las fuerzas más reaccionarias en busca de recuperar el terreno perdido con Juan Manuel Santos, a quien hicieron elegir bajo la premisa de que continuaría con el nefasto régimen de la Seguridad Democrática, pero les salió “traidor” y le dio por buscar la paz.

El problema de fondo es que en lugar de la paz acordada, ellos hubieran preferido la paz de los sepulcros sobre las FARC. Sea como fuere, hoy su verdadero enemigo no es la guerrilla sino el tribunal de justicia (JEP) que trae la implementación de los acuerdos, pues son muchas las verdades que saldrán a flote. Su ‘misión divina’, entonces, procura aglutinar los esfuerzos de todos los que se verán perjudicados, para impedir que esas verdades se conozcan.

¿Y cuál es la forma de lograrlo? Reconquistando la Presidencia de Colombia en 2018. ¿Y cómo? Uniendo fuerzas, como ya pide –casi suplica- Ordóñez cuando dice que “es necesaria una gran convergencia de las fuerzas políticas que triunfaron en el plebiscito”. (Ver noticia). Ordóñez es consciente de que él solito con firmas no es capaz de hacerse elegir, considerando que tiene una imagen favorable del 22% y una desfavorable del 35%, y por eso el pasado 4 de marzo se fue a hacerle ojitos a Uribe a su finca de Rionegro, mientras aprovecha el desprestigio del gobierno Santos para tratar de atraer a su redil al Partido Conservador.

En términos de conveniencia política, le sirve más a Uribe un Ordóñez con pinta de caballo discapacitado que un Iván Duque con porte de semental. Con este último no repetirá el error que ya cometió con Santos (Duque es demasiado de centro y demasiado decente para su gusto) pero no puede descalificarlo como hacen otros sectores de ultraderecha dentro de su partido, porque eso solo contribuiría a aumentar la división que amenaza con hacer trizas al CD.

Pero el punto donde se debe fijar la atención, es en la manera como Uribe y Ordóñez han venido cooptando (incluso comprando, no tengo duda) a los líderes de las iglesias evangélicas y cristianas. Esto comenzó a gestarse desde los días del plebiscito y fue la fórmula que condujo al triunfo del NO, sumado a la propaganda negra que diseminaron por las redes sociales y a la altísima abstención de los que no fueron a votar convencidos de que iba a ganar el SÍ.

Para ellos no existen ciudadanos sino feligreses, como plantea Germán Ayala en brillante columna. Ahora  quieren repetir la misma fórmula hacia el 2018, y es por eso que Ordóñez ha comenzado a hablar de “la fuerza del voto religioso”, y en consonancia está dedicado de nuevo a exacerbar las pasiones en defensa de la familia y de “los altares”, los cuales ve amenazados por los homosexuales, según confiesa en entrevista dentro de un carro con el supuesto pastor –en realidad embaucador- Oswaldo Ortiz, quien pasó de predicador a rabioso activista político del uribismo, hoy convertido además en el principal lamesuelas de Ordóñez. (Ver entrevista).

Lo cierto es que estamos frente a un peligro inminente, considerando que Colombia es un país religioso hasta los tuétanos, tal vez ya  no con mayorías católicas sino evangélicas y cristianas, pero en todo caso contaminado con el ‘temor a Dios’ desde la Colonia por una moral judeo-cristiana incorporada en las mentes a fuerza de púlpito y de cátedra escolar.

En columna publicada ocho días antes del plebiscito del 2 de octubre (Usan a Dios para seguir la guerra), advertí tardíamente que “la extrema derecha recurre a Dios como su caballito de batalla. Bajo la fachada de combatir el “lobby gay” quieren impedir que se consolide la paz, con un objetivo político embozado: llevar a la Presidencia de Colombia al ultra-católico, corrupto y clientelista exprocurador Alejandro Ordóñez”.

El inesperado triunfo del NO terminó por darme la razón, y ahora la alerta se extiende a advertir que ha comenzado la implementación de la segunda fase de dicho plan, consistente en un maridaje incestuoso entre Uribe y Ordóñez. Incestuoso porque comparten hermandad ideológica en su orientación ultraderechista, y peligroso porque no solo comprende la incorporación de católicos, evangélicos y cristianos –hasta la muy ‘liberal’ Viviane Morales tiene cabida ahí- sino porque podría desembocar en la fórmula Ordóñez presidente – Uribe vicepresidente.

La Corte Constitucional le impide a Uribe ser presidente de nuevo, pero no le impide ser candidato a vicepresidente. Y si esa fórmula saliera elegida, no habría forma de desacatarla: el constituyente primario no puede estar limitado, porque es la fuente de la Constitución. He ahí el peligro, y por eso se requiere de una muy amplia y sólida coalición de fuerzas de centro e izquierda que impida que semejantes exponentes de la más rancia caverna se apoderen del Estado.

DE REMATE: Respecto a la marcha “contra la corrupción” del 1 de abril, esto pienso: si sorprendieran a Uribe violando a una monjita, los uribistas marcharían contra la monja abusadora que lo hizo caer en el pecado.

lunes, 13 de marzo de 2017

Propongo el voto femenino obligatorio




Aunque usted no lo crea, del mismo modo que hoy se da el absurdo de una mujer ‘liberal’ con una hija lesbiana que promueve un referendo para recortar los derechos de la población LGBTI, hubo un momento de nuestra historia en el que un prohombre del liberalismo se opuso a que las mujeres votaran, sustentado en que ellas mismas no querían recibir ese “funesto obsequio”.

Transcurría el año 1944 y quien así se expresaba era Enrique Santos Montejo en El Tiempo, bajo el seudónimo Calibán, con estas palabras: “El noventa por ciento de las mujeres colombianas no acepta el funesto obsequio que les quieren dar. Si la parte más numerosa y sana del elemento femenino rechaza el derecho al sufragio, sería falta de equidad imponerlo. Afortunadamente, el Senado cerrará el paso a esta alocada iniciativa”. (Sin que nos vayan a tildar de capciosos, no se puede pasar por alto eso de “la parte más numerosa y sana”, pues asume casi como axioma entre ellas una parte de naturaleza insana).

Justo el día que Calibán publicó esa columna la Cámara de Representantes aprobó un proyecto para reconocerles a las mujeres el derecho a influir en los destinos de la nación, pero la iniciativa fue hundida por una disciplinada bancada del Partido Conservador y… nueve senadores del Partido Liberal. La preocupación de estos últimos residía en que el voto femenino quedaría sujeto al mandar de los curas desde los púlpitos, a quienes las mujeres brindaban la misma obediencia que a sus maridos, como ordena la Biblia. Además, ellas se convertían en competencia para aspirar a las curules del Congreso ocupadas por hombres, aunque eso no lo decían porque era ‘políticamente incorrecto’.

Cuentan los hagiógrafos de la época que se hicieron encuestas y en la radio se les preguntó a las mujeres si querían ejercer su derecho a votar y la mayoría… ¡se manifestó contraria! Tal vez en ese contexto se entiende por qué Julio Abril, de El Siglo, decía por esos días que “ser feas es lo único que no se les puede perdonar a las mujeres, de la misma manera que ser sufragista es lo único que no se les puede perdonar a las feas”. (Al menos tenían buen humor los godos de entonces…).

Visto desde ese ángulo, en consideración al poderoso aparato de adoctrinamiento que la Iglesia Católica ejercía sobre “la parte femenina”, eran quizá fundados los temores de los liberales para tratar de impedir que las mujeres votaran.

Hoy la cosa es a otro precio, pues la preocupación reside es en los altísimos niveles de abstención, ante los cuales surge imperativa la necesidad más bien de proponer el voto obligatorio femenino, aunque haciendo la debida aclaración: con el titular de arriba el suscrito columnista solo pretendía atraer la curiosidad del ávido lector… para hacer extensiva dicha obligación al voto masculino, por supuesto.

En el Congreso cursa una reforma política impulsada por el ministro del Interior, Juan Fernando Cristo, entre cuyas iniciativas para sanear la democracia es decisiva la aprobación de las dos más importantes, el voto obligatorio y las listas cerradas. En lo segundo, ya es hora de acabar con esa  dañina ‘operación avispa’ que se inventó Alfonso López Michelsen y que mandó a la trastienda el debate ideológico entre partidos, convirtió a los candidatos en traficantes de votos y encareció las campañas a niveles astronómicos.

En cuanto a lo primero, toda elección donde vota menos del 50 por ciento del censo electoral debería declararse ilegítima, y el único modo de remediar semejante absurdo es con el voto obligatorio, bajo una premisa fundamental: del mismo modo que pagar impuestos es un deber ciudadano, para el caso que nos ocupa acudir a las urnas constituye un deber ídem.

No sobra recordar que para la primera presidencia de Juan Manuel Santos votaron por él 9’004.221 colombianos, la más alta votación que hasta ahora ha habido por candidato alguno. Pero si miramos el otro lado de la moneda, esa cifra correspondió al 30,5 por ciento de votantes potenciales, que correspondía a 29’530.415 personas. En otras palabras, en 2010 el 69,5 por ciento del censo electoral no votó por Santos. Es por eso que los abstencionistas son la primera fuerza política del país, pero eso no puede ser motivo de orgullo, pues con su apatía siembran la semilla de la ilegitimidad en cada voto que no se deja contar. Vaya paradoja: no votan porque los políticos son corruptos, y es con su abstención como patrocinan la elección de los que tanto odian.

Soy el primer convencido de que acudir a las urnas debería ser un acto libre y voluntario, pero eso aplica para una democracia perfecta, no para una imperfecta –o mejor, ‘imperfectísima’- como la colombiana, donde la mayoría de los políticos se hace elegir con prácticas clientelistas o fraudulentas gracias a que más de la mitad de la población se abstiene de votar. El día que vote al menos el 90 por ciento de los colombianos se la habremos puesto de pa’ arriba a los que se hacen elegir comprando votos, pues tendrían que cuadruplicar o quintuplicar la inversión, y sería mayor el riesgo de que esa platica se les perdiera.

Otra consecuencia inmediata del voto obligatorio es que fortalecería el voto en blanco, pues muchos al sentirse forzados a votar contra su voluntad elegirían esta opción como protesta y, si llegaran a ser más de la mitad de los votantes, obligarían a convocar a una nueva elección, con otros candidatos.

¿Así sí les suena, les suena?

DE REMATE: Las amenazas de muerte del ‘pastor’ Miguel Arrázola contra el periodista Lucio Torres por haber publicado las cuentas de su iglesia muestran el talante mafioso de esos embaucadores, que se dan vida de reyes a costa de esquilmarles el diezmo a sus ingenuas ovejitas. No es por coincidencia que el sujeto en cuestión es uribista, y en cerrada defensa suya ha salido el también charlatán Oswaldo Ortiz, futuro aspirante a la Cámara por el Centro Democrático.

miércoles, 8 de marzo de 2017

Entrevista a Claudia López en tonito camorrero

“El séquito de Uribe no tiene un solo voto”


“Aquí no se trata de ser camorrero, como usted dice, ni de dispararle a todo lo que se mueva. Y no me parece un lenguaje adecuado, porque yo nunca le he disparado a nadie en mi vida. A nadie”.


martes, 7 de marzo de 2017

Yo también admiraba a JC Londoño




Lo que acaba de pasar en la agria disputa entre Claudia López y Julio César Londoño se ajusta al refrán según el cual “al mejor panadero se le quema el pan”. Lo digo por el escritor y columnista valluno cuya lectura he disfrutado desde años atrás, gracias a su erudición borgiana y al depurado manejo de una ironía que en ocasiones llega hasta el más demoledor de los sarcasmos, al mejor estilo Óscar Wilde.

Pero el sábado anterior pasé de la admiración a la decepción con la columna ‘Yo también admiraba a Claudia López’, donde la acusa de haber querido tapar un caso de corrupción en un pueblo de cuyo nombre no quiso acordarse, y de quien dice actuó así porque “no quiere enemistarse con el alcalde y mucho menos con el jefe del alcalde”. Pero no da nombre alguno ni ubicación geográfica, lo deja todo en una sindicación temeraria y gaseosa, y el menos capcioso llega a pensar que pudo tratarse de un ejercicio de ‘mala leche’, sobre todo si incurre en una grave falta a la ética periodística: no consulta antes de su publicación la versión de la persona sobre la cual lanza una acusación… que llega de terceros.

Al principio pensé que Julio César Londoño se equivocó de buena fe y que todo fue producto de un malentendido cuando interpretó erróneamente una información que le llegó de oídas, aunque no descarté que hubiera sido un mandado para algún político o sector rival –como suele ocurrir con inusitada frecuencia- mediante el cual se hubiera pretendido meterle zancadilla al prestigio que la senadora bogotana ha venido conquistando con su campaña contra los corruptos.

El mismo día de la etérea columna se vino a saber que la fuente de Londoño había sido William Fernando Rendón, quien en el canal CNC de Palmira se presentó como el coordinador del Partido Verde en esa ciudad (ver video), y entabló una denuncia contra un contratista de nombre Henry Díaz, copartidario suyo y cercano a un concejal que le había conseguido un contrato de vacunación de animales, donde a todas luces se presentaron actos de corrupción. Pero cuando Londoño en su columna pretendió estirar la culpa hasta la senadora… fue él mismo quien quedó muy mal parado.

El malentendido o tergiversación estaría en que mientras Londoño afirma que a Claudia López le llegaron con la denuncia y respondió arrogante “no voy a tratar ese tema, punto”, ella explica que su tajante rechazo fue a que la llevaran de “gancho ciego” a un almuerzo con gente que no conocía y donde querían ponerla a resolver “semejante alacranera”. (Ver columna).

El mismo Londoño en su muro de Facebook aportó como soporte de su acusación el video del canal CNC donde Rendón expone sus fundamentadas pruebas contra el contratista. Lo sorprendente es que allí se le escucha decir de Claudia López que “ella está enterada, ella apoya totalmente el proceso" (minuto 24:44), lo cual desvirtúa lo manifestado por el columnista, respecto a que la senadora se hubiera negado a escuchar a Rendón. Si vamos a hablar del obligatorio compromiso del periodista con la objetividad, a Londoño se le refundió en su columna.

Ahora bien, me atrevo a pensar que algo similar pudo ocurrirle a Claudia en su reciente visita a Santander, cuando a falta de ser objetiva habría sido utilizada precisamente como gancho ciego por los dueños de Vanguardia Liberal, opositores acérrimos del gobernador actual, quienes le habrían suministrado una información para que se fuera lanza en ristre contra el Programa de Alimentación Escolar (PAE), sin haber conocido antes los planteamientos que en su defensa ha expuesto la gobernación de ese departamento. Al margen de quién tiene ahí la razón, yo la vi fue lanzándole un salvavidas a la maltrecha imagen del alcalde de Bucaramanga, Rodolfo Hernández (consentido de Vanguardia, por cierto), a raíz de una desatinada reglamentación del Pico y Placa y de un rabo de paja manifiesto cuando el burgomaestre local se enfrentó a Germán Vargas por la utilización política de unas casas para conseguir votos.

Algo bien llamativo fue cuando el también columnista de El Espectador y El País de Cali, Ramiro Bejarano (a quien Londoño acusa de haber sido “director del DAS” en 1994), terció en la pelea y desde el lado valluno le mandó a decir en un trino que “si va denunciar que se atreva, en vez de asustarse”; y a continuación soltó una carga profunda que podría estar dando en la pepa del corozo: “En disputa entre columnista Julio Cesar Londoño y Senadora Claudia López, por supuesto hay que creerle a ella, que no anda detrás de los momios”. (Ver trino).

Lo de los momios hace referencia a la élite valluna con la que Bejarano anda a toda hora cogido de las greñas, y basta seguir la pista cual hilo de Ariadna para aterrizar en el grupo de industriales cobijados bajo el ingenio Manuelita, cuyos intereses entrarían en choque ante una eventual presidencia de Claudia López.

Moraleja y conclusión: Un escritor y columnista como Julio César Londoño está en su derecho de trabajar para unos empresarios del azúcar, pero no tiene la mejor presentación que de ñapa les haga mandados políticos. Como Claudia con Vanguardia, digamos, pero con la diferencia entre el que se deja utilizar y la que es -en apariencia- utilizada.

DE REMATE: De algún modo se entiende el desprestigio del gobierno Santos, en parte por la poderosa campaña de propaganda negra contra la paz que con tan afinada puntería ha desplegado la extrema derecha, pero lo inaudito es que el gobierno más corrupto y criminal en la historia de Colombia –el de Álvaro Uribe, por supuesto- haya sido hasta ahora el que más prestigio tuvo. País enfermo.