lunes, 29 de enero de 2018

“Señor, ten piedad”


Con motivo del terremoto que asoló a México el 19 de septiembre de año pasado, la actriz colombiana Juliana Galvis mostró en su cuenta de Instagram la casa donde se hallaba y las heridas que recibió. Al día siguiente, ya repuesta del susto, escribió esto: “me siento afortunada, creo que Dios y la Virgen me cubrieron con su manto al momento de mi salida”. (Ver noticia).

Y me interrogué: ¿por qué ese Dios y esa Virgen no vieron inconveniente en aplastar a 40 niños y adultos de una escuela en Ciudad de México, pero decidieron preservar la vida de Juliana y su hija? Si se lo preguntara a la actriz, ella hablaría de la voluntad divina y agregaría que “los caminos de Dios son inescrutables”. Esto da entonces para sospechar (qué digo, para creer) que por allá arriba hay un ser todopoderoso que reparte por igual bendiciones y desgracias, y hay que considerarse un privilegiado cuando aniquila a centenares de personas a tu alrededor pero decide –quizá por famosa o por tu talento histriónico- dejarte viva.

Vistas las cosas con frialdad analítica, estamos frente a la manifestación sincrética de una fe religiosa que para hallar consuelo en la tragedia invoca a los mismos dioses que provocaron el cataclismo, o al menos no lo habrían impedido.

Al final de su conmovedor mensaje, Juliana pidió a sus fans y admiradores que “sigan orando por nosotros, que nos ayuden a ayudar”.

Pero son precisamente esas desgracias colectivas la más patética demostración de que las oraciones no sirven para nada: lo único racional o científicamente comprobable es que así recemos o dejemos de rezar, en un terremoto o en cualquier otra manifestación de la naturaleza salvaje mueren y se salvan por igual los creyentes que los ateos (y los agnósticos, para no dejar por fuera mi ‘religión’).

Antes que servir como tabla de salvación o como imán de bendiciones, los rezos, las novenas, las cadenas de oración y demás supercherías son la más patética expresión del estado de esclavitud mental que se apodera de un creyente cuando queda enganchado a determinada iglesia o creencia religiosa. Una oración opera como bálsamo psicológico en el alma de quien la pronuncia, debemos reconocerlo, pero el asunto tiene su contraparte: en Ciudad de México fueron muchos los que acababan de agradecer a Dios por el almuerzo que iban a disfrutar cuando el techo se les vino encima.

Toda religión comporta una relación desigual –malsana y perversa-, entre un amo omnipotente y un esclavo feliz de someter su vida y su voluntad a los designios de un ser imaginario, al que no se le ve y ni siquiera tiene la cortesía de manifestarse, pero se le adora, se le respeta y se le teme… ciegamente.

Es tal el grado de abyección al someterse a una religión que, regresando al tema de las oraciones, hay una del repertorio católico que encierra un terrible predicamento, solo explicable en los labios de alguien que está en grave peligro: “Señor, ten piedad”.

Esas tres palabritas unidas constituyen un verdadero atentado contra la dignidad humana, pues da por sentado que el Dios al que adoramos tiene la soberana potestad de hacer con nosotros lo que le venga en gana. “Señor, ten piedad” es patética evidencia de la veneración que se le rinde a una figura masculina revestida de un poder omnímodo, el tirano por excelencia. Un alienígena que llegara de otro planeta y observara el espectáculo de los rezos solo podría concluir que los terrícolas veneran a un déspota desalmado que exige sumisión total, a quien se le envían oraciones para que en su “infinita bondad” se apiade y no les vaya a causar ningún daño. Si tienen que rogar piedad, es porque está implícita la posibilidad de que no les escuche (o si los escucha no les pare bolas) y decida actuar de manera despiadada, por ejemplo con un terremoto.

Además de piedad, hay otra palabra ligada a lo mismo: misericordia, tan cercana a conmiseración. Se pide que del cielo llueva la misericordia del Altísimo, y se cree estar invocando a un dios misericordioso sin serlo, pues si lo fuera no habría que estar suplicándole –y de rodillas- para que se apiade o se compadezca o deje caer siquiera una pizca de su cada vez más escasa compasión sobre las cabezas de sus humildes ‘siervos’.

Ahora bien, cuando hablamos de misericordia, piedad, compasión o conmiseración nos referimos a sentimientos que también practicamos los agnósticos con nuestro apostolado, en muestra de indulgencia hacia esos ilusos que creen en airados dioses. Sabemos que su felicidad artificial está encadenada a una esclavitud mental que les impide razonar con lucidez y libertad, pero es algo que no alcanzan a percibir en su estado de alienada vigilia.

Son como zombies, al mejor estilo The Walking Dead: rezan como cadáveres ambulantes con los ojos extraviados y las manos al cielo, el mundo sigue funcionando como si desde el principio de los tiempos nadie escuchara esas oraciones, pero no dejan de rezar…

DE REMATE: El atentado del ELN en Barranquilla mandó al zaguán del olvido el escándalo por la supuesta violación de Álvaro Uribe contra Claudia Morales. Asesinan a cinco policías humildes y dicen que lo hacen porque están “comprometidos con los pobres de Colombia”. Qué gente tan torpe, trabajan para fortalecer a su enemigo. No deberían estar sentados en una mesa de diálogos, sino internados en un manicomio. Mejor oremos por la paz de Colombia: “Cristo, no tengas piedad de esos salvajes”.

miércoles, 24 de enero de 2018

“Si Claudia Morales contara la otra mitad, cambiaría de un totazo la historia de Colombia”




Tal es la dimensión que les da Jorge Gómez Pinilla, en su columna de El Espectador, a la violación de la periodista y a su violador, a partir de los indicios que ella misma ha soltado, gota a gota, en ese mismo medio y en declaraciones a emisoras.

Y es que Gómez Pinilla sucumbe, como cualquier otro ser humano —como lo han hecho muchos colombianos en los últimos días—, al principio sicológico de cierre, según el cual las formas abiertas o inconclusas generan cierta incomodidad, por lo que se tiende a completar con la imaginación lo que se cree que hace falta. Las formas abiertas, en fin, invitan a ser cerradas.

Precisamente, la revelación de Morales se destaca porque tiene esa particularidad: cuenta qué le pasó, pero no quién fue su agresor. Por eso, tan pronto publicó su columna en El Espectador el viernes pasado, fue perseguida por sus colegas, especialmente de radio, que lucharon por sacarle el dato necesario para ‘cerrar’ su historia. Es decir, dar respuesta a la pregunta ¿quién fue el violador?

Aunque se negó, ella misma en su columna acotó las posibilidades (fue uno de sus jefes), con lo que desató una jauría en busca del personaje a quien ella, en principio, solo se refirió como “Él”, pero del cual soltó después más indicios.

“Quien me violó, ustedes lo ven y lo oyen todos los días” y “Harvey Weinstein [productor acusado de abusar sexualmente de mujeres que quieren llegar a Hollywood] es un pobre imbécil al lado de este personaje”, dijo en Blu Radio. Y en W radio soltó la frase que da, hasta ahora, la pista más grande sobre su violador: es “una figura relevante, de alguna manera, en nuestra historia”.

Gómez Pinilla hace en su columna una analogía con el mito griego de Ariadna (que le entregó un hilo a Teso para que, en el laberinto del Minotauro, encontrara el camino de regreso después de matarlo), y les da el carácter de ese hilo mitológico a las aseveraciones de Morales. Seguir el hilo de esas declaraciones, según su percepción, “pareciera conducir a la única identidad posible de su ‘Minotauro’ agresor”.

Él se fija especialmente en el calificativo de “peligroso” que le ha dado Morales a su violador en distintas entrevistas, por lo que considera “pertinente” recordar cuáles fueron los jefes de la periodista desde que comenzó su carrera en 1995: Juan Carlos y Andrés Pastrana, Álvaro Uribe, Felipe López, Yamid Amat, Juan Gossaín, Julio Sánchez Cristo, Hernán Peláez y Gustavo Gómez. “¿Cuál de todos ellos será el ‘peligroso’?”, se pregunta Gómez Pinilla.

También recuerda lo que el abogado y columnista Ramiro Bejarano dijo en una entrevista en El Espectador el año pasado, como apoderado de Daniel Samper Ospina, tras la publicación de un trino en el que Álvaro Uribe lo acusó de “violador de menores”. El entrevistador le pregunta a Bejarano: “¿Hay miedo?”. Y Bejarano responde: “Sí, todo el que se enfrente con Uribe tiene que temer, y no soy el único, pues ayer, por ejemplo, la columnista Claudia Morales dijo que por motivos personales no se refería a Uribe y que sentía miedo”.

Gómez Pinilla confiesa que ha tenido la tentación de conminar a Morales a que responda (sí o no) “si su violador fue el mismo que tuvo de jefe en 2003 y con quien dejó de trabajar al año siguiente”. Pero de inmediato aclara que se abstiene, “porque luego dirán que es que pretendo acorralarla”.

Como Gómez Pinilla, el también columnista de El Espectador Andrés Hoyos es presa del principio sicológico de cierre y lamenta que Morales, por el miedo que siente, solo haya entregado “la mitad de las piezas de un rompecabezas” y no diga “dónde se consigue la otra mitad”. Pero Hoyos se armó el suyo y comienza por preguntarse si ‘Él’, “dada la confusión tipográfica que echó a andar Claudia con la mayúscula, se sentirá Dios”.

Y lanza una premonición que, desde su perspectiva, saca al sospechoso de violar a Morales del ámbito del periodismo y lo sitúa más bien en el de la política: “Algo me dice que la columna de Claudia va a tener un fuerte efecto en las elecciones parlamentarias del 11 de marzo”.

martes, 23 de enero de 2018

Claudia Morales, su violador y el ‘hilo de Ariadna’




Cuenta la leyenda que Ariadna, hija del rey Minos, le entregó a Teseo un carrete de hilo para que pudiera penetrar a un laberinto construido por su padre, matar al Minotauro y encontrar el camino de regreso.

En el caso que hoy nos ocupa, la columna de Claudia Morales donde cuenta que fue violada en la habitación de un hotel pero no revela el nombre del violador (al que se refiere como “Él”), la primera impresión daría para pensar que contó ‘la puntica no más’. Pero basta seguir el hilo de sus declaraciones para deshilvanar la sutil madeja que va dejando y que pareciera conducir a la única identidad posible de su ‘Minotauro’ agresor. (Ver columna).

Lo primero a considerar es cuando dice que se trata de “un hombre relevante en la vida nacional. Ahora lo sigue siendo y, además, hay otras evidencias que amplían su margen de peligrosidad”. ¿Cuántos de sus exjefes muestran evidencias de su margen de peligrosidad? Sigamos:

Tan peligroso es el violador que, quizá para curarse en salud, Claudia le advierte que su identidad ya la conocen su esposo y “un par de colegas amigos y otros dos amigos que no son periodistas”. Un número quizá exagerado, solo entendible como advertencia al innombrado, pues si tan solo dos de los depositarios de semejante secreto son periodistas… se les aplaude su celo profesional al haber resistido durante década y media la tentación de divulgar o al menos filtrar tan valiosa información. En mi caso, lo confieso: yo no habría resistido la tentación.

Ese trabajo de fina tejedora que suelta apenas lo necesario para dejar en evidencia “lo que lengua mortal decir no pudo”, se asoma también cuando en entrevista con Néstor Morales de Blu Radio le explica el porqué de su silencio: “Me da temor denunciarlo, porque creo que esa persona es capaz de muchas cosas, porque la vida que esa persona ha tenido demuestra que nada de lo que ocurra a su alrededor le puede hacer daño. Tiene todo el poder para salirse con la suya, y yo sí creo que puede hacer mucho daño”. (Ver entrevista).

Y para que la sospecha que comienza a aflorar en las mentes de lectores y oyentes adquiera consistencia, agrega: “Exponerme cuando ya no tengo ninguna prueba distinta a mi palabra, me parece que es un desgaste y además me parece que es peligroso”.

Aquí vuelve a aparecer lo “peligroso” del asunto, pero es sobre todo donde se entiende por qué ni cuando ocurrió la violación ni ahora, la víctima se atrevió a denunciarlo: porque antes habría sido la palabra de una mujer contra la de un varón en la cima de la gloria, mientras que ahora… hombre, pues ahora es casi lo mismo. En ese contexto, ¿es atrevido pensar que el agresor haya creído que Claudia Morales debía sentirse 'honrada' de haber sido violada por él?

No quiero enredarme en una telaraña de elucubraciones, como la de quienes en Twitter criticaron a Claudia por la supuesta cacería de brujas que habría desatado sobre todos sus exjefes, sin tener en cuenta que ellos mismos deben estar tranquilos (sus exjefes periodistas, quiero decir) porque dan por sentado que todo el mundo sabe a quién se refiere la columnista. Sea como fuere, es pertinente conocer los que fueron sus jefes desde que en 1995 inició su carrera periodística: Juan Carlos y Andrés Pastrana, Álvaro Uribe, Felipe López, Yamid Amat, Juan Gossaín, Julio Sánchez Cristo, Hernán Peláez y Gustavo Gómez. ¿Cuál de todos ellos será el “peligroso”?

Hasta ahora al único de ellos al que le han preguntado públicamente por el asunto de marras ha sido Álvaro Uribe Vélez, jefe de Claudia mientras fue presidente, entre 2003 y 2004. Es bien extraño que a la pregunta que Noticias Uno le formuló, y a la que le era tan fácil responder que él no era el exjefe al que ella se refería, el expresidente prefirió guardar mutismo. ¿El que calla otorga? Bueno, no necesariamente. Pero, ¿no era la ocasión dorada para despejar cualquier duda al respecto? (Ver noticiero).

Ya para terminar, baste citar unas declaraciones que el abogado y columnista Ramiro Bejarano concedió a El Espectador el 22 de julio de 2017 en condición de apoderado de Daniel Samper Ospina, tras la publicación de un trino en el que Álvaro Uribe lo acusó de “violador de menores”. Al final de la entrevista, el periodista le pregunta a Bejarano: ¿Hay miedo? Y este responde: “Sí, todo el que se enfrente con Uribe tiene que temer. Y no soy el único. Ayer, por ejemplo, la columnista Claudia Morales dijo que por motivos personales no se refería a Uribe y que sentía miedo”. (Ver entrevista).

Nada de lo anterior constituye –todavía- prueba reina contra el hombre que abusó de ella, a quien tanto le teme y cuyo nombre por eso mismo sigue siendo impronunciable, pero queda un hecho imposible de ocultar: un Minotauro violador anda suelto.

DE REMATE: Si de tentaciones se trata, confieso que he tenido la de conminar a Claudia a que responda –SÍ o NO- si su violador fue el mismo que tuvo de jefe en 2003 y con quien dejó de trabajar al año siguiente. Pero me abstengo, porque luego dirán que es que pretendo acorralarla. Ahora bien, no me puedo retirar sin recomendar esta columna de Paola Ochoa en El Tiempo, Rompiendo el silencio, donde dice: “Parecería que ya sabemos quién es. ¿Ahora que lo sabemos todos, qué diablos vamos a hacer? (…) ¿Vamos a permitir que nos siga hablando todos los días, por los próximos años? ¿Que nos siga mandando mensajes desde su púlpito sagrado? ¿Que nos siga diciendo qué hacer, qué pensar, qué sentir y hasta por quién votar?”.

Lo único cierto aquí es que Claudia Morales con la mitad de su revelación ha dejado al país en vilo, y si se atreviera a contar la otra mitad cambiaría de un totazo la historia de Colombia.

lunes, 15 de enero de 2018

Empleadas sobreexplotadas, ¿hasta cuándo?




Hace unos meses me ocurrió algo más cercano a la literatura que a la cruda realidad, y lo consigno aquí como abrebocas a la verdadera historia: llegué a un almacén de un importante centro comercial del norte de Bogotá a comprar algo de ropa, y mientras probaba diferentes prendas observé que la empleada que me atendía me observaba con especial curiosidad, hasta que dijo: “tengo la impresión de haberlo visto antes, pero no recuerdo dónde”.

Cuando le dije que soy periodista y agregué mi nombre, de inmediato recordó: “Ah, ¡usted es el que le da tanto palo a Uribe! Yo lo leo los miércoles en El Espectador”. Mi ego quedó inflado hasta la estratosfera no solo porque conocía el día de mi columna, sino porque lo usual es que la gente reconozca a personajes de la farándula, no a un pinche columnista de prensa.

El asunto es que a partir de ese día comenzamos a charlar con relativa frecuencia, más a chatear que a vernos, debido a un horario de trabajo que a ella solo le permite un día de descanso a la semana, el cual le fue retirado en diciembre. Esto se traduce en que durante ese mes, del 1 al 31, Milena debió cumplir agotadoras jornadas de mínimo 10 horas, a veces 12 (10 a.m. a 10 p.m.), todo el tiempo de pie atendiendo clientes con su mejor sonrisa, sin un solo día de descanso.

Uno de esos escasos días en que pudimos conversar al calor de una cerveza, Milena (su nombre aquí es lo único ficticio) me dijo: “Lo que escribes deja ver que llevas una vida emocionante; por eso te leo. Dices cosas tenaces, te agarras con unos, te admiran o te insultan otros, te defiendes atacando o argumentando. Es emocionante. En cambio mi vida es del trabajo a la casa, de la casa al trabajo”.

Milena vive en un barrio de estrato 3, estudió dos semestres de Idiomas pero debió abandonar por falta de plata. Forma parte de una familia muy unida –tres hermanas y sus padres-, a la que además del amor filial los une el pago compartido de una deuda que todavía están pagando, después de que todos (o mejor, todas) juntaron sus ahorros y montaron un almacén… y quebraron. 

A falta de almacén propio hoy Milena trabaja en uno muy afamado que tiene sucursales regadas por todo el país, con un sueldo apenas cercano al millón de pesos y el horario ya descrito, que la tiene “del trabajo a la casa y de la casa al trabajo”.

Tal vez por la situación que de primera mano conocí en Milena, ahora cuando entro a un supermercado de esos que llaman ‘grandes superficies’ les pongo especial atención a los empleados que atienden y a sus condiciones materiales de trabajo.

Como resultado de esas ‘inspecciones’ he observado, por ejemplo, que las tiendas D1 y Justo & Bueno, que hoy compiten entre sí y en apariencia manejan precios bajos, ese bajo costo lo trasladan a la reducción del mobiliario al mínimo, cual si fueran tiendas cubanas.

Es así como, si uno se fija, a los empleados –en su inmensa mayoría mujeres- que atienden en las cajas no les es permitido sentarse durante sus ocho horas diarias de trabajo, por una razón sencilla: no tienen sillas, todo el tiempo deben permanecer de pie. ¿A qué puede obedecer esta situación, a todas luces injusta? (Ver foto).

Basta hacer cuentas para llegar al intríngulis: solamente D1 posee casi 600 tiendas en Colombia y si a cada una le calculamos por bajito tres cajas, serían tres sillas por cajera que, vistas en su conjunto, completan 1.800. Si a las sillas les ponemos un precio –también por lo bajito- de 100 mil pesos cada una, el resultado es contundente: por mantener en permanente incomodidad a sus cajeras, esa sola empresa se está ahorrando unos 180 millones de pesos.

No sabemos si frente a situaciones como esta podría –o debería- intervenir el Ministerio del Trabajo, lo mismo que frente a los agotadores horarios que les hacen padecer a empleadas como Milena, sin tiempo siquiera para compartir con su familia… ¡y menos con sus amigos!

No sabemos tampoco si por esto nos van a acusar de castrochavistas o de simpatizantes de la Farc, pero no podíamos terminar esta columna sin dejar sentada una enérgica voz de protesta por las deplorables condiciones de trabajo y los bajos sueldos que reciben todas esas legiones de operarias –y operarios- que con su abnegada labor contribuyen a enriquecer las arcas de los voraces dueños de esas grandes tiendas.

Solo esperamos que esta denuncia contribuya para que a las cajeras de Justo & Bueno y D1 les den sillas dónde sentarse (sería emocionante que así pasara), y rogamos al Altísimo para que no ocurra lo contrario: que otras cadenas comerciales como Metro, Jumbo o Carulla decidan seguir el ejemplo del ahorro y… les retiren sus sillas a las cajeras que ya las tienen.


DE REMATE: ¿Será que la influencia de la columnista conservadora María Isabel Rueda en la Fiscalía General está sirviendo hasta para que no judicialicen –como hasta ahora ha ocurrido- a Francisco y Catalina Uribe Noguera, hermanos de Rafael, el asesino y violador de Yuliana Samboní? ¿Será cierto además que tan eficaz intermediación obedece a que María Isabel es gran amiga (además del fiscal Néstor H Martínez) de Sergio Arboleda Casas, padre de la esposa de Francisco? Noticia en desarrollo. 

martes, 9 de enero de 2018

Álvaro Gómez debe de estar revolcándose en su tumba




Hubiera preferido dejar esto para el libro que preparo sobre el asesinato del líder conservador Álvaro Gómez Hurtado, pero un Confidencial en la primera edición de 2018 de Semana (número 1.862) enciende las alarmas y obliga a manifestarse.

Para entender el título que hoy escogí debo remitir a mi última columna, donde preguntaba: “Frente a la declaratoria de lesa humanidad que acaba de decretar el Fiscal, ¿significa eso que se cayó el proceso contra (Héctor Paul) Flórez y este fue declarado inocente…?”. La respuesta llegó en modo exprés, con este Confidencial: “Acusado de asesinato de Álvaro Gómez Hurtado al parecer era inocente”.

De entrada el título es inexacto pues el hombre no solo fue acusado, sino condenado a 40 años de cárcel. En busca de demostrar la inocencia de quien se probó había sido el que disparó sobre el líder inmolado, la familia Gómez Hurtado publicó el domingo 12 de octubre de 2014 lo que llamé un “publirreportaje judicial” en el programa Los Informantes de Caracol (dirigido por María Elvira Arango, exempleada del Noticiero 24 Horas), con un doble objetivo: airear ante la opinión pública la supuesta inocencia de quien llamaron “un chivo expiatorio”, y reiterar la tesis según la cual “la mafia mató a Álvaro Gómez a pedido del gobierno de turno”. (Ver programa).

¿En qué me baso para afirmar que la justicia probó que Héctor Paul Flórez Martínez fue quien disparó sobre AGH? En lo que escribí para Semana.com el 29 de octubre de 2014 titulado Los Informantes y el “chivo expiatorio”, eso no es periodismo: “no sabemos si Arango investigó al respecto, pero si lo hizo omitió contar que a sus 21 años Héctor Paul Flórez no era un “delincuente común” sino un asesino confeso. Aunque en la indagatoria negó su participación en el crimen de Gómez Hurtado, sí reconoció haber participado en organizaciones dedicadas al sicariato y “haber cometido el delito de homicidio en la persona de Ovidio Fernández en Carmen de Bolívar el 7 de enero de 1994 mediante el pago de un millón de pesos”, según el expediente.

También omitió contar María Elvira que luego de su captura, en fila de seis personas fue reconocido por numerosos testigos presenciales como uno de los tres que dispararon (uno con tiros al aire para distraer la atención, otro contra José del Cristo Huertas y Flórez contra Gómez Hurtado), y que entre los muchos testigos estuvo José Guillermo Vélez, quien “lo reconoció someramente pero cuando el acriminado asumió la actitud de disparar, el reconocedor rompió en llanto y excitación cuando observó el tatuaje con las iniciales RC que en la mano izquierda tiene Héctor Paul Flórez”.

Está además la confesión de su amigo Carlos Alberto Lugo (ver confesión), quien fue invitado a participar en el crimen pero se negó y luego declaró que Flórez le contó haber disparado el día anterior cuatro veces sobre su víctima, y “el hecho tuvo comprobación por el protocolo de necropsia visible a folio 104 del C.O. 1, en el que se dice que fueron 4 los tiros recibidos por el doctor Gómez Hurtado, con 4 orificios de entrada, ninguno de ellos en la cabeza”.

Es de veras sorprendente la información que trae el citado Confidencial de Semana, no solo porque omite contar que el hombre fue condenado y que la familia de Álvaro Gómez intervino desde el comienzo de la investigación con el abogado Hugo Escobar Sierra (q.e.p.d.), participó como parte civil y estuvo de acuerdo con la condena. Sorprende también –por aberrante- que quien hoy está al frente como apoderado para tumbar el proceso es nada menos que un sobrino de la víctima, Enrique Gómez Martínez, y la sorpresa crece hasta el escándalo cuando se lee al final del Confidencial que “la Fiscalía va a iniciar una acción de revisión ante la Corte Suprema de Justicia para demostrar que el señor Flórez Martínez es totalmente inocente de ese crimen”. Óigase bien: “totalmente”.

¿Qué se traen entre manos, ah? ¿En qué momento la Fiscalía pasó de ente acusador a entidad defensora de un convicto a quien no solo se le probó la culpa y la familia de la víctima estuvo de acuerdo, sino que hoy disfruta de libertad condicional tras pasar 18 años en presidio? ¿Y gracias a cuál arte de birlibirloque resulta el Fiscal General coincidiendo en todo con la tesis que más le conviene a la familia Gómez Hurtado…? ¿Tendrá algo que ver en ese súbito giro la discípula del inmolado Álvaro Gómez, la columnista alvarista María Isabel Rueda, reconocida como cercana amiga y consejera de Martínez Neira?

Sea como fuere, no se puede perder de vista que hace tres años la misma María Elvira Arango dio en el clavo cuando ‘sin querer queriendo’ explicó el motivo por el cual Gómez Martínez se convirtió en apoderado del asesino: porque “con Héctor Paul condenado… el crimen no puede ser declarado de lesa humanidad”.

A ver, barájenla más despacio: ¿la noticia de hace ocho días no era que la Fiscalía había declarado el crimen como de lesa humanidad? ¿Por qué aparece entonces ahora ante la Corte Suprema defendiendo a un presidiario que de algún modo ya cumplió su pena, y por qué emitió declaratoria de lesa humanidad para un crimen si por lo visto debía esperar a que la CSJ tumbara el proceso contra el único condenado que hubo? ¿Acaso el fiscal ensilló antes de traer las bestias…?

El asunto adquiere cierto tufillo de pesado hedor, como de cosa descompuesta, al observar que el Fiscal General de la Nación en su soberana potestad se puso la misma camiseta de Enrique Gómez Martínez (diferente a la camiseta de la víctima, ojo) y aboga por un asesino confeso ante la Corte Suprema, coincidiendo además con la estrategia periodística de la María Elvira Arango y María Isabel Rueda, ambas agradecidas ex subalternas de la familia Gómez Hurtado.

En referencia al Confidencial podría pensarse que Felipe López (dueño de Semana y autor de esas píldoras informativas) fue asaltado en su buena fe, pero el asunto se torna ‘intrigante’ al constatar que ocho días antes la portada de la edición 1.861 de Semana se tituló Los papeles del magnicidio, con este encabezado: “Semana revela la verdadera historia de cómo la Fiscalía pudo comenzar a esclarecer el magnicidio del líder conservador Álvaro Gómez Hurtado”.

Si el título del Confidencial era inexacto esto ya es sesgado, pues da a entender que la Fiscalía de Eduardo Montealegre y todas las anteriores estuvieron erradas o dando “palos de ciego” (la expresión es de Semana), pero bastó con que se pusiera al frente de la investigación un hombre como Néstor H Martínez Neira para que por fin se “empezara a esclarecer” lo ocurrido….

Semana está en libertad de decir un día una cosa y un tiempo después otra, pero es deber del periodista bien informado mostrar una contradicción donde se presenta. Hoy Semana acoge –en consonancia con el nuevo Fiscal- la versión de Hernando Gómez Bustamante, alias ‘Rasguño’, según la cual el asesinato de Álvaro Gómez fue un favor que el cartel del Norte del Valle le hizo al gobierno de Ernesto Samper: “El ‘Gordo’ y Horacio mandan la razón con el ‘Gordo Nacho’ (Ignacio Londoño) de que hagamos lo que sea para parar a Álvaro Gómez porque si hay un golpe militar van a extraditar a todo el mundo”.

La contradicción reside en que el mismo Felipe López, según me contó cuando le ofrecí la entrevista que le hice a Myles Frechette en abril del año pasado, escribió en febrero de 2010 un artículo sobre Rasguño que tituló “¡Está loco!”, cuyo encabezado decía: “Semana conoció la totalidad de la declaración de 'Rasguño' sobre el magnicidio de Álvaro Gómez. Salpica a medio país, dice todo tipo de mentiras y deja ver una siniestra intención de salvar a unos y hundir a otros. ¿Hay alguien detrás de esa estrategia?”. (Ver artículo).

Pertinente pregunta, porque después de observar que hoy coinciden al dedillo la familia Gómez Hurtado, la Fiscalía General de la Nación, las Marías –Elvira Arango e Isabel Rueda- y Semana (que recibe convenientes filtraciones sobre casos delicados como el atentado al Centro Andino), queda la nítida impresión de que hubiera una especie de mano negra detrás de “esa estrategia”.

Pertinente también es la columna que escribí hace dos meses, titulada Revista Semana, ¿vocera oficiosa de la Fiscalía? No quiero posar de iconoclasta, pero los sucesos atropellados de las últimas semanas de diciembre parecen concederme la razón cuando dije arriba que Álvaro Gómez Hurtado debe de estar revolcándose en su tumba.

DE REMATE: Cuenta el ideólogo conservador Pablo Victoria en su libro Memoria de un golpe que el general Fernando Landazábal fue a visitarlo a su oficina y le dijo, muy preocupado: “Quiero hablar con usted, pero otro día, porque yo sé quién mandó asesinar a Álvaro Gómez” (pág. 277). Quedaron en que cinco días después hablarían sobre el tema, pero fue asesinado el día anterior, el 12 de mayo de 1998. Y es cuando el lector perspicaz se pregunta: ¿por qué tenía que haber una cita posterior, en lugar de haberle contado ahí mismo? ¿O fue que en efecto le contó e ipso facto el general se convirtió –como Álvaro Gómez- en alguien que sabía demasiado? Y lo más raro: ¿quién y por qué asesinó al General Landazábal justo 24 horas antes del momento en que le revelaría a Victoria el gran secreto…?

lunes, 8 de enero de 2018

Quiero traducir un libro que mencionan en Los Simpson


Hace muchos años una amiga antropóloga me obsequió un libro en inglés sobre la marihuana, titulado A Child’s Garden of Grass. Toda una joya editorial de los años 70. En una primera lectura lo noté muy entretenido, de un humor irreverente, pero lo guardé en mi biblioteca como un tomo más. Solo empezó a llamar mi atención cuando me pareció que ese mismo libro era mencionado en algunos capítulos de la serie infantil Los Simpson, no con el mismo nombre pero sí en aproximaciones que comenzaban con “A Child’s Garden of…”
Intrigado comencé a mirar con más detenimiento, y al final de meses de minuciosas pesquisas comprobé que al menos en cuatro de sus capítulos aparecía ese mismo libro, como si el libretista –Matt Groening- hubiera querido rendirle un homenaje. De ahí en adelante, como periodista y editor asumí el reto de tratar de traducir ese libro al español, pues consideré que si Los Simpson le rendían homenajes camuflados a un libro que enseña a fumar marihuana, su traducción para el mundo hispano podría ser un verdadero éxito en ventas, además de constituirse en una llamativa curiosidad editorial.
Así que emprendí la búsqueda del autor del libro, para conseguir los derechos de traducción de su obra. Cuando por fin logré ubicar en una lejana aldea de Israel a Richard Clorfene, el único de sus dos autores aún vivo, él me habló de concederme eso derechos a cambio de 5.000 dólares.
Es esto lo que hoy me tiene aquí, frente a ustedes, solicitando su colaboración para completar esa suma y brindar tan divertida lectura a todos los hispanoparlantes de este planeta llamado Tierra.
A quienes no puedan colaborar, les hago una cordial invitación a que compartan este enlace o contribuyan a difundir mi mensaje. De algún modo, esta campaña pretende contribuir a abrir las compuertas hacia la legalización de una sustancia cuyo uso parece ser más benéfico que dañino para la humanidad. De otro modo, no tendría la acogida que desde hace muchos años está teniendo en numerosos capítulos de Los Simpson.
Para ver cómo puede contribuir, diríjase a este enlace:

lunes, 1 de enero de 2018

Julio Sánchez y María Isabel Rueda, hablemos de “canalladas”




Amordazar es taparle la boca a alguien con cualquier instrumento, real o virtual, para que no pueda hablar. Eso hicieron conmigo desde la W Radio Julio Sánchez Cristo y María Isabel Rueda el pasado 29 de diciembre, cuando trapearon con mi prestigio a raíz de la última columna que escribí para El Espectador, titulada El ‘carameleo’ de Mauricio Gómez y la muerte súbita de Myles Frechette, y no me permitieron defenderme de sus acusaciones. (Ver columna).

Ese día los oyentes despertaron escandalizados al enterarse de que un periodista de nombre Jorge Gómez Pinilla escribió esto: “Mi tesis es que la familia Gómez Hurtado está haciendo todo lo que tiene a su alcance para que lo declaren crimen de Estado (el asesinato de Álvaro Gómez) y así hacerse a una indemnización multimillonaria”. Obviaron, eso sí, citar lo que dije a continuación: “Según Carlos Castaño en su libro Mi confesión, “la verdad ya la conocen los afectados (o sea los familiares). Por una extraña razón, entre ellos y los victimarios parece que se hubiese pactado un armisticio sordo y rencoroso”. (Pág. 234).

Pacto sordo y rencoroso fue el que escenificaron María Isabel Rueda y Julio Sánchez, la primera afirmando que se trataba de “una canallada de un tamaño que me parece increíble que El Espectador la haya albergado”, mientras el segundo lo veía “muy doloroso para la familia de un líder tan representativo”, y el muy respetable Alberto Casas lo consideró (cuando lo acorralaron para que diera su opinión) algo “absurdo, desproporcionado e irrespetuoso”.

Absurdo, desproporcionado e irrespetuoso es que digan todas esas cosas contra mí y me nieguen el elemental derecho a la réplica. Y canallada es que manden al editor de W Radio a invitarme a hablar (ver invitación) y me hayan tenido horas enteras sin poder moverme, y al final salieran con que “queríamos hacer la entrevista al tiempo con Mauricio Gómez, pero él declinó la invitación. Por cuestión de equilibrio preferimos no hacer ahora el reportaje. Nos quedaremos solo con la mención hecha más temprano”. (Ver DM).

Eso sonó a otra burla, como la que me montó Mauricio Gómez desde su oficina en CM& para embolatarme el acceso a un video de vital importancia para mi investigación periodística. Por cierto: ¿por qué en su incoherente carta de protesta a El Espectador Gómez Escobar dice que yo le pedí que buscara en el archivo de 24 Horas, si ese nombre nunca se mencionó? Eso sería como si yo me pusiera a buscar una anterior columna mía para Semana… en los archivos de Cromos.

De otro lado: ¿cuál “equilibrio” puede haber en que Sánchez haya leído los apartes más lesivos a mi prestigio de la carta que Mauricio Gómez dirigió a El Espectador (que es como si él mismo hubiera hablado) y luego digan que se quedarán “con la mención hecha más temprano”? Es precisamente esa “mención” la que me perjudica, y constituye un atentado contra mi buen nombre que no se me respete el derecho a defenderme de semejante canallada. Aquí sí, canallada.

Así las cosas, puesto que desde esa emisora me amordazaron para impedirme ejercer mi defensa, me permito exponer por qué dije –y sostengo- que la familia Gómez Hurtado está en busca de “un botín”, expresión ésta usada por don Julito, pero igual la comparto.

Comienzo por aclarar que mi tesis no es nueva sino de tres años atrás, por los días en que doña María Isabel me hizo echar de Semana.com, y lo dije en dos columnas. Así que no entiendo por qué el escándalo lo arman ahora, si tuvieron suficiente tiempo para refutarme o llegado el caso demandarme por calumnia, injuria o atentado contra el buen nombre de esa familia.

La primera vez fue en Los Informantes y el “chivo expiatorio”: eso no es periodismo. Ahí llamé la atención sobre un capítulo de ese programa de María Elvira Arango dedicado a tratar de probar la inocencia de quien la justicia probó –valga la redundancia- sin margen de duda haber sido el que disparó las balas que mataron a Álvaro Gómez. Pero el motivo de mi asombro –y escándalo- no estuvo ahí, sino en constatar que según ese programa “Enrique Gómez Martínez, sobrino y abogado de la familia, hoy es su apoderado y lucha ahora desde el mismo bando”. (Ver columna). ¿Cómo es posible –me preguntaba- que justo el que disparó sobre la humanidad abaleada y doliente del líder conservador termine defendido por un miembro de esa misma familia?
 
A tan aberrante paradoja intenté darle explicación en Las dos Marías y los dos Enriques: engañando unidos (ver columna), donde informé de algo que había pasado desapercibido pero requiere atención, y sigue sin respuesta: ¿Por qué Enrique Gómez Hurtado se reunió en forma clandestina durante dos horas en su propia casa con el coronel Bernardo Ruiz Silva por los días en que este huía de la justicia tras ser cobijado con orden de detención, acusado de haber dirigido el complot para asesinar a su propio hermano…? Tratándose de un prófugo de la justicia ¿no era su deber ponerlo en conocimiento de la autoridad, y al omitirlo habría incurrido en el delito de encubrimiento?

Permítanme ahora remitirme al sobrino de la víctima: ¿cómo hace Enrique Gómez Martínez para no entrar en conflicto de intereses con su propia familia al representar al único condenado que hubo por el asesinato de su tío, en el trámite de un recurso de revisión que busca anular la sentencia, siendo que se trata de un proceso en el que la familia intervino con su entonces apoderado (Hugo Escobar Sierra) desde el comienzo de la investigación, participó como parte civil y estuvo de acuerdo con la condena? Eso de defender al que la justicia le probó su participación material en el magnicidio es precisamente lo que tiene relación con algo que dijo María Elvira Arango en Los Informantes citado: “El caso está a un año de prescribir, y con Héctor Paul condenado, el crimen no puede ser declarado de lesa humanidad”. Frente a la declaratoria de lesa humanidad que acaba de decretar el Fiscal, ¿significa eso que se cayó el proceso contra Flórez y este fue declarado inocente…?

Ya el proceso no va a prescribir, porque el fiscal Néstor Martínez Neira se acaba de casar con la tesis de la familia del inmolado –y por tanto con la versión de alias ‘Rasguño’- y lo declaró crimen de lesa humanidad, y al parecer ha desechado las declaraciones del recién fallecido exembajador Myles Frechette que habló de “militares retirados de derecha”. O sea que solo falta que este mismo fiscal lo declare crimen de Estado (pero no por lo de los militares sino por aparente culpa del gobierno donde se presentó dicho crimen), y entonces la familia de la víctima se haría a una jugosa indemnización, cuyo monto total ronda los 2.000 millones de pesos, según fuentes de alto crédito.

Respecto a la carta-protesta de Mauricio Gómez a don Fidel Cano, además de incoherente es irrespetuosa, por partida doble: con él, pues duda de su idoneidad como director cuando habla del “lamentable ejercicio de periodismo a sueldo que El Espectador patrocina”. Y conmigo, porque en lugar de rebatir los argumentos acude a la falacia ad hominem de señalarme como “asalariado de Horacio Serpa”. La verdad monda y lironda es que entre febrero de 2012 y septiembre de 2013 fui editor general y cofundador del portal Olapolitica.com, del cual me separé en parte por diferencias con su “Comité del Aplauso” (libro Objetivo: hundir a Serpa, pág. 32) y en parte porque el lanzamiento de Serpa al Senado me impidió continuar al frente de su revista virtual. Como escribí en amable carta de renuncia, “lo mío es el periodismo político, no el periodismo al servicio de una campaña política”.

Tengo por el doctor Horacio Serpa los mejores sentimientos de respeto, gratitud y admiración, y la amistad que nos une nunca ha sido obstáculo para expresarle con santandereana franqueza mis diferencias, cuando estas se presentan. Por ejemplo, a raíz de la onerosa consulta (onerosa sobre todo para la imagen del candidato) que nunca debió existir, pues el Partido Liberal debió rodear e impulsar la figura de Humberto de la Calle a la presidencia desde el primer día. Lo cierto es que en esa consulta yo voté por De la Calle, y Serpa por Juan Fernando Cristo. Y seguimos de amigos.

Ya para concluir, está lo que le pregunté a María Isabel Rueda antes de que me hiciera echar de Semana.com: Por qué el 4 de agosto de 2007 dijo esto en su columna de la edición 1.318 de Semana: “No creo que (Samper) haya tenido nada que ver con el asesinato de Álvaro Gómez”. Y por qué más abajo agregó: “Siempre he creído en la teoría de que un crimen de Estado acabó con la vida de Álvaro Gómez, entendiendo por ello la posibilidad de que miembros de las Fuerzas Armadas (…) sin conocimiento de Samper, hubieran planeado y efectuado el magnicidio”. Y por qué 7 años después, el 8 de noviembre de 2014, dijo esto: “Luis Hernando Gómez Bustamante, alias ‘Rasguño’ (…) ha hablado 4 veces ante la justicia. Ya dijo quién mató a Álvaro Gómez. Ya dijo por qué”. Como quien dice, ella ya sabe quién mandó matar a Álvaro Gómez, dónde está su asesino. Que lo diga. Seguimos atentos a su respuesta.


DE REMATE: Ante la negativa de Sergio Fajardo a medirse en una consulta con Humberto de la Calle, conviene aclararle que este se enfrentó a las maquinarias del Partido Liberal representadas en Juan Fernando Cristo y las derrotó. De la Calle representa más un baluarte (y socio) en defensa de la paz, que a su propio partido. Es casi obvio que ante una eventual consulta el 11 de marzo gana Fajardo, pero con De la Calle como su Vice la fórmula se haría arrolladora.